CASTILLO DE PÌTTAMIGLIO

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miércoles, 25 de julio de 2007

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martes, 24 de julio de 2007

HUMOR EN LA ESCUELA

¡Qué porquería es el globulo!

Ediciones de la Flor (Extraordinaria recopilación de frescos y desopilantes textos de alumnos realizada por el maestro uruguayo José María Firpo en los "50" y "60").

Viajes de Colón

- A Colón le decían “el Loco Colón”.
- Colón iba en la calavera más grande
- Colón nació el 12 de octubre de 1492 y murió en 1506
- Colón anduvo por muchos países pidiendo plata para ir a América y de tantas vueltas que dio cuando quiso acordarse ya estaba en América.
- Colón era de Genoveva.
- Reina Isabel, ¿no tiene plata para darme?
- Bueno, solamente que hagamos una rifa- le diría la Reina
-Partieron del puerto de Palos y a eso de la medianoche empezaron los cañonazos y gritaron: - Tierra, que no ni no.
- Él recorrió Italia, España, África y otros barrios buscando dinero.
- Sus padres eran costureros, pero él pudo casarse con una portuguesa. Después se recibió de marinero y efectuó el viaje con tres escarapelas: la pinta, la Nina y la Santa María.



El perro


El perro tiene lo siguiente:
Cola: 1
Patas: 4
Orejas: 2
Ojos: 2
Hocico: 1
Dientes: 32
Total: 42
El sistema nervioso
El cerebro es el sistema nervioso que abarca todo el cuerpo. Yo, un suponer, toco un niño en cualquier lado que sea y le digo: “Vos acá tenés nervios” y él no me puede decir que no. El cerebro está protegido por un gueso que es el craño. Pero primero está el cerebelo y después está el gulbo raquidio. Mas tarde está la columna beltebral y adentro de la columnia esa hay como un cañito que recorre todo el cuerpo. Las circumbelaciones son como unos choricitos todos arrollados que son las cosas que nos permiten hacer cosas.

JOSE MARIA FIRPO



José María Firpo ha sido, antes que nada, un maestro de escuela. Nació en Paysandú, Uruguay, y se graduó de maestro en 1938. A los 16 años se trasladó a Montevideo donde ejerció en diversas escuelas primarias de varones. Murió el 27 de agosto de 1970, entonces su ciudad natal lo homenajeó dándole su nombre a una escuela rural.
Su labor no terminó en el aula, sino que se extendió a la vida personal de sus alumnos, siguiendo sus pasos, gozando y sufriendo según fuera el azar de cada uno.
Su recopilación de los dichos y escritos de sus alumnos —y de sus padres— son el resultado tanto de la observación como del cariño. Hay en ellos un humor ya surrealista, ya grotesco, pero nunca arbitrario ni ofensivo.
Podríamos decir que es un recopilador de la “sabiduría” infantil.

domingo, 6 de mayo de 2007

DISCURSO SOBRE ALICIA GOYENA

Un grupo de ex profesores del IBO, Instituto José Batlle y Ordoñez, ha tenido la gentileza de pedirme que exprese, en nombre del antiguo profesorado de aquella casa de estudios algunas palabras sobre Alicia Goyena, y comprendo que ello es muy difícil, si se tiene en cuenta que estoy delante de alumnos de nuevas generaciones y para quienes ese nombre, tal vez les resulte, a causa de su juventud y por lo menos por ahora, sólo un nombre. A los discípulos que están aquí presentes les pido que hagan un esfuerzo para evocar todo lo más hermoso que conciban en el plano de la espiritualidad, de la energía conciliada con la dulzura, de la sabiduría sin afectación, de la emoción limitada por un ajustado sentido del decoro, de la generosidad invisible; si pueden esos alumnos concebir todos esos valores dentro de una figura como de abuela que mira el nieto con el más diligente cuidado, tal vez tengan un atisbo de lo que era esa profesora que se nos fue un día por un camino sin retorno.
Ese nombre sagrado de madre y luego de abuela espiritual de generaciones jóvenes alumnas es el que este Liceo No. 29 recibe, y que debe levantar muy alto, como una bandera vestida de los más hermosos colores, bandera orgullosa de recortarse en la luz, color y luz ella misma.
Porque bien sabemos que así como una flor perfuma generosamente lo que está junto a ella, el nombre de Alicia Goyena dará a este Instituto mucho de su presencia delicada y de su prodigioso vuelo hacia las más altas idealidades.
En un poema de Saadí (uno de los más grandes líricos persas de todos los tiempos), dice el poeta que recogió en el camino una hoja algo marchita ya, pero que aún tenía el perfume de una rosa. Y el poeta dijo: -¿Perteneces a un rosal? Y la hoja le contestó: No; pero estaba al lado de uno de ellos, y de una rosa recibí el perfume; el perfume que he conservado siempre.
Y traduciendo a este momento el sentido de la parábola persa, digamos que algo de esa virtud insuperada de Alicia Goyena pasará a nosotros todos y al Liceo que lleva su nombre, como el perfume de la rosa a la hoja que recogió Saadí.
Para hablar de Alicia Goyena sería necesario levantar, pues, el pensamiento hacia los ideales, más puros, hacer florecer la emoción y los recuerdos, y buscar dentro de nosotros mismos las palabras más hermosas, los más alados sentimientos; y como me es difícil decir algo digno de ella, un silencio meditativo, un íntimo volar de sugestiones e intuiciones imprecisas, sería el mejor homenaje. Quizá una sonata para piano, de notas delicadamente perladas por un maestro, de aquellas tanto amaba Alicia Goyena, se aproximaría al lenguaje que ella hubiese deseado, pues no gustaba de los elogios, ni de los homenajes, ni de las palabras de reconocimiento. Si hacía un favor y se le decía "gracias", respondía con una sonrisa entre sorprendida y divertida como si dijese: ¡pero si eso es lo que debía hacer! No es necesario decir "gracias".
Yo la conocí en 1944, cuando en esa fecha fui designado profesor de Literatura del Instituto José Batlle y Ordoñez (Sección Femenina de la Enseñanza Secundaria y Preparatorios). Y era el mismo año en que ella fue, a su vez, nombrada directora del mismo. Sin duda su elevación a tal cargo marcó uno de los más brillantes hecho de la historia de la enseñanza en el Uruguay, porque Alicia Goyena espíritu exquisito, de cultura superior, pudo proyectar sobre muchas generaciones de alumnas, su persuasiva rectoría moral.
En 1944 tenía el cabello blanco, como algodonado, cabello que antes había sido rubio, en la época en que María Eugenia Vaz Ferreira la presentó a las alumnas, como su sucesora en la Cátedra de Literatura. El óvalo de la cara era perfecto y revelaba el equilibrio interior, sus ojos claros miraban afectuosamente, aunque a veces adquirían un brillo dulcemente travieso cuando alguna reflexión, levemente jocosa, le hace insinuar una sonrisa comprensiva de alguna debilidad humana.
Su voz era agradable, hablaba con una inflexión dulce, pero gustaba escuchar a otros y apreciar lo que se le decía, con un silencio lleno de atención y algo de curiosidad deferente.
En la conversación era amable; no daba nunca una nota discordante, jamás alzaba una voz que pudiera decirse de mando, y sin embargo, nadie se animaba a desobedecer una orden dada en ese tono suave, detrás del cual había firmeza y voluntad pues era valiente para enfrentar situaciones difíciles, incluso dramáticas.
Se preocupaba personalmente por la conducción de todo el Instituto, vigilaba lo que ocurría en aquel edificio de tres plantas, desde los aspectos más importantes hasta los detalles.
Su manera de actuar, tan ponderada, pero tan firma, tan desproporcionada con su físico (que daba impresión de fragilidad, como si tuviera, de cuerpo, sólo lo necesario para apoyar en él el espíritu) resultaba una lección viva.
Hacía el bien a escondidas, porque no quería que su mano izquierda conociera la dádiva que efectuaba la diestra. Una tarde había bajado yo a la cantina y estaba ante el mostrador, cuando una alumna se acercó a decir que tenía una beca de la Directora para recibir algún alimento. Le pregunté luego a quien atendía la cantina, a qué beca se había referido la alumna y aquella me explicó que la Srta. Goyena daba su sueldo para que las estudiantes de escasos recursos pudieran reforzar su precaria alimentación, pero me previno que ella no quería que eso se supiera. También distraía parte de su sueldo a fin de comprar los libros necesarios para enriquecer la biblioteca.
A pesar de su edad, llegaba a las ocho de la mañana, ni un minuto más tarde y se quedaba hasta altas horas de la noche.
Aspiraba (eso era evidente a través de sus conversaciones) a la creación de una cultura superior, e incluso suprauniversitaria, porque más allá de la enseñanza impartida, y después de haberla aprovechado bien, el egresado debía seguir educándose a sí mismo, con una espíritu receptivo a todo lo que fueran valores, sin dogmatismos, sin preconceptos, sabiendo, cómo lo proponía Carlos Vaz Ferreira, cuyo retrato figuraba en el escritorio de Alicia Goyena, que sobre ciertos problemas ajenos a lo mensurable, no caben afirmaciones demasiadas rotundas, sino la necesidad de pensar y actuar por probabilidades, o por lo menos por un sentido común de carácter hiperlógico. El idealismo de Alicia Goyena se proyectaba (como el de Rodó), en el plano de la axiología, no en el de la teoría del conocimiento, y su defensa de laicismo era realizada sin alardes; incluso tal vez fuera cristiana sin saberlo o sin proponérselo. El sembrador de la célebre parábola evangélica ¿no arrojaba como ella, semillas al vuelo sobre todas las tierras, las aptas y las escasamente laborales?. La culpa de que de pronto la cosecha no fuese todo lo rica que proyectaba la intención de sembrar, no era de la semilla, sino de la calidad de la tierra. Y quizá también Alicia Goyena diría: "Quien tenga oídos, oiga; quién tenga ojos, vea".
Pero esa especialmente, una sensibilizadora de almas, siempre dispuesta a reconocer que había injusticia, mal que combatir, enfermedades sociales y morales, antes las que su rostro tomaba de pronto una expresión preocupadamente grave, y que frente a ello, una actitud ejemplar, un magisterio superior dado en la acción más que en la palabra, podía cooperar para mejorar algo o alguien.
Sentía, pues, la acefalía de cátedras superiores, la de Maestro de Conferencias, por ejemplo, y otras formas de expresión y de formación del carácter, pero todo impregnado de ese hálito de poesía, de la poesía que no está en el verso, sino en el gesto, no en la rima ni en la cantidad silábica, sino en el fluir de una activa expresión persuasiva.
Sus clases eran -dícese- magistrales; quizá tenían un eco de lo que aconsejaban Rodó y Vaz Ferreira: nada de ideas impuestas por la fuerza; dejar la libertad de pensar respecto de los autores literarios y de sus personajes, aunque orientando siempre hacia valores inconmovibles. A veces -dicen quienes fueron sus discípulas en la Sección Femenina de la Enseñanza Secundaria- se apartaba un poco del orden rígido de una clase, para señalar la presencia de un director de orquesta que valía la pena escuchar, o de una exposición de obras de arte o de una conferencia que se dictaría en tal o cual sala de la ciudad.
Pero nada de eso hacía con alardes; todo en ella era deferencia para con sus jóvenes alumnas, de las que recordaba los nombres de todas, y también los problemas que le habían contado, cuando bastantes años después, ocasionalmente la visitaban. A veces se formaba una cola de diez a quince estudiantes, cada una de las cuales le traía su problema, pero se acercaban una por una, para que nadie supiera ni lo que la alumna planteaba, ni el posible acto de generosidad que respondía al planteo. Incluso los profesores nos quedábamos también a la puerta y no porque hubiera algún encargado de hacer pasar o dar audiencia; la puerta estaba abierta, franca, era el respeto que nacía de superioridad espiritual, el que detenía a todos.
Algunas veces examiné con Alicia Goyena, ya que ambos éramos profesores de literatura. Ella formulaba preguntas destinadas a hacer pensar o sentir literariamente; no quería la enseñanza demasiado libresca, sino el contacto directo del alumnado con los grandes autores que son de índole formativa. Daba tiempo a pensar, a buscar, el examen se hacía, así, más largo, pues ella cambiaba la formulación de la pregunta, no en cuanto a su fondo, sino en cuanto a su forma, o buscaba el problema conexo que pudiera hacer que la alumna hallara por sí el camino, sino exacto, pues en literatura no caben las certezas de las ciencias puras, por lo menos la respuesta que indicara que el texto literario había sido leído y que algo de él movía a la reflexión. No creía que la enseñanza debiera ser, como también lo hacía notar aquel gran profesor que fue Osvaldo Crispo Acosta, carga inútil de la memoria, ni demostración vana de ingenio, ni búsqueda de la minucia, ni de las rarezas rebuscadas que hacían perder de vista lo esencial de un autor o de un personaje literario. Luce Fabbri de Cressatti decía que Alicia Goyena tenía la pedagogía del respeto, y en realidad, si insistía en la orientación hacia los valores esenciales, comprendía que éstos debían nacer, no por imposición, sino de adentro hacia fuera de la alumna, y esta idea, que era una concepción fundamental en el Sócrates que nos presenta Platón, estaba en Alicia Goyena profundamente arraigada.
El gran secreto del éxito de su siembra en las almas era que sembraba amor: amor por todo lo que fuera bello, noble, fecundo, positivo, como si repartiera chispas de su alma luminosa sin que la claridad de la misma perdiera nada de su resplandor. El secreto estaba en que amaba a su alumnado. Quien es profesor sin amor, por más que sepa su asignatura, y sea claro en la exposición, tendrá algo en su contra: le faltará el sentido de apostolado. El profesorado tiene algo de profesión benedictina... ¿No decía Rodó que dar a conocer lo bello es obra de divina misericordia?
Quizá haya sacrificado Alicia Goyena muchas cosas; cabría decir que pudo haber gastado su caudal o su tiempo en sí misma, pero es que sentía alegría y paz en la realización de su obra de mejoramiento social y moral; nadie se iba de su lado si no era enriquecido por una idea noble, por una lección dicha casi con humildad, como si fuera formulada a modo de una pregunta persuasiva que permitiera la continuación u otra opción de un pensamiento que el interlocutor de la Directora hubiese hecho de modo algo precipitado y que mereciera una búsqueda de una solución mejor si buscábamos más hondamente en nosotros mismos.
A veces, en medio de mi trabajo, deseaba tener unos momentos de mayor luz espiritual y entonces iba a la dirección a conversar un rato con Alicia Goyena, a su famoso escritorio, similar al del Fausto de Goethe, donde parecía imposible que papel alguno pudiera ser hallado, pero Alicia Goyena sabía donde estaba y donde se hallaba la llave o la cédula de identidad extraviada por una estudiante, o la constancia firmada con aquella letra menuda, elegante, coqueta que es hoy un autógrafo valioso y lo será más aún con el tiempo. Entonces hablábamos de literatura o de filosofía o de música; como todo ser de calidad excelsa tenía el don de escuchar, más difícil que el de hablar. Y tras oír deferentemente, expresaba cosas bellísimas con un sentido de ponderación delicado, como insinuado, para que sus palabras penetraran sin lastimar el orden de ideas o sentimientos de quien escuchaba. Recuerdo que Vaz Ferreira (a cuyos famosos jueves musicales concurrí), tenía una parecida manera de insinuar o proponer, dejando libertad de aceptar, en todo o en parte el concepto vertido.
Cuando hablaba, Alicia Goyena se expresaba con una voz suave, sumamente musical, bellamente timbrada, pues todo en ella era armonía.
Le repugnaba inmensamente la mentira, que le parecía casi inconcebible; una vez me reveló su asombro a propósito de una alumna que había faltado a la verdad; el hecho en sí de dicha discípula le parecía muy reprobable, y lo era, pero más aún su infracción al deber de veracidad.
Ejemplar, pues, por su modestia, que era el ornato más hermoso de su mérito, por su generosidad, que recordaría a la famosa parábola del pelícano, que es uno de lo más conmovedores fragmentos de "Las noches" de Musset, por su ecuanimidad, por la austera pobreza franciscana de su vestimenta negra, por su cosecha laboriosa... ¿Qué podría decirse de ella que no fuese bueno? Quizá antes de dormirse, noche a noche, el ángel de su conciencia le pagaría con el oro de la alegría, de la satisfacción de saber que nada había hecho que no debiera haber realizado y que había puesto un nuevo peldaño en la escalera del amor y de luz por la que ella subía y hacía ascender a los demás.
Que me perdonen todos los que me escuchen si no he sido lo suficientemente elocuente: es muy difícil expresarse respecto de persona por la que se siente tal veneración: el silencio hubiera sido -repito- más grande; la música, más elocuente: un rayo de sol habría expresado mejor que yo lo que ella era, una lágrima de agradecimiento y de amor por esa viejecita que era la madre espiritual de todos, hubiera sido más rica.
De cualquier manera, muchas gracias a todos por la atención prestada, y ojalá haya, entre los jóvenes presentes, muchos que un día sientan que el espíritu de Alicia Goyena resucita en ellos, pues ese sí, sería el más grande homenaje.

Hyalmar Blixen
Alicia Goyena

La personalidad de Alicia Goyena es una de las más ricas que puede ofrecer la de por sí fecunda historia de la educación uruguaya, sin embargo realizar su síntesis biográfica no es fácil porque en su vida se impone el sello de una austeridad y humildad que la hicieron rehuir a las estridencias y de la acción que busca reconocimiento de los otros.
Su tarea solo se puede apreciar como un todo, como una labor de cada minuto dedicada al empeño de estimular las almas hasta alcanzar plenamente su perfil propio. El testimonio de múltiples generaciones de Enseñanza Secundaria, así como el de distinguidos profesores e intelectuales que actuaron junto a ella, dan fe de sus altas virtudes de educadora.
Nació el 22 de enero de 1897 y se inició en la docencia en 1918 como profesora de Historia Americana. Se había formado en el mismo Instituto que habría de dirigir años mas tarde. La ley que lo había creado respondió a la necesidad de incorporar a la mujer a la vida cultural y social activa, en un momento en que tal derecho, tan indiscutible hoy en día, aún esperaba en muchos países pasar del plano de los principios generales al de la ejecución concreta. Al logro de ese fin dedicó su talento y su vida Alicia Goyena.
En 1922 ocupó la Cátedra de Literatura, sucediendo en el cargo a la poetisa María Eugenia Vaz Ferreira, quien había sido su profesora y la consideraba su alumna predilecta. De su modalidad docente reproducimos lo que expresa una de sus alumnas, la Sra. Sara Vaz Ferreira de Echevarría: "Era excelente, buena crítica, en ocasiones autora. Nada más ajeno a su modalidad que la de profesor adocenado, mero transmisor de conocimientos envasados; a la manera socrática hacía engendrar las almas". Durante aquellos años de profesorado fue desarrollando y manifestando su personalidad y su concepción humanista de la docencia hasta ser, al decir de Petit Muñoz, " la autoridad natural, sino todavía administrativa de aquella casa".
Paralelamente, y ya en la década del 30, bajo el gobierno de Terra, se desempeña como Secretaría de Redacción de la revista "Ensayos", publicación impulsada por un grupo de profesores con el objeto de promover y preservar los valores culturales y cívicos de la nación. Allí se publican algunas de sus pocas pero lúcidas páginas sobre teoría de la educación; para ella la teoría se formulaba en la práctica, en la vida misma. Fabbri de Cressatti, ha definido su postura frente al hecho educativo como una "Pedagogía del respeto" y recuerda lo que dice la propia Alicia Goyena al respecto en el número 16 de la citada revista: "La Enseñanza Secundaria trabaja principalmente sobre las aristas nacientes de un núcleo interior no muy bien definido. (...) Enseñar aprendiendo, investigar junto al alumno, a título de ejemplo y escuela de acción, de trabajo y aptitudes, con absoluta sinceridad para sus propios errores, falsas vías o fracasos; saber dudar.
La seguridad dogmática y la suficiente llegan a producir deformaciones aun de alcance moral... Todo esto con un fin: "La personalidad como coronamiento de promoción individual y el ensayo de sí mismo"
Estos principios guiarán su acción desde 1944, cuando fue designada Directora del I.B.O; impuso un estilo de Dirección que se ha hecho ejemplar. Hizo del liceo un auténtico hogar para sus alumnas y ella misma, cuyas jornadas de trabajo no estaban sujetas a horarios determinados. Su espíritu maternal era bien conocido por las alumnas a las que acompañaba en sus angustias y realizaciones. Los profesores reconocían su tino directriz y la solvencia moral e intelectual en que se sustentaba. Supo crear un orden apacible, logrado sin imposiciones desconsideradas, una eficacia emanada del ejemplo y, en suma, un clima adecuado para el desarrollo de la inteligencia y del espíritu.
Por eso, su obra perdurable está en el alma de las generaciones de mujeres formadas a su sombra y a través de ellas, se proyecta mas allá del tiempo hacia la sociedad toda.
En 1962, contraviniendo su voluntad, se le tributó un multitudinario homenaje con motivo de cincuentenario del I.B.O.. A él adhirieron centenares de alumnas y ex-alumnas y docentes de todas las épocas del Instituto, así como otras figuras destacadas de la intelectualidad nacional.
En 1977, luego de 33 años al frente del Instituto y de casi 60 al servicio de la Educación falleció en Montevideo el día 6 de junio; apenas unos meses después de haber sido retirada por la fuerza de su puesto de Directora en el I.B.O..
Había llegado la hora de la Historia a la que sólo pasan los que lo merecen. En 1978 la O.E.A. le confiere post-mortem un Diploma honorífico "en reconocimiento a su eximia labor en pro de la integración de la mujer en el desarrollo nacional".
En 1982 se sanciona un Proyecto de Ley por el cual se designa con su nombre al Liceo Nro. 29 de la ciudad de Montevideo.
El liceo Nro. 29 invita a recorrer el local de la actual "Cátedra Alicia Goyena" (Pablo de María 1079) que fuera su hogar; allí están todos sus objetos personales, incluyendo el diploma conferido por la O.E.A.
La vida de Alicia Goyena y sus dotes profesionales merecen perdurar ejemplarmente en la memoria de los uruguayos porque se encarnan en un modo intransferiblemente nuestro de ser y de sentir la cultura como un puente seguro hacia la verdadera libertad del espíritu que la educación debe estimular, permitiendo que cada uno se desarrolle según sus riesgos peculiares y no según fórmulas o esquemas preconcebidos.

Discurso sobre Alicia Goyena (Hyalmar Blixen)

ALICIA GOYENA, el coraje de educar


El Instituto José Batlle y Ordóñez (IBO) cumplió noventa años el mes pasado. Fundado el 17 de mayo de 1912 con el nombre de Universidad para Mujeres, fue el primer liceo femenino que tuvo nuestro país. Por sus aulas pasaron todas las mujeres que desde aquellos tiempos se atrevían a desafiar a los hombres de su época y, respaldadas por el entonces presidente Batlle y Ordóñez, abrieron el camino de la educación al sexo femenino. El IBO, que generó profunda resistencia masculina, creció de la mano de una mujer que le dedicó su vida: Alicia Goyena. La directora, que durante cuarenta años literalmente vivió dentro del instituto, es recordada con inmenso cariño y respeto en el marco de los festejos de este año.
La instalación de la Universidad de la Mujer, como se la llamó en sus comienzos, costó cinco mil pesos de la época y se mantenía con 25.980 pesos por año.
Eran unas pocas mujeres de las más diversas edades las que se atrevieron a ir al liceo por 1912. No había límites en la edad de ingreso y algunas valientes se acercaron solas y ya con hijos al sistema educativo, mientras otras concurrían enviadas por su padres, hijas de familias desafiantes de la sociedad de la época. Margarita Martínez, actual directora de la institución, recuerda que cuando ella concurrió al liceo "tenía en primer año una compañera de 56 años de edad. Eso era muy malo porque la gente no podía integrarse", pero en los comienzos de la educación femenina "permitió que las adultas actuaran como guías de las de menor edad".


ESTUDIANTES "ABERRANTES"


Un local ubicado en la esquina de Soriano y Convención sirvió como primer sitio de alojamiento al IBO, que pertenecía a la Universidad de la República. Las mujeres que allí concurrían eran muy resistidas por la sociedad de la época, lo que quedó documentado en los artículos del diario El Día, donde aparecían los testimonios de legisladores que llegaban a calificarlas como "una aberración".
Pese a formar parte de la Universidad, el instituto brindaba una educación equivalente a la del liceo, con clases adicionales de tejido, crochet y otras manualidades "apropiadas" para mujeres. Aunque algunas se animaban a asistir a la Universidad y aspiraban a recibir educación profesional, el IBO todavía no apuntaba tan alto.
Sobre la década del veinte el colegio fue trasladado a la entonces calle Agraciada, al edificio donde hoy funciona el Instituto de Profesores Artigas (IPA), y adoptó el nombre de Sección Femenina de Enseñanza Secundaria y Preparatoria. Martínez, que estudió en ese edificio, recuerda: "Tenía todas las comodidades, con espacios para hacer deportes y salones que nos permitían acomodarnos bien. En aquella época se lo conocía como 'El Femenino'. Recién con el paso de los años se le puso el nombre de Batlle y Ordóñez".
Allí concurrían mujeres y niñas de todos los estratos sociales y barrios de la ciudad, ya que en principio se trató del único lugar donde podían estudiar.
Fue en esta nueva sede donde aparece, primero como profesora y después como directora, Alicia Goyena. Martínez la recuerda como "parte de la institución. Quiso tanto al IBO que dejó su casa, en la calle Pablo de María, y se fue a vivir al instituto. Tenía un cuartito donde dormía y el resto del día lo pasaba trabajando"

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UNA VIDA PARA EL IBO


Goyena, una joven profesora por aquellos años, comenzó a dar clases de literatura e historia en el IBO en el año 1918. En 1944 no dudó en aceptar el ofrecimiento del gobierno y asumió la dirección del instituto con toda su energía. En los 58 años que le dedicó, entre sus tiempos de docencia y dirección, concibió la educación como "algo global. Agregó materias que antes no existían". Martínez dice que en aquella época "asistir al IBO no era simplemente ir al liceo. Era prepararse para la vida".
La dedicación y actividad de Goyena fue reconocida muchas veces, pero alcanzó quizá su punto culminante en 1962, cuando el instituto cumplió cincuenta años.
En aquella ocasión el festejo se realizó en el auditorio del Sodre, donde la directora fue aplaudida de pie por cientos de alumnas y profesores. "Alicia es la zarza ardiendo que se quema sin consumirse nunca", dijo en aquella ocasión la docente Laura de Arce. En la crónica del diario El Día, el periodista que cubrió el evento afirmó que Goyena era "el símbolo que Batlle hubiera buscado para el instituto".
Pero llegó el año 1972 con la dictadura, y la imposición irracional de quienes ostentaban el poder pudo más que toda lógica. En 1976 el IBO fue trasladado a su sede actual, en Camino Castro 711, a dos cuadras de Millán. El edificio de ladrillo, edificado originalmente para que allí funcionara Magisterio, no tuvo lugar para Alicia Goyena, y sus 58 años de vida dedicados al instituto no pesaron en la decisión de destituirla.


NECEDAD DICTATORIAL


El Consejo Nacional de Educación (Conae) de entonces desoyó a los integrantes del anterior consejo, que habían realizado una excepción con Goyena en atención a su trayectoria y le habían permitido seguir trabajando. El rector Edelmiro Mañe y los consejeros Pedro Montero López, Julio Soto, Mortimer Quijano y Mauricio Schurmann recibieron en su momento cientos de firmas reunidas por profesores y alumnas pidiendo el mantenimiento de la directora. En aquella instancia, el Conae reconoció que Goyena era "un verdadero ejemplo de dignidad humana y profesoral, del que se enorgullece la docencia del país. Estima este consejo que el petitorio elevado a su consideración hace propicia la oportunidad para reconocer que tan significativo magisterio --por obra de un genuino 'amor paedagogicus'-- ha trascendido a un singular homenaje de respeto y admiración unánimes que comparte, por todos aquellos, profesores, funcionarios, alumnos, ex alumnos y padres de alumnos vinculados a la casa de estudios que tan dignamente dirige la profesora Alicia Goyena".
Sin embargo, poco tiempo después este consejo fue suplantado por otros representantes del gobierno dictatorial, para quienes las súplicas de profesores y alumnos fueron un pedido inútil. Pese a estar en muy buen estado de salud física y mental, la directora fue declarada cesante debido a la edad.
Sola en su casa de Pablo de María, alejada del liceo y las alumnas que habían sido su vida, Alicia Goyena falleció el 6 de junio de 1977, seis meses después de su destitución. Legó su casa al Estado, que instauró allí la Cátedra Alicia Goyena y utiliza el recinto para brindar conferencias y realizar exposiciones.
En su nuevo edificio, el IBO se convirtió en un liceo mixto de aspecto moderno y algo empobrecido. Sin embargo sus alumnos, que juegan al fútbol entre los pastos altos de un parque desparejo, reconocen que su instituto está profundamente unido a los nombres de José Batlle y Ordóñez y Alicia Goyena, un hombre y una mujer que se atrevieron a romper esquemas y a soñar con una educación para todas las uruguayas.
Margarita Martínez, actual directora del IBO, atesora la historia de Alicia Goyena, prolijamente recopilada en recortes de diarios y revistas de su larga peripecia vital.

ZITARROZA


Dicen que Zitarrosa nunca dejó el traje y la gomina, ni siquiera en los días más tristes, y dicen que al terminar cada recital confesaba su determinación de no cantar más. También se cuenta que jugaba muy mal al truco, que le gustaban los pájaros que pesan como un alma, y que gozaba como un chiquilín narrando chistes malísimos. Saltando desde Buenos Aires hacia distintos puntos del mundo pisados por ese hombre y artista de fama, el periodista Guillermo Pellegrino plasmó precisamente una biografía que aparece en el mercado cuando se cumplen diez años de la muerte del cantor criollo. Aunque no es el primer ejemplo de libro dedicado a narrar la vida y la obra de tal artista popular, el nuevo trabajo -a editarse en abril por Planeta- se promueve como el abordaje más completo. Cuatrocientas páginas y más de sesenta fotos, muchas inéditas.
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Guillermo Pellegrino aclara que es uruguayo y que se siente muy uruguayo aunque ha vivido desde niño en Argentina. El deporte, la vida social, la cultura artística y las vacaciones lo han ligado a esta tierra, además de lazos familiares, amistades y colaboraciones periodísticas.
Hoy no recuerda con precisión cuándo fue que escuchó por primera vez a Zitarrosa. Pero sí explica con ganas cómo se dedicó a estudiar su vida y obra.


COINCIDENCIAS


En el año '95 Pellegrino vivía en un apartamento bonaerense de Palermo y trabajaba como freelance para medios de Argentina v de Uruguay, mientras además, dos veces por semana, desempeñaba el magisterio -en calidad de alfabetizador- en una villa marginal conocida como Ciudad Oculta, uno de los lugares más pobres de la Capital Federal.
Ejemplos de música popular latinoamericana, entre otros del propio Zitarrosa, se escuchaban a diario en ese apartamento que Pellegrino compartía con un amigo y colega. Pero las guitarras de Zitarrosa comenzaron también a escucharse un día provenientes de un apartamento vecino, en ese caso ya integradas a una especie de ritual.
Después, otro día, primero de mañana Pellegrino oyó la música de Zitarrosa saliendo del mismo apartamento vecino. A la tarde, cuando ya estaba instalado en el galpón de clases del cantegril, sintió que en una casilla sonaban otra vez las guitarras y un violín, si bien entonces la música emergió más latosa, debido seguramente al pobre equipo de audio que la amplificaba.
A partir de ese repiqueteo -según Pellegrino- fue inevitable para el periodista sustraerse al impulso de investigar la figura que traspasaba fronteras de diversa especie: Santiago Vázquez, Lima, Montevideo, Buenos Aires, Madrid, México, Palermo, Ciudad Oculta.


PAPELES


Desde el comienzo, Pellegrino empezó a buscar materiales para un proyecto que tenía ya cierta intención de abarcar vida y obra de Zitarrosa. Pero aquello que nació como una fuerte inquietud se volvió obsesión, hasta absorber buena parte de cada día, durante tres años y medio. Así fue que a veces Pellegrino debió apelar a su ascendencia vasca, para encontrar por ejemplo una fotografía, un documento escrito o un testimonio tan escueto como quizás imprescindible.
La investigación incluyó el apoyo tecnológico de hoy, (por ejemplo para mandar un fax a Costa Rica y conectarse con Amanecer Dotta, un día socio de Zitarrosa al frente del local La claraboya amarilla). Pero el trabajo se realizó además mediante traslados a distintos puntos del planeta: desde Perú (donde Zitarrosa debutó antes de ser conocido), hasta Córdoba, Madrid o Santiago Vázquez.


VOCES QUE CUENTAN


El círculo que articuló Pellegrino alrededor del fuego de su obsesión supera un centenar de voces. En la lista aparecen locutores de radio y poetas. Hay músicos, directores de teatro, pintores, bailarinas, un psicoanalista, empresarios, publicistas, actores, periodistas, ex compañeros de escuela de Zitarroza, amistades, familiares directos -como ser la hermana- o ligados al entorno de su madre adoptiva.
Entre los nombres de artista más conocidos figuran en el libro, por ejemplo: Rubén Rada, Eduardo Darnauchans, Enrique Estrázulas, Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Victor Manuel, o Fernando Solanas.


ENCUENTROS


-¿Qué definición darías de tu libro?
-El que lea el libro se va a dar cuenta de que este trabajo contiene muchas horas de dedicación. Pasé momentos difíciles, sinceramente. Estuve mucho tiempo escribiendo, metiéndome en el personaje y teniendo que resolver un montón de situaciones espinosas.
-¿Cómo te recibió la familia o los amigos de Zitarrosa?
-Cuando vas por primera vez, te estudian. Y es correcto que se pregunten qué quiere uno, qué va a pedir. A algunos amigos tuve que ir a verlos tres o cuatro veces, antes de animarme a pedirles -por ejemplo- una carta. Con Nancy, la esposa de Alfredo, tuve una charla formal, me atendió muy bien. Pero claro, se habrá hecho la misma pregunta: ¿qué va a hacer este hombre?. Cuando el libro se termine, se lo voy a dar a la familia, por una cuestión de ética. De hecho, ellos ya respetaron mi trabajo
.
-En esas conversaciones que mantuviste con más de cien personas, ¿te cambió mucho la imagen de Zitarrosa a medida que fuiste avanzando en el trabajo?
-No, lo fui conociendo mucho. Porque yo no tenía una imagen muy definida, tenía más o menos la imagen que tiene todo el mundo. Creo que ahora lo conozco bastante, sin haberlo tratado nunca.
-¿No encontraste un testimonio que derrumbara esa imagen común, o que impusiera un manto de misterio sobre algún aspecto?
-No, porque esto no intenta ser un panegírico de Zitarrosa ni mucho menos. Por más que admire su obra, por ahí saltan algunos defectos que tenía en vida. Yo no los oculto, salen a relucir en este libro, como también por ahí aparecen momentos en los que él no actuó tan bien. En general, además, los testimonios fueron muy coincidentes respecto a distintas etapas de su vida. Por ejemplo, todos me dijeron que su etapa más negra se dio en Madrid.


GUITARRA NEGRA


-Zitarrosa representó a un artista amargo -¿no?- ¿Tenés anécdotas que reviertan ese retrato o que le agreguen otros matices?
-No. Lo que opino es que tenía una gran sensibilidad. Esa postura era toda una caparazón, se cubría para no ser herido, porque quería mucho las cosas. Y aparte tuvo un origen muy complicado, muy difícil en su niñez y su adolescencia. Pero, por ejemplo, le gustaba contar chistes.
Los que lo conocieron dicen que de pronto los chistes eran una porquería. Pero también dicen que su forma de contar esos chistes los hacían morirse de risa
-Hay quienes de pronto asocian con la Muerte a esa figura de cantor que conformó Zitarrosa, tan lúgubre como su Guitarra Negra, de las cosas más tristes que se deben haber compuesto.
-Escribió mucho sobre la muerte. Sí.
-Pero más allá de eso. ¿No te parece que él daba esa sensación luctuosa?
-Bueno, como todos, tuvo sus momentos. Al tener que irse en el '76, la pasó muy mal. Se fue y su familia se volvió.
Se separó de su familia y quedó solo en un apartamento, con sus tendencias depresivas. Después se reencuentra con su familia y está mucho mejor. Son momentos que va llevando. Pero sí, siempre, todo eso ocurrió tras ese origen suyo, muy complicado, cosa que lo hacía poner distancia. Sin embargo, era un tipo muy cálido, que amaba los animales. Llegó a tener un zorrino en su Casa del Prado, por los Setenta, y tuvo perros y gatos y no sé cuantos pájaros.


DE MILONGA Y CANDOMBLE


-¿Apareció en tu investigación algo, "pintoresco", para un relato quizás, pero de difícil confirmación?
-Sí, por ejemplo en cuanto al origen de él. Zitarrosa fue hijo natural, y hubo una versión de quién fue su padre. Pero no la manejé, me pareció que es parte del folclore, nada sustentable. También me pasó otra cosa. Gente que lo vio dos veces dice que fue amigo de Alfredo.
-¿En ningún momento consideraste tu propia imaginación para escribir esta biografía?
-No es una biografía novelada, por más que hay muchos pasajes que pueden dar esa sensación. La vida de él sorprende por sí sola.
-¿No llenaste algún vacío asociando datos?
-Cuando hice eso, también lo dejé dicho. Por ejemplo, supongo que a su vuelta de Perú lo robaron, porque yo recuperé en Lima cosas de él, como ser una nota de prensa firmada por Alfredo, pero que no apareció después en su archivo personal de esa etapa. Y saco esa conclusión porque él era muy metódico en ese tema, guardaba todo.
Algunos han también hablado de un aparente viaje de Zitarrosa por el Norte argentino, con unos antropólogos. Porque es cierto que le interesaba mucho el tema. Pero para mí, nunca hizo ese viaje, quedó en la etapa de planificación.
No tengo ningún documento, ni un testimonio que recuerde eso. También se ha dicho que escribió poesía para una revista de Córdoba. Yo encontré esas revistas de fines de los años Cincuenta, y no aparece ningún poema. Incluso conseguí hablar con quien era el director de la revista, y tampoco recordaba nada.
Tal vez, Alfredo tuvo la fantasía de hacerlo y no pudo. O de pronto dejó dos o tres poemas en la redacción, pero nunca se publicó nada. Más que a la imaginación, apelo entonces al sentido común. Y en eso, el género del ensayo deja puertas abiertas. Puede venir otro ensayista mañana y decir algo más.


AMIGOS Y AMORES


-En tu recorrida fuera de Montevideo: ¿encontraste a alguien que pudieras definir como gran amigo de Zitarrosa?
-Sí, por ejemplo a César Calvo, terrible poeta peruano, gran observador de la vida, un gran lector del alma humana; hay cartas. Otro gran amigo fue Marcelo Bazán, quien lo llevó a Córdoba y antes vivió en Montevideo. Trabajaron juntos en radio El Espectador.
Y también en Córdoba hablé con Mabel López, una mujer de sesenta años, locutora de radio Universidad, que allá lo ayudó mucho a Alfredo, en el '60. Creo que en algún momento estuvo muy enamorada de Alfredo. Pero es sólo una impresión mía.
Esa charla fue muy fuerte. No sabía cómo ubicar a esa persona, pero al final llegué a su casa el día en que ya me iba , a la 10 de la noche. Me contó por ejemplo que le había tejido unos buzos. Alfredo andaba con poco trabajo, comía unos sandwichitos en el bar que estaba abajo de la radio, gastaba poco dinero, y escribía en unas servilletas que el mozo dos por tres le sacaba.
-¿No mereció un capítulo el tema de los amores de Zitarrosa?
-Para mí, el amor de su vida fue su esposa. De hecho, le dio la alianza dos veces, se casó dos veces con ella.
Antes de eso, hay que contar sí que estuvo siete años con Iris Simone, una locutora de radio El Espectador.
Otro gran amor de su vida fue Alma Iralde, hermana de una maestra de escuela suya, cosa que se puede rastrear en su obra. Después, si hay otras cosas que lo conmovieron y eso se ve en alguna canción, lo digo también. Pero lo pasajero, realmente no me interesaba.
-¿Existió Stephanie? ¿Fue algo pasajero?
-Existió; fue una prostituta yugoeslaya que trabajaba en San Pablo. Pero descarto que la haya vuelto a ver. Se dijo que cuando Alfredo fue a actuar una vez a Porto Alegre apareció una mujer, preguntando por él a su representante.
Parece que se presentó como Stephanie. Pero, no sé, creo que la mujer verdadera nunca se enteró de que Alfredo le hizo una canción.
Si uno tuviera un poco de tiempo y posibilidades económicas, quizás se la podría ubicar. Yo sé cuál es el boliche donde la conoció Alfredo. Por otro lado, también hablé con la última compañera de él, con Cristina, arquitecta. Pero no voy más allá de lo importante, de lo que haya cambiado en algo la vida de Alfredo o aportado a su obra. No me interesaba hacer chísmografía.


FINALES


-¿El libro llega hasta la muerte de Zitarrosa y ahí termina?
-Sí; su muerte se precipitó de golpe. La noche anterior estaba de muy buen ánimo.
-¿Había dejado de fumar?
-Creo que en ese momento estaba fumando. Pero sí, intentó dejar, en Buenos Aires. Y también intentó alejarse del alcohol, pero nunca pudo hacerlo del todo.
-¿Ese asunto del alcohol derivó hacia otras historias que se manejen en el libro? ¿Hay algún episodio dislocado?
-Tengo, sí. Hay unas cartas donde él mismo dice que está borracho, y se nota en la letra.
-Y en cuanto a los estados depresivos, mezclados con el alcohol: ¿fueron muy lejos? ¿Llegó al intento de suicidio?
-No llegó a eso por el alcohol. Por lo menos, no lo sé. Pero sí pongo en el libro un tema difícil, un tema que en Uruguay es tabú. Ese tema es el que yo sentí que debía hablar con la familia, con las hijas. Yo no quería soslayarlo, pero tampoco dejar de hablar con Nancy.
Alfredo tuvo un intento de suicidio. No fue un rumor. Lo pude chequear con gente que estuvo en el momento del hecho. Pero no hice con eso una cosa amarilla, lo trato con mucho respeto.
-¿Supiste por qué no quiso nunca editar un disco de tango, cuando ahora se conoce que hizo grabaciones?
-Tengo un testimonio. Parece que alguien le dijo que las guitarras sonaban mal. Se calentó y bueno, no quiso seguir. Los siete tangos que aparecieron son los únicos que habría grabado.
-¿Qué otro Zitarrosa aparece en el libro?
-Aparece su etapa de actor, que después dejó; era muy incostante para ensayar en teatro. Y también pintó y dibujó. Le gustaba mucho la lectura de libros sobre animales y plantas. Coleccionaba caracoles. Viajaba a todos lados con una pelota de Peñarol y un busto de Beethoven.

ALFREDO ZITARROZA


1936 - 1989


Su Vida(Este texto es un resumen del publicado en el diario La República, el 17 de enero de 1998, por Eduardo Erro.)


El 10 de marzo de 1936 la señora Blanca Iribarne daba a luz un hijo natural a quién llamó Alfredo.A muy temprana edad pasó a vivir con el matrimonio Durán-Carbajal, cuyos integrantes Carlos y Doraisella, fueron considerados por Alfredo como sus verdaderos padres..."Mi padre y su Baldomir, mi madre y su hemiplejía"...dijo en 1977 al estrenar su impresionante Guitarra Negra.O cuando en 1980 en México escribió: "... Chamarrita de los milicos está dedicada a mi padre; la escribí de un tirón el mismo día que nació mi hija mayor... Carlos, quien habiendo sido hijo de coronel, había terminado de 'milico' en los años 40... no era mi padre y yo lo sabía. Era muy viejo para ser mi mejor amigo, pero cuando ya viudo me pidió que no lo abandonara, sentí que más que mi padrastro era mi hermano, y lo acompañé hasta el final...".Sus primeros años transcurrieron en el pueblo de Santiago Vázquez, muy cerca del río Santa Lucía. En los veranos sus vacaciones cursaban por el departamento de Flores, donde José Carbajal (hermano de Doraisella) trabajaba al servicio de los Irazábal.Ese entorno le dio a Alfredo un gran conocimiento del hombre de campo, a quien entendió, comprendió y por sobre todas las cosas fue fuente inspiradora de buena parte de su obra. Más de una vez dijo: "No soy folclorista; soy cantor popular uruguayo, y mi canto es fundamentalmente de raíz campesina; todo es milonga, milonga madre, madre incluso del tango y del candombe...".A los 8 años de edad "me enfrenté por primera vez con un micrófono en CX 44 Radio Monumental: las madres pagaban 10 pesos y los niños cantábamos los miércoles en el programa 'El precoz tenor' dirigido por Fernando Orejón. De ahí recuerdo a Jorge Riverón y a Manolo Guardia".De infancia cristiana, tomó la primera comunión en 1943 y llegó a monaguillo en tiempo de la escuela primaria. A esa edad, cuentan sus ex-compañeros, era común ver a un Alfredo que se divertía más con un microscopio que con una pelota de fútbol (en el exilio, sin embargo, fue una pelota y no un microscopio una de las pocas cosas que puso en su maleta al partir de Carrasco). Pero sin dudas, su maestra de 4º año, Esmeralda Iralde, forjó buena parte de la personalidad cultural de Zitarrosa: "Ella me enseñó a gustar de Fidias, de Beethoven, me enseñó a usar el microscopio...".En la edad liceal, Blanca Iribarne se casa con un ciudadano argentino de apellido Zitarrosa. De ahí adopta el apellido por el que todos lo conocemos. Coincidencias de la vida: el argentino Zitarrosa se llamaba Alfredo. Del matrimonio Zitarrosa-Iribarne nace la única hermana de Alfredo: Cristina Zitarrosa.Sus años liceales transcurren por el Liceo D.A. Larrañaga, el nocturno del Liceo Zorrilla, la Facultad de Humanidades.A los 18 años ya huérfano de padres adoptivos y viviendo con su madre en la calle Yaguarón, y... "a raíz de una conversación telefónica con el novio de una amiga de mi madre de apellido Herrera si mal no recuerdo", es propuesto para dar una prueba en CX 10 Radio Ariel. Salva la prueba, es locutor, y hasta que se aparta de esa profesión luego de ininterrumpidos 10 años, su voz se escucha por CX 32, 36, 14, 18, 20, 8 y cabina de Canal 4 Montecarlo.Polifacético como muy pocos uruguayos, excepcional autodidacta, lector empedernido y con una cultura infrecuente entre sus colegas, gana en 1958 el premio municipal de poesía. El tribunal estaba integrado por Juan Carlos Onetti, Laura Cortinas y Vicente Basso Maglio, poeta simbolista, anarquista, que escribía los editoriales de CX 14 que Alfredo leía.En 1961, fallece Vicente Basso Maglio: el editorial de la radio diría que el programa cesaba por la muerte de su autor. Alfredo publica una carta en los semanarios Sol, Marcha y Lucha Libertaria, donde dice: "El programa no había cesado por la muerte de su autor, sino que el autor había muerto por cese de su opinión". Por el contenido de esa carta y por otros detalles fue "cesado con renuncia" en CX 14. Años más tarde, por el contenido de esa carta, es contratado por Carlos Quijano como periodista de Marcha.Con lo que cobró por la indemnización, proyectó un viaje a la Cuba post Batista; sin embargo solamente llegó hasta Perú donde trabajó como periodista en "7 días" y "Oiga" de Lima. "Dejé ese empleo para irme con un gringuito que estudiaba antropología, en su automóvil por la Panamericana hasta Mexico, donde un amigo, el gordo Dotta, me mandaría los pasajes para ir a Cuba. Pero a último momento, al gringuito no le dejaron sacar el vehículo, que era un jeep, porque era un material de deshecho del ejército peruano. El lo vendió, se fué en avión a EEUU, y yo quedé en 'banda', sin viaje, sin dinero y sin empleo. Un amigo, César Durán, sin conocimiento mío, me anuncia como cantor en el show de Tulio Loza en el canal 13 Panamericano de Lima; canté dos canciones: Guitarrero y Milonga para una niña, cobré 50 dólares y ahí debuté como cantor". "Sin embargo mi primera canción la compuse por 1960: Recordándote, una zamba compuesta como si la cantaran Los Chalchaleros y dedicada a un compañero de CX 14 que estaba ennoviado con una amiga mía"."Al regresar a Uruguay, fuí locutor de cabina y luego locutor de cámaras en Montecarlo TV Canal 4. También escribí cuentos en Acción y fuí periodista en Marcha, donde por encargo de Hugo Alfaro, entrevisté a Silvie Vartan, George Maharis, Don Atahualpa, Onetti, Gabito, etc.".Por esos años se edita el primer disco de Alfredo, un disco doble, lo que en esa época se conocía como "extended simple". En la cara A figura Milonga para una niña y El Camba; en la cara B, Mire amigo y Recordándote.A partir de ese momento, infinidad de canciones y decenas de discos se editarían en Uruguay, Argentina, España, Venezuela, México, Chile, que se escucharían por todas partes del mundo. Países tan disímiles en costumbres e idiomas como Australia,Canadá, Italia, EEUU, Francia, Brasil, Alemania, y todos los países de habla hispana, conocieron, disfrutaron y aplaudieron a este artista. Algunos países, a nivel oficial, desprendidos de toda connotación que sea exclusivamente artística, lo recuerdan y ubican en su justa medida, más aún que en su propia tierra natal.Una de las más grandes alegrías de Alfredo, la vivió el 27 de enero de 1970 cuando nace su hija mayor: Carla Moriana. Se había casado con Nancy Marino el 29 de febrero de 1968 ("así festejo cada 4 años"). Casi cuatro años después de haber nacido su primera hija, repite esa alegría, el 12 de diciembre de 1973, cuando nace su hija menor, María Serena. Sus dos hijas fueron inspiradoras de dos bellísimas canciones: Para Carla Moriana y María Serena mía.El 20 de julio de 1970 es otra fecha importante: Zitarrosa debuta en Buenos Aires en el teatro ABC de Esmeralda 506 y Lavalle y repite su actuación una semana después.Los comentarios en varios diarios argentinos de artistas internacionales son concluyentes, Atahualpa Yupanqui: "Milonga del solitario la canta mejor que yo"; Joan Manuel Serrat: "Lo considero el poeta más importante de América Latina".En febrero de 1971 hace pública su adhesión al Frente Amplio, y en agosto de 1971..."hace una semana que me afilié al MPU del FIDEL. Al FIDEL lo voté en el 62 y el 66. Vivo aquí, en la playa, en casa de la familia de mi señora. No pago alquiler, y hoy de noche se inaugura en mi casa un comité de base".Luego de casi cuatro años de no poder trabajar en su país, el 9 de febrero de 1976, se autoexilia, comenzando ahí la etapa más desgarradora, más injusta, de todas las que le tocó vivir. Serían 8 años, 1 mes, 3 semanas y 1 día que Argentina, España y México lo hospedarían fisicamente: "Mi corazón y mi mente están en Uruguay. Yo vivo aún en Montevideo. Trabajo de cantor popular exiliado. Soy cantor popular exiliado".Reconocimiento de gobiernos, aplausos de pueblos de todas las latitudes, respeto y admiración de maestros musicales, guitarristas, periodistas, etc. fue la tónica común en todo ese período. Todo eso aunado a una defensa a ultranza de la democracia y la justicia que se había perdido en Uruguay.Y el 31 de marzo de 1984, apenas pasadas las 14:00 hs., en el Aeropuerto Nacional de Carrasco, el pueblo uruguayo nuevamente se encontró con su cantor. Decenas de miles de orientales salían ese día a la rambla de Montevideo para demostrarle al mundo que más de 8 años no alcanzaron para romper una relación humana cantor-pueblo, cuando ella es espontánea, sentida, fuerte, real.Ese mismo pueblo que casi 5 años después, el 17 de enero de 1989, volvió a salir a la calle para ubicarlo para siempre y, como sucede sólo con algunos, en la inmortalidad.

martes, 1 de mayo de 2007



Prohibido para nostalgicos


El London- París


Allá en el amanecer del siglo XX hizo su aparición en la escena montevideana. En su clásica esquina de 18 y Río Negro, una gran tienda y bazar vendía lo mejor de Uruguay y lo más bonito que llegaba de "las europas" como decía un speaker que le hacía propaganda en la radio El Aguila. El London París, esplendor y leyenda en la Vieja Capital. Su crecimiento fue rápido y a nadie extrañó cuando construyeron, pegado a sus instalaciones, un edificio con enormes ventanales de vidrio sobre Río Negro. Desde la calle se veía los maniquíes luciendo la elegante vestimenta con telas francesas o de Inglaterra.
En la ropa de los caballeros, el casimir inglés era ineludible. Ya sea en su edificio esquinero o en el anexo, la tienda mantuvo un estilo traído de los más añejos comercios de Londres y París. Una sección por piso, casi ninguna vitrina y la mercadería se ubicaba entre los clientes que la miraban y tocaban bien de al lado. Sentías la suavidad de esa tela y podías degustar un champagne de Lyon antes de comprarlo. Las niñas acurrucaban las muñecas de porcelana que luego dormirían en sus brazos por largos años. Esa gran tienda se visitaba piso por piso en compañía de un elegante empleado que acompañaba al cliente y lo dejaba en manos de un colega cuando cambiaban la sección. Se abría el gran ascensor central y bajaban los matrimonios con sus hijos que antes habían comprado telas y ahora se deslumbraban ante la cristalería de Checoslovaquia. También platos, jarras y pocillos británicos que luego pasarían de generación en generación cuidándolos como un tesoro. Se pasaban horas recorriendo sus secciones y nadie tenía apuro. Sabían que el cliente en compañía de esos educados vendedores y vendedoras terminaba teniendo un trato casi de amistad con ellos. Así es que los clientes habituales apenas llegaban desde la calle ya estaban pidiendo por tal o cual empleado de su confianza.
El London París también siguiendo una tradición de las grandes tiendas europeas, editaba todos los años un gran catálogo. En unas enormes páginas cubiertas con duras tapas de cartón se registraban las novedades y de todos los productos se mostraban los precios que permanecían invariables. Era enviado al interior del país donde la gente compraba "por catálogo" como le decían en aquellos tiempos. Sus tradicionales camionetas recorrían la ciudad y por las fiestas hasta tenían un vagón de ferrocarril que repleto de regalos recorría los departamentos. La competencia le surgió cuando apareció Introzzi en Rondeau y Galicia. Fue entonces que el London París se volcó a un perfil más aristocrático y se inclinó hacia el público más pudiente dejando lo popular en manos de su competidor Introzzi. Días en que llegaban a la esquina de 18 y Río Negro las colecciones enteras de los modistas franceses. Pero el mundo estaba cambiando, la guerra había finalizado y aparecía una palabreja llamada crisis. La Leyenda del London terminó por fines de los 60 con una descomunal liquidación que el publicista Lito Imperio llamó "la Multi", donde por chirolitas podías comprar lo que quedaba de sus linajudos productos. Con más recuerdos y música los esperamos en la 1410 AM LIBRE. *


LUIS GRENE

EL LONDON-PARIS Y EL CADETE


Fue en los comienzos del siglo XX que abrió sus puertas en la ciudad de Montevideo una casa comercial, que dentro del rubro tienda, llegaría única por sus sistema de ventas, como por la publicidad empleada. Comenzando con un reducido número de empleados fue progresando hasta contar nada menos que con un personal que sumaba los mil quinientos empleados. Es de destacar a los pioneros de esta hazaña comercial, ellos fueron Casteres y Siri, luego Pedro Tapié.Supieron imponer para ello unos estatutos, los cuales llegarían a tener vigencia hasta transcurrido medio siglo.Cabe destacar que la base de esta firma comercial consistía que nunca tendría dueño, sino que sería de los empleados y que el director sería aquel funcionario que contara con mayor capital en la empresa. Esto es tan solo una síntesis de lo transcurrido, pues dentro de ese período habría que emplear varios capítulos para poder redactar todo lo acontecido en ese lapso.Veamos lo que el sistema le exigía a sus empleados, para poder pasar a la anécdota que motivó esta nota, la cual está relacionada con el fútbol. La casa a la cual me refiero estaba ubicada en la Avenida 18 de Julio esquina Río Negro y era el legendario “London París”.En aquel entonces representaba un orgullo para cualquiera saberse empleado de esta prestigiosa casa.Como demostración de la disciplina allí existente diré que a todo empleado se le entregaba un librito que contenía el reglamento, el cual debía ser respetado por todo el funcionariado.London paría tenía en todas sus puertas cadetes con su respectivo uniforme y cuyo cometido era la máxima atención hacia el cliente.Si el cliente salía con paquetes se le ofrecía llevárselos hasta el auto, si lo tenía.. En días de lluvia, al para un coche y descender una dama, el cadete se dirigía hacia ella con un paraguas para protegerla de las inclemencias del clima.Una de las reglas establecidas en el reglamento consistía en el trato entre el personal; el mismo debía tratarse de “Usted” y siempre empleando la palabra “Señor”, fuera cual fuera el cargo que ocupara.Uno de esos cadetes jugaba en la reserva del club Peñarol. En lo que sería un glorioso domingo para este joven, debutó, con destacada actuación, en Primera División, logrando destacarse como un crack.En aquel tiempo el único medio gráfico existente era la prensa, por lo que “El Diario” de la noche publicó una gran foto del jugador, quitando una pelota a un adversario. Es fácil imaginar su alegría, no solamente por su triunfo, sino por lo que a partir de ese logro le deparaba su porvenir.Al día siguiente, lunes, entre los aplausos y felicitaciones de amigos y admiradores comienza su tarea. Es llamado por la Dirección, ya frente al Director y Gerente de la empresa le hacen notar que no es correcto que gaste así sus energías, en el fútbol.-Por lo tanto, “Sr. Gutiérrez” usted debe optar por el London París o Peñarol.El moreno no dudo un segundo, levantando los brazos gritó con todas sus fuerzas:-Peñarol que no ni no!!!De esa manera dejó la casa que muchos se sentían orgullosos de pertenecer a su personal.
"Añoranzas" por Juan Carlos IglesiasEspecial para Letras-Uruguay


El premio Planeta y el caso Piglia


Las cenizas del Liberaij
sobre el cielo de la literatura


En noviembre de 1997 Ricardo Piglia ganó el premio Planeta de Buenos Aires con su novela “Plata quemada”, basada en la historia de los porteños que ocuparon el Liberaij. Dicen que aquellos argentinos antes de morir acribillados quemaron el dinero de su botín, y que la foto de Piglia con un cheque gigante por el equivalente a 40 mil dólares arrastraba consigo esa gratuidad y alevosía. Esta es otra historia de la orilla escandalosa, de las que aquí no pasan, no pueden pasar. ¿O sí? Carlos María Domínguez
El episodio es conocido por su rumor y su sospecha. Se dijo entonces que el premio Planeta estaba arreglado, como el de España, bajo la premisa de que ninguna editorial pone tanto dinero (600 mil euros, en la madre patria) sin garantía de recuperar una parte importante de la inversión. Pero el tópico siempre ha sido más fácil de inferir que de probar.Lo que ocurrió en Argentina es que meses antes de conocerse el fallo, en una nota aparecida en Radar Libros (Página 12), Ricardo Piglia contó el argumento de su próxima novela y anunció que a fin de ese año la publicaría Seix Barral (sello del grupo Planeta). Se rumoreaba que en 1994 había celebrado con Espasa Calpe (otro sello del grupo) un contrato de 100 mil dólares por los derechos de edición de su obra literaria, tres nuevos libros y una nueva novela.En la noche de la entrega del premio unos seiscientos invitados colmaron el roof garden del hotel Alvear para compartir la ceremonia y una cena fría. Entre ellos, Gustavo Nielsen, nervioso y a la expectativa porque su novela El amor enfermo había quedado entre las diez finalistas. Conocido el fallo, de su decepción nacieron unos cabos que no demoró en juntar. Sin duda, se trataba de la novela que Piglia había mencionado en la entrevista de Radar Libros. Pero si un artículo de las bases del concurso impedía que participara cualquier novela previamente contratada con otra editorial, ¿cómo había competido Plata quemada? La extraña postergación de la fecha de cierre para la recepción de originales, ¿habría tenido que ver con la posibilidad de que Piglia terminase su novela y la presentara? Nielsen preguntó a María Esther de Miguel, integrante del jurado, qué le había parecido su novela. De Miguel contestó que no se la habían pasado. La respuesta fue excitante porque la pregunta no era inocente. En la edición anterior, Nielsen había quedado finalista con otra novela, La flor azteca, y en medio de la fiesta se había acercado a Mario Benedetti, integrante del jurado como en la edición 97, con la misma pregunta. Obtuvo la misma respuesta. Días más tarde lo llamaron de Planeta para explicarle que compensarían el error con la publicación de la obra, como en efecto hicieron. Eso había ocurrido en 1996, pero que por segunda vez el gran jurado no leyera una de las diez novelas finalistas, más que una fatalidad le pareció una estafa. Presentó una demanda en la Cámara Civil contra la editorial Planeta, contra Guillermo Schavelzon, entonces director editorial, director del jurado y organizador del certamen, y contra Ricardo Piglia.Poco después de la adjudicación del premio, los rumores sobre el cuestionado fallo tomaron estado público en una investigación de la revista Tres Puntos, Schavelzon abandonó la editorial para convertirse en agente literario, Piñeyro filmó una película sobre la novela y Blanca Rosa Galeano, involucrada en los hechos narrados en Plata quemada, presentó una demanda de un millón de pesos, irritada por las características viciosas que le adjudicaban a su personaje. La petición fue desestimada por los jueces en julio de 2003, luego de justificar la necesidad de “preservar el derecho de Ricardo Piglia de contar la historia tal como fue concebida”. El episodio y sus derivaciones se olvidaron con el tiempo porque nunca faltan en Buenos Aires noticias de qué ocuparse, hasta el 28 de febrero pasado, cuando la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil (sala G) dictaminó que no se habían respetado las bases del concurso, se burló la buena fe y el certamen estuvo viciado por falta de transparencia, existiendo “demostradas muchas circunstancias que revelan la predisposición o predeterminación del premio a favor de la obra de Ricardo Piglia”. Condenó a los demandados a pagar a Gustavo Nielsen 10 mil pesos (3.400 dólares), más los intereses desde el 28 de abril de 1998, y las costas del juicio. En la primera instancia el fallo había sido absolutorio, en esta segunda instancia se resolvió la condena y la editorial Planeta apeló ante la Corte Suprema, que aún no se expidió. Es la primera vez que el Poder Judicial interviene en un certamen literario.DINERO FANTASMA. La sentencia de la Cámara resucitó la polémica por el premio Planeta 1997, Piglia y Nielsen cruzaron declaraciones y argumentos en la prensa, circuló una solicitada de apoyo a Piglia (entre sus firmantes: Carlos Altamirano, Germán García, Osvaldo Bayer, León Ferrari, Tito Cossa, Juan José Saer, León Rozitchner, Daniel Samoilovich), otros escritores apoyaron a Nielsen (Rodolfo Fogwill, Carlos Chernov, Elvio Gandolfo, Ana María Shua), otros cuestionaron los procedimientos de los concursos y se conocieron detalles de la investigación judicial.Los jueces comprobaron el pago de 100 mil dólares que Espasa Calpe abonó a Piglia por los derechos de Plata quemada y la futura novela, la mitad efectivizada en 1994, el resto en 1995, y consideraron que debió ser inhabilitado por la cláusula que lo prohibía expresamente. Más decisivo resultó que la defensa no pudiera presentar ni el recibo por la recepción del original de Piglia, que llevaba el título “Por amor al arte”, bajo el seudónimo de Roberto Luminari (el autor afirma que la presentó el 20 de agosto y recibió el número 111), ni el cheque por 40 mil pesos (entonces, equivalentes a dólares) que debió cobrar por el premio.Ambas ausencias, sumadas a otras consideraciones, determinaron que la Cámara llegara al convencimiento de que “dicha producción no había generado el rédito inicialmente previsto, de manera que se vislumbró la posibilidad cierta de una razonable recomposición patrimonial mediante la adjudicación del premio correspondiente a 1997 a la obra de Piglia, acompañada con amplia publicidad de méritos y difusión”. En criollo y según Nielsen: el autor premiado no habría cobrado ningún premio, puesto que la suma habría quedado incluida en los adelantos que ya le habían pagado, y la editorial usó la expectativa de los concursantes para promocionar las ventas de Plata quemada.“No quería hacerle juicio a Piglia –declaró el querellante a la prensa–, pero era inevitable si quería llevar adelante la demanda. Le hice juicio a Guillermo Schavelzon, quien, tres meses después de haber dado el premio a Piglia como directivo de Planeta, ya aparecía como su agente literario.” Radicado en Barcelona, Schavelzon no hizo declaraciones y se limitó a recordar los miembros del jurado que premiaron por unanimidad la novela. Piglia, notoriamente acosado en su prestigio, comparó a Nielsen con un personaje de “El Aleph”, Carlos Argentino Danieri (“el típico escritor arribista retratado por Borges”), argumentó que si la novela hubiera estado contratada eso no garantizaba que ganara el concurso, y que en todo caso, la cláusula impedía el contrato con terceros pero no con la misma editorial. Planeta calificó al fallo judicial de “arbitrario”, reivindicó que el objetivo del premio es “fomentar la cultura argentina y promover autores noveles”, y aguarda la decisión de la Corte Suprema.LOS JURADOS INVISIBLES. Entre las consideraciones de los jueces, un sayo les cayó a los jurados del concurso –María Esther de Miguel (fallecida), Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez, Augusto Roa Bastos y Guillermo Schavelzon– por “su menguada participación”. No establecían las bases que un grupo de especialistas preseleccionara diez finalistas entre el total de las 264 obras recibidas, prácticamente desconocidas por el jurado.Es probable que la observación introduzca futuros cambios o aclaraciones en las bases de los concursos literarios, porque el procedimiento es de uso en los certámenes que convocan gran cantidad de originales. Tal como calcularon los jueces de la Cámara, si cada jurado hubiera leído las 264 obras presentadas, a la razón de dos por semana, habrían demorado dos años y medio, y si lo hubieran hecho en los dos meses que corrieron, “cada jurado hubiera debido leer más de cuatro obras por día, lo que resulta humanamente imposible”.Normalmente, los organizadores contratan entre diez y veinte lectores con algún grado de profesionalización para que realicen el descarte y promuevan a los finalistas que llegan al jurado, con la paradoja de que el grueso de las obras es entonces juzgado por un tribunal invisible y de ignorada calificación, y apenas diez por el jurado declarado. “Estoy seguro de que este sistema ha dejado afuera a más de un Borges”, dijo hace poco Andrés Rivera. “Ganar un premio es como sacarse la sortija”, explicó.Un ejemplo, por lo reiterado, pesadillesco, le pertenece al propio Gustavo Nielsen. Ganó el premio Tusquets de cuentos, pero después de que el jurado pidió rever todas las obras por considerar que ninguna de las finalistas valía la pena. A Carlos Gorostiza le tocó vivir las dos situaciones. “Cuando gané el premio Planeta de Buenos Aires en 1999, me enteré de que fui premiado de casualidad. Mi obra apareció recién en una segunda etapa, porque al jurado no le gustó lo que recibió de la preselección.” Designado posteriormente en el tribunal, tuvo que insistir para tener acceso a más obras, entre las que surgió la de Liliana Escliar, premio Planeta 2000. Desde entonces se niega a integrar cualquier jurado para eludir un absurdo: “Es como transformarse en una suerte de semidiós, de una religión que se desconoce”.No son pocos los escritores de reconocida trayectoria que han sido descalificados en la preselección y se quejan del procedimiento, aunque siempre resulta más consolador ser rechazado por un ignoto lector que por un notable de las letras. A todas luces, sin embargo, quien envía una obra a un concurso no busca consuelos.Por inviable que resulte demorar dos años y medio el fallo de un concurso literario, es notorio que la falta de explicitación del procedimiento en las bases, y el anuncio de jurados de prestigio como garantía de calidad y norma, promueven una imagen que a menudo carece de respaldo. Como en algunas oportunidades irrumpe la excepción, goza la quimera a la que por naturaleza son proclives los escritores, del modesto alimento que necesita para sostenerse en pie. Siempre que los jurados no se muestren dóciles a las presiones editoriales y mientras no se encuentre un sistema mejor, su voluntad de leer más obras que las promovidas a finalistas parece ser la única expectativa de amparo para los participantes, con el beneficio de defender el prestigio de su criterio literario.¿O SÍ? El trámite en los concursos literarios uruguayos dista de las excitaciones de los grandes mercados editoriales, aunque no le faltan problemas en los que enredarse. Los que organiza todos los años la Intendencia de Montevideo, el Ministerio de Educación y Cultura y la Fundación Lolita Rubial con la Intendencia de Lavalleja y Ediciones de la Banda Oriental, aportan la modesta cuota de incentivo a los escritores nacionales con premios que hoy rondan los 30 mil pesos, además de otros certámenes ocasionales u honorarios como el Bartolomé Hidalgo, que supo gozar de prestigio, fue herido de muerte por un vendaval de críticas a sus procedimientos y hoy sobrevive prescindiendo de un jurado técnico a cargo de la Cámara del Libro.En 2002 la editorial Alfaguara y la embajada de España organizaron el premio Onetti, dotado de 5 mil euros, pero se discontinuó por la incorporación de Julio María Sanguinetti al jurado de la segunda edición, con la conocida negativa del resto de los jurados a acompañarlo, lo que constituyó un curioso hito de resonancias intelectuales y políticas en la historia de los certámenes uruguayos.En la edición de 2002 la editorial Alfaguara contó con un jurado de preselección que eligió cinco finalistas, pero en el resto de los concursos los jurados suelen leer la totalidad de los originales o, como se ha convertido en norma de uso no explicitada, cada uno lee una porción del total recibido y promueve los mejores textos para que los lean sus colegas. El procedimiento ha sido cuestionado por convertir a una sola persona en árbitro exclusivo de los textos que le toca leer. Sin embargo, los mayores problemas derivan de la reiteración de los nombres de los jurados y de los ganadores, su entrecruzamiento, los estrechos vínculos que mantienen entre sí y las sospechas de amiguismo que provocan toda clase de susceptibilidades.A diferencia de lo que sucede en las grandes metrópolis, la dificultad la aporta el reducido tamaño de la vida literaria. Las mismas personas hoy ganan un premio otorgado por un amigo y mañana se lo adjudican a otro, o al mismo, en calidad de jurado. Se hayan presentado los originales con o sin seudónimo, la responsabilidad intelectual se ve acosada por la proximidad de los vínculos en la aldea. Uno conoce el estilo del otro, cuando no directamente la obra, o el tema, porque se lo comentó en un café; unos son jurados en un género, pero participan como concursantes en otro, y al ganador y al jurado los han visto riendo en la calle, de modo que para los que pierden, el resultado, en principio, siempre es sospechoso.Quien juzga sin equidad, encuentra muchas ocasiones de devolver favores y desarrollar una política personal con el dinero de terceros. Quien lo hace con nobleza, rara vez lo hace en estado de ingenuidad. Sabe que debe probar su imparcialidad. Su juicio es, al mismo tiempo, una defensa. Si para tres millones de uruguayos el delito debe ser probado, para los miembros de la cofradía que alternan los distintos géneros literarios, lo que ante todo se debe probar es la inocencia.A unos se los acusa de arbitrarios y a otros por demasiado ecuánimes. La indivisibilidad de los premios o el criterio de darlos compartidos configura un capítulo asordinado e insidioso de la vida cultural. Esta paradoja ha creado una templanza y un malestar. Un enredo de paranoias, pruritos, suspicacias, favoritismos y galimatías de normas contra los vínculos personales, porque siempre será más fácil repartir cien pesos entre mil personas que uno entre cuatro.El correo de lectores de BRECHA recoge anualmente acusaciones contra los premios del mec, sospechados de una u otra implicancia, como la que hace poco motivó la polémica entre Federico Rivero, Rafael Courtoisie, Hebert Benítez y Mariela Nigro. Las nuevas autoridades del mec revisarán la normativa de sus concursos para desterrar situaciones ambiguas y hay voluntad de que los escritores pertenecientes al organismo no concursen con sus obras en las distintas categorías, sean jurados o no.Los criterios que rigen los certámenes de la Intendencia tampoco dejan de modificarse en busca de una transparencia mayor. La competencia de ensayos éditos con inéditos ha provocado no pocos problemas; en algunas ocasiones se han premiado autores fallecidos y en su última edición Pablo Rocca apeló el fallo que le otorgó un premio compartido con Carina Blixen. Alegó que las bases indicaban un premio indivisible y la Intendencia debió abonar el monto completo a los dos ganadores.No es plausible que una editorial establezca un premio de esa suma en Uruguay ni que se manipule con alevosía sin que al otro día se conozca el color de la camisa que vestían los contertulios a la hora de la transacción, pero cabe asumir que cada sociedad encuentra su virtud y su tormento cuando se trata de hacer girar el mundo y, desde luego, repartir premios.


El tiroteo en el "Liberaij"

El fin de los hampones, acribillados y maldecidos por la multitud enardecida
Fueron catorce horas en medio del infierno aquella noche de noviembre de 1965. Difícilmente quienes fueron testigos o protagonistas directos o indirectos del hecho puedan olvidarlo.
JUMA
Mario Malito (que no estuvo en el Liberaij, pero integraba la banda), Marcelo Brignone, Jacinto Merella y Héctor Dorda, los tres muertos en el apartamento.
Tercera y última parte Resumen de lo publicado
De acuerdo con un informante que a su vez gozaba de la confianza de tres peligrosos pistoleros argentinos, la policía logró "encerrarlos" y sitiarlos en el apartamento 9 del edificio Liberaij de la calle Julio Herrera y Obes 1182.Intimados a rendirse no sólo no lo hicieron sino que desataron uno de los hechos más violentos que hasta ahora recuerda la historia policial. Un infierno de pólvora, gases y sangre, se desató entre sitiados y sitiadores. Los tres pistoleros cayeron en su ley, acribillados, pero dos agentes policiales pagaron también con su vida el altísimo precio de aquella luctuosa jornada.

¿Qué pasaba adentro del apartamento 9?
'Mientras todo Montevideo se conmocionaba y decenas de miles de personas llegaban hasta las inmediaciones del edificio atraídas por los informativos radiales que minuto a minuto iban dando las noticias que se sucedían en el lugar, en el interior del apartamento 9 del Liberaij, fuertemente armados, según se dijo, los tres pistoleros argentinos se amurallaban en su vieja experiencia. Varias difíciles como esta tenían en su historial y de todas habían salido airosos. Sabían (o creían) que contaban con el tiempo a su favor y alcoholizados o drogados (nunca se supo exactamente sobre ello) se les escuchaba reír y maldecir desde las entrañas de su escondite.
Ráfagas de poderosas armas "barrían" los pasillos cercanos y los distintos ángulos de las ventanas del inmueble. Mientras tanto en los pisos restantes y en los apartamentos linderos, familias enteras se encontraban al borde de la desesperación, atemorizadas, sin saber a quién o adónde recurrir. Nadie se animaba a asomarse ni a intentar huir del lugar.
La angustia era por partida doble, cuando muchos de los habitantes del lugar regresaban de sus trabajos en horas de la noche y se encontraban con la novedad que no podían ingresar a sus viviendas, mientras dentro de ellas sabían que estaban sus seres queridos inmersos en la vorágine de aquel desastre. Hubo incluso algunas reacciones violentas contra los efectivos policiales de alguno de los recién llegados, que pretendían de todas formas acudir junto a sus familias sin medir el riesgo. Sin embargo los agentes estaban obligados a cumplir sus órdenes y a no permitir el paso de nadie. Unos pocos vecinos lograron ser evacuados por medio de una escalera mecánica del cuerpo de Bomberos. Pero fueron los menos.
Una de las vecinas, Amanda Marino de González que habitaba el apartamento 13 del edificio declararía posteriormente a un medio de prensa de la época, que se encontraba sola en su vivienda cuando se inició el tiroteo. Contaba que a lo único que atinó fue a sentarse adentro del baño y allí estuvo toda la noche hasta que en un determinado momento perdió conciencia de sus nervios. "Tanto fue así -decía- que me encontraba tomando mate y no sabía si lo hacía con agua caliente o fría, tal era mi estado de inconsciencia e insensibilidad. Mi tranquilidad renació cuando por la ventana que da a la calle vi a mi marido caminando ansiosamente, el también me vio y en los dos prevaleció el autocontrol"
"Cuando sentí las primeras explosiones de las bombas lacrimógenas -agregó- creí por el humo que se trataba de un incendio, pero después hubo otras explosiones, después las detonaciones de las armas de fuego y después todas aquellas fatales horas..."

Pánico y terror entre los vecinos
Las reacciones también fueron diversas entre los vecinos, víctimas inocentes del trágico episodio. Por ejemplo la señora Petrona Pintos de 75 años de edad, cuando todo comenzó se encontraba en el apartamento 22 del Liberaij, propiedad de la familia Trelles Goldemberg, sola con dos niños pequeños a su cargo. El resto de los habitantes de la unidad estaban en ese momento fuera del lugar.
La anciana señora asistió desde el comienzo a todo el terror de la pólvora, los gases, el fuego, las idas y venidas, los gritos, los insultos, las maldiciones y en un momento de pánico, la desesperación la llevó a tirarse descolgándose por uno de los tragaluces. Finalmente logró ser convencida por uno de los agentes de la Guardia Metropolitana para que desistiera de su intento y tratara de protegerse dentro del apartamento hasta que todo pasara.
Los policías y bomberos trataban incluso en medio del tiroteo, de evacuar al menos algunos vecinos, ya que se temía que los pistoleros acorralados decidieran tomar algunos de ellos como rehenes, lo que agravaría la situación.
Entre todo el pánico generado hubo también situaciones insólitas, como las señoritas Batto, dos hermanas que vivían en uno de los apartamentos posibles de evacuar, que no aceptaban salir de su domicilio si no era acompañadas de sus perros a los que se negaban a dejar abandonados en tales circunstancias.
El coronel Roberto Ramírez de la Guardia Metropolitana relataría luego de esta forma los últimos momentos: -"Serían las 4 de la mañana y mi objetivo seguía siendo el no permitir salir a los delincuentes. En cuanto a quiénes fueron los que finalmente los eliminaron, fueron los agentes de la 'Metro', Dutria y Puerto, con tres ráfagas disparadas desde adentro del apartamento 12 a través de las dos puertas, la del 12 y la del 9.Los pistoleros se encontraban junto a la puerta. Era su único refugio. A este punto no llegaban las balas que se le disparaban desde todos los demás ángulos posibles. Cuando por unos 10 o 20 minutos reinó el silencio pude ver al otro lado de la puerta deshecha las piernas de los delincuentes, entonces di la voz de alto el fuego".
"Aunque podían no estar muertos -continuó diciendo el coronel Ramírez- seguramente tendrían muchas balas en el cuerpo. Los cuerpos aparecían tirados hacia adentro. Mientras yo daba la noticia al Jefe de Policía, el cabo Jesús, de Investigaciones, un hombre de arrojo extraordinario fue el primero en entrar. Se me adelantó. Cuando yo lo hice, el cuadro era aterrador".

Ni el dinero, ni las armas "pesadas"
Cuando finalmente a las dos y media de la tarde todo terminó, no pudieron los policías a caballo que custodiaban la multitud impedir que ésta se abalanzara sobre el edificio y mientras sacaban los cuerpos sin vida de los pistoleros aplaudieran y vociferaran enardecidos ante el cuerpo de uno de ellos aparentemente aún con vida.
Los pistoleros antes de morir, habrían quemado alrededor de 15 millones de pesos en billetes producto de sus asaltos pues nunca se encontró el dinero que se sabía tenían, como tampoco pudieron hallarse las armas pesadas con las que habrían resistido ya que solamente dos revólveres aparecieron en la escena.
El dolor, la angustia y algunas dudas quedaron flotando en el aire. Como también la "viveza criolla" del portero del edificio que en días subsiguientes cobraba $ 5 a quienes hacían cola en la puerta del 1182 de Julio Herrera y Obes para ver con sus propios ojos el escenario de la matanza.
El negocio se le terminó cuando lo denunciaron y lo llevaron a jefatura a responder por ello. Esa semana, la revista "Al Rojo Vivo" agotaría 140.000 ejemplares una hora después de aparecer en los kioscos con el informe y las fotos exclusivas del episodio. *

Fotos de los famoso
"Porteños"
que asaltaron el Liberaij.




DE QUE HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DEL "LIBERAIJ"



famosa batalla policial de Montevideo



En 1965 un hecho policial conmovió a Montevideo. El escritor argentino Ricardo Piglia lo usó como argumento de su novela Plata Quemada, reciente ganadora del premio Planeta. La obra, mezcla de realidad y fantasía, gira alrededor de los pistoleros argentinos que protagonizaron los sucesos. Pero también hubo protagonistas uruguayos.
"Mientras la sociedad se libera de feroces asesinos, otros comienzan el mismo ciclo y su marcha hacia el exterminio final".El Diario, 6 de noviembre de 1965.
El teléfono sonó muy temprano en la Seccional 14ª. Llovía. Siete u ocho policías se pasaban el mate de mano en mano. "Estábamos esperando que se hiciera la hora de ir al Palacio Legislativo, porque ese día había sesión". Era el miércoles 3 de noviembre de 1965 y la llamada venía de la panadería de Enriqueta Compte y Riqué y Marmarajá: dos tipos le estaban cambiando las chapas a un Volkswagen rojo. Un cabo ordenó que Cancela y Meneses fueran a ver qué pasaba.Siempre andaban juntos y se habían hecho amigos. El gordo Cancela tenía casi 50 años y estaba contando los días que le faltaban para jubilarse. Además, se rebuscaba como zapatero. Meneses era flaco y tenía 25 años. Cancela lo había "adoptado" porque, como a él, a Meneses no le gustaba parar en los boliches de noche. Lo llevaba a todos lados. "Era un viejo confiado. Si nos mandaban al mercado a sacar a los malandras, Cancelase acercaba y los echaba gritando ¡vamos, vamos! Nunca sacó el arma. Yo le decía pará, un día te van a dar una puñalada, pero él no tenía miedo. Me enseñó cómo proceder sin usar la violencia".Delci Meneses hoy tiene 57 años. No quería contar la historia, pero su mujer lo convenció. Recordarla aún lo emociona.Aquél era otro Montevideo: había gobierno colegiado y "vida nocturna", 61 cines y funciones desde las tres y media de la tarde. Entonces -continúa Meneses- nadie se enfrentaba con la Policía. Por eso, cuando les ordenaron ir a ver qué pasaba con ese Volkswagen, pensaron que se trataba de otro, asunto de rutina. "Lo nuestro era llevar borrachos, tipos que les pegaban a sus mujeres o sacar muchachos de los boliches. Yo pensaba que nunca tendría que tirotearme. Ya tenía tres años de policía y nunca había usado el arma".Corrieron hasta la esquina de Marmarajá y ahí pararon. Vieron el Volkswagen y dos hombres dentro. Meneses se fijó en la matrícula: el número era muy viejo para un modelo tan nuevo. "Cuando estábamos a 20 metros del auto, alguien desde la panadería nos hizo señas de que esos eran los tipos. Ahí nos abrimos uno por cada lado; Cancela por la calle y yo por la vereda. Nunca más me voy a olvidar".
El Nene, Gaucho, Cuervo y MalitoLos porteños habían llegado a Uruguay huyendo de la Policía argentina. Su último gran golpe había sido el 28 de setiembre, cuando asaltaron un furgón del Banco de la Provincia de Buenos Aires, en la localidad de San Fernando: habían matado a tres y se habían llevado lo que hoy serían más de 300.000 dólares. Eran Enrique Mario Malito, de 24 años, Marcelo "el Nene" Brignone, de 33; Roberto "Gaucho" Dorda, de 30 o 32 y Carlos "Cuervo" Merelles, de 25.Andaban con un arsenal a cuestas y nunca dudaban en usarlo. Tenían adjudicadas nueve muertes: un farmacéutico, un joyero, un mueblero y su hijo, un delincuente, un sargento y otros tres policías. Tenían también mucha plata para comprar favores o para gastarla en la noche. Y la estaban gastando. El Diario diría luego que en una rotisería compraron comida por 80 pesos y dejaron 500, que hacían "orgías costosas" que los "enterraderos" les salían caros y que tenían que pagar mucho por documentos falsos. Por eso robaron -dijo la Policía- una carnicería en Las Piedras.Por eso, aquel 3 de noviembre, estaban preparando ese Volkswagen rojo para un nuevo golpe. Un ladrón, Yamandú Raymond, oriental, de 39 años, estaba con ellos.
El agente Aranguren, mortalmente herido.
La escena se grabó en la memoria de Meneses. "Cancela fue por la calle y yo por la vereda. Y ahí estaban los dos: Merelles, en el volante, con un traje amarillento y una corbata roja y blanca Raymond, del lado del acompañante; de sport con una camisa a cuadros y una campera celeste".Llovía. Cancela, gordo, tranquilo, confiado como siempre, con un pilot encima del uniforme y de su arma, les pidió documentos. Hubo un segundo en que todo se detuvo. Los tipos se quedaron quietos, como dudando."Me di cuenta que algo raro había", recuerda Meneses, que entonces sacó su revolver y contradijo a su compañero. "Que documentos ni documentos" gritó y abrió la puerta del auto, apuntando. "Eso me salvó la vida... pero Cancela no pudo sacar el arma. Merelles metió la mano como para sacar los documentos pero, rapidísimo, bien entrenado, sacó una pistola y le tiró. El otro, cuando abrí la puerta y le apunté, se había escabullido para atrás de un árbol. No le disparé porque me daba la espalda. Cuando lo saqué del árbol corrió para la calle, sin sacar arma, siempre dándome la espalda. Ahí vi que le habían dado a mi compañero y le tiré de atrás nomás, porque Cancela ya estaba caído".Raymond cayó herido y Merelles empezó a dispararle a Meneses. Desde la esquina aparecieron el Nene y el Gaucho, también tirando. Meneses buscó refugio; los porteños no. "Me puse atrás de un arbolito. Ellos no, tiraban parados en la mitad de la calle, de perfil, como si nada. Miedo no tenían; ni siquiera buscaron ponerse atrás del auto".Las balas rebotaron más de 50 veces en el árbol. Cada pistola que vaciaban, los argentinos la tiraban y agarraban otra cargada. Meneses nunca había visto algo así. "Me van a matar", pensaba, mientras respondía con su viejo Colt.El policía disparó seis tiros y volvió a cargar (se lastimó la mano luchando por destrancar el tambor de su vetusto revólver). Tiró otras seis balas y cargó las últimas que tenía. Pero no las disparó: las guardó para cuando vinieran a buscarlo."No había para donde salir. Y había que ver como se paraban esos tipos... no tenía ninguna duda: me iban a matar"Fue ahí que Raymond se empezó a arrastrar hacia el Volkswagen. "Los porteños se acercaron, lo agarraron y lo subieron al auto. No vinieron a buscarme. Capaz que sabían que seguía con balas".El repartidor de panAhora todo era silencio. En la calle habían quedado tres pistolas abandonadas por los argentinos. Meneses vio que su compañero estaba vivo. Buscó ayuda, pero no había nadie. Estaba desesperado."Se me muere Cancela" pensaba. Corrió hasta la esquina y, agitando su arma, detuvo a una camioneta. El conductor no se bajó. Meneses empezó a forcejear con los 90 kilos de Cancela, tratando de subirlo a la caja. Fue el panadero el que lo ayudó. Lograron acostar al herido en la camioneta y arrancaron rumbo al hospital. "Llegó vivo, pero se murió en seguida. Estaba...". Meneses se corta, queda en silencio. Después sigue. "Me dijo: "sacame los zapatos". Se los saqué y se murió. Así que lo último que dijo fue sacame los zapatos". Meneses se seca las lágrimas antes de que salgan de sus ojos.Raymond sangraba. En el Volkswagen, los argentinos le hicieron saber que ya no podía seguir con ellos. Tampoco podían procurarle un refugio seguro. Lo que pasó dentro de ese auto nunca fue contado públicamente, pero muchos han reconstruido el diálogo.-Estás jodido Yamandú -dijo el Gaucho-. Tenés que arreglarte solo, nosotros tenemos que seguir a vos no te va a pasar nada.-No seas guanaco, porteño, no me entregués, vamos a ver a dónde está Malitoy que él nos diga. Dorda levantó la Beretta y se la gatilló en la cabeza.-Agradecé que no te reviento. Si caés y hablás, te busco y te corto los huevos.-Son una mierda ustedes, no se le hace eso a un hombre -dijo el uruguayo.Así imaginó el diálogo Ricardo Piglia, en Plata Quemada.En cambio, el periodista Renzo Rossello lo narró así en un relato publicado por El Diario, en 1992:-Yorugua, te vamos a tener que dejar. Decidí dónde, porque así no podés seguir -explicó Brignone, sin dejar de conducir.Raymond asintió con una mueca de dolor arrollado en el asiento y tapándose la herida con un jirón de la camisa.-Ta bien, muchachos, déjenme en un taxímetro y yo me las arreglo."A Raymond lo tiraron por ahí", dice Meneses, coincidiendo con Piglia. "Lo tiraron en Lorenzo Fernández y General Flores y apenas pudo hacer las cinco cuadras hasta Cufré y Yaguarí donde vivía uno de mis hermanos", confirma Gladys Scutari.Según ella, Raymond había conocido a los porteños "de casualidad". "Les hizo, cómo le puedo decir; un contacto para alquilar un auto, esas cosas... Después le dio mucha bronca que lo dejaran en la calle. Es como estar en una lucha, todos juntos, y que sus compañeros lo dejan tirado por ahí.. "Herido, sangrante, Raymond no pudo ir a sus escondites habituales y se arriesgó a golpear la puerta de Rogelio Blas Scutari, un hombre sin antecedentes, aunque hermano de un ladrón amigo.Scutari lo hizo entrar y le hizo las primeras curaciones. "Mi hermano era repartidor de una panadería. Y se pasaba todo el día con Yamandú en la parte de atrás de la camioneta. Andaba con él para todos lados y lo curaba varias veces por día. Era rubio y una sobrina mía le tiñó el pelo de negro".A Meneses, mientras tanto, lo llevaron a Investigaciones para que reconociera a los delincuentes en fotos. Ahí los vio a los cuatro:Merelles, Dorda, Brignone y Raymond. "Mis superiores no me querían creer. Decían 'no pueden ser ellos, porque los tenemos controlados´. Decían que Raymond era ladrón y solo se dedicaba al scruche. Y que yo me confundía porque estaba asustado".Al rato vino el director de Seguridad y dijo que se dejaran de joder y salieran a buscarlos.
Mujeres del bajo mundoEl propio presidente del Consejo Nacional de Gobierno, Washington Beltrán, fue al velatorio de Cancela y El Diario le dedicó su primera plana: "Asesinaron hoy a un policía cuatro pistoleros argentinos".El 4 de tarde la búsqueda de los pistoleros no había tenido éxito. Acción profetizó: "Témese violenta resistencia". "A lo mejor, la Policía se va a ver en la necesidad de matarlos para echarles el guante"."Son capaces de resistiese hasta la muerte", anotaba por su parte La Mañana.El 5 amaneció sin novedades. Época, diario de izquierda, ironizó desde su portada: "Policía: eficaz contra los gremios, delincuentes aún prófugos".La prensa de izquierda acusaba a la Policía de torturar a estudiantes y obreros. Otros diarios la defendían. La polémica reflejaba la división creciente de la sociedad. "En aquella época discutía bastante con mi hermano, por pensar distinto", recuerda hoy María del Carmen Gerónimo, entonces estudiante. Su hermano, Jorge, era policía. "Yo estaba de acuerdo con los estudiantes en muchas cosas, pero mi trabajo era ser policía, reprimir la delincuencia".La búsqueda era frenética y la prensa la seguía paso a paso. Uno a uno fueron cayendo los "enterraderos" usados por los pistoleros, que siempre lograban escapar unos minutos antes. "Los traigo muy cerca. Ayer se me escaparon apenas de un apartamento ahí en Larrañaga. ¡Hasta había humo de cigarros todavía!", le dijo el jueves el comisario Santana Cabris a su hermano Sarandí.Santana había nacido en Migues, Canelones, 48 años atrás. Pudo haber hecho carrera en la Tienda Inglesa donde trabajó como intérprete, porque sabía inglés. Pero quería ser policía. Ahora era el jefe del Departamento de Vigilancia y andaba atrás de los porteños. Ese día, los hermanos Cabris habían visitado juntos a su madre enferma. La próxima vez que coincidieron fue dos días después, en el Círculo Católico. Uno vivo, el otro muerto.No se sabe, exactamente, cuándo habían llegado los porteños a Montevideo. El Diario diría luego que aquí vivieron a sus anchas, que nunca les faltó compañía femenina ("mujeres, también uruguayas, que tienen envueltas sus almas en fajas de billetes"), ni amigos y colaboradores ("hampones del bajo mundo que se mueven en los ambientes nocturnos de cabarets y whiskerías también recibieron de brasos abiertos a quienes llegaban a sus locales dispuestos a tapar de billetes los mostradores de esos antros").Pero tras la muerte de Cancela y con toda la Policía atrás de ellos, las relaciones y los escondites se les estaban agotando. Todavía se discute cómo llegaron al apartamento 9 del edificio Liberaij pero -según la más aceptada de las versiones- todo empezó a decidirse a eso de las siete de la tarde del viernes 5.
Un policía herido es sacado del edificio.El Liberaij se llama así debido a que sus constructores -los hermanos Chil y Jacobo Rachjman (se pronuncia Raijman) decidieron homenajear a sus esposas, Lila y Berta, en el nombre de la obra: Li-Be-Raij
El soplón
El viernes 5 a eso de las siete de la tarde, la Policía llegó al escondite de Raymond. Pese a su herida, el uruguayo intentó escapar. Saltó incluso una medianera, pero fue inútil. Cuando lo agarraron pidió que no lo mataran. Dijo: yo soy ladrón, no asesino.
Seguramente el interrogatorio no fue amable: los policías querían saber dónde estaban los argentinos. También se lo preguntaron a Scutari. Y a toda su familia. "Nos llevaron a todos, a mi madre recién operada, a todos. Aquello fue un desastre", recuerda Gladys Scutari.
Los interrogatorios no dieron resultado.
El viernes 5 a eso de las siete de la tarde mientras la Policía apresaba a Raymond, los porteños jugaban una carta desesperada. Ya sin ningún refugio seguro disponible, golpearon la puerta de un delincuente uruguayo, al que el diario Acción llamaría "Equis". Querían alojamiento, pero Equis les dijo que no podía.
"Equis sintió entonces cómo pesa una pistola cuando a uno se la meten en la boca del estómago.(...) Querían un escondite, un 'enterradero', para das o tres días y Equis tenía que buscárselos.
-En dos o tres horas nada más, dijo Brignone.
Y Dorda:
-Salí y buscanos el agujero. Nosotros nos quedamos aquí con tu mujer... Ya sabés...".
Equis salió a la calle y solo él sabe qué hizo durante las dos horas siguientes. Quizás se empeñó, sin suerte, en encontrar el refugio que necesitaban los argentinos. Quizás no. Lo cierto es que poco antes del fin del plazo dado por los porteños, Equis estaba en la Jefatura de Policía.
No había mucho tiempo, había que encontrar rápido un falso refugio para que Equis alojara allí a los argentinos. El jefe, Ventura Rodríguez tenía dos parientes jóvenes que subarrendaban un apartamento en un edificio de la calle Julio Herrera y Obes, el Liberaij.
Consultó y se podía usar. Le dijeron a Equis que llevara allí a los argenúnos. Y Equis los entregó.
Así contó Acción cómo pistoleros y policías coincidieron en el Liberaij. Otros diarios ensayaron otras explicaciones, pero Rodríguez confirmó luego la historia de Acción. “Fue un soplón, pero jamás en su vida mi esposo me dijo su nombre", dice hoy la viuda de Ventura.

Equis volvió a su casa con la noticia de que había conseguido un enterradero. Debe haber rezado para que los ojos no lo delataran. Al entrar se encontró con una sorpresa. Malito ya no estaba. Dicen los diarios que no hizo preguntas.
Dijo que había conseguido un refugio perfecto, en pleno Centro y le creyeron.
La Policía pudo haber apresado a los argentinos cuando llegaron al edificio, antes que subieran al apartamento. Después de la batalla, Ventura Rodríguez diría a Acción que no lo hizo para proteger la vida del "soplón" al que se le debía gratitud y al que los porteños habrían matado apenas vieran un policía.
Los pistoleros se instalaron y Equis bajó a traerles algo para comer. Luego volvió a salir en busca de bebida. Y no volvió nunca más.
La batalla
Es imposible determinar la hora exacta en que comenzó todo; cada uno de los diez diarios dio su propia versión, como si en toda la ciudad no hubiera dos relojes iguales.
A eso de las diez de la noche la Policía rodeó el edificio. A través del portero eléctrico o de un megáfono -en eso también hay diferencias- se les hizo saber a los argentinos que estaban rodeados y que sus derechos serían respetados. No hubo respuesta.
A las 22.15 -justo cuando en el Radio City empezaba una de James Bond, Desde Rusia con amor- un grupo de choque de la Guardia Metropolitana entró al edificio. Fueron al primer piso y empujaron la puerta del apartamento 9 que no cedió. Tampoco pudieron abrirla a hachazos. Adentro no se oía nada. Dispararon gases lacrimógenos. Allí estaban el comandante del cuerpo, coronel Roberto Ramírez; su segundo, el teniente coronel Pascual Cirilo, y Ventura Rodríguez. Eso bastaría para hacerlos salir, pensaban. Pero no se oyó ni un quejido, ni una tos, ni corridas. Nadie se rindió. "Por un momento hasta dudamos que estuviesen allí", diría luego Cirillo a El Día.
La primera bomba de gas había retumbado en el edificio como un cañonazo. Douglas Garrido tenía 9 años, vivía en el tercer piso y aquello le pareció igual a las bombas que explotaban en Combate, en la tele. "Salí corriendo al pasillo para ver qué pasaba y me comí todos los gases".
Hubo más bombas. En algún momento, el propio Ventura los llamó por el portero eléctrico. Lo rodeaban decenas de policías y periodistas. El Diario reprodujo así el diálogo:
-Una vez más les sugiero que se entreguen y les aseguro que sus vidas serán respetadas.
-¡Vengan guanacos! ¡Vengan a pelear si son hombres!
-Mi amigo, acá le habla el jefe de Policía de Montevideo, que es quien les garantiza el respeto de sus vidas.
-Así que vos sos Ventura, el que gana 5.000 pesos por mes, ¿eh? Nosotros tenemos acá tres millones y los vamos a quemar esta noche.
-Estoy con el juez de instrucción, para darles la seguridad de que gozarán de todas las garantías si se entregan.
-(insultos soeces)
-Mi amigo, usted debe estar tomando alcohol y ese no es el mejor consejero en estos momentos...
-Si estamos tomando whisky. ¿Ustedes quieren venir a tomar una copita? Vengan si son hombres.
-Una vez más les recomiendo que se entreguen.
-Nosotros vamos a pelear porque somos hombres. ¿Querés verlo que vamos a hacer? (El delincuente dispara tres veces al lado del intercomunicador, que reproduce fielmente los estallidos). ¿Te gustó esto? Tenemos mucho más de esto para ustedes, si vienen.
-Espero que recapaciten".
Es la hora cero. La Mañana narra una nueva conversación -¿o es la misma?- a través del portero eléctrico. "Ventura Rodríguez va perdiendo los estribos y finalmente grita: la vida de uno de mis hombres no vale la de ustedes cuatro". La Metropolitana ha pasado de los gases a los proyectiles perforantes, más poderosos. Estos -según El Plata- "hicieron prácticamente irrespirable el ambiente, por lo menos, a una cuadra a la redonda". Sin embargo, seguía sin percibirse ningún efecto en los pistoleros. “Estos porteños parecen inmunes a los lacrimógenos", diría el cronista de La Mañana. "Pensábamos que eran unos idiotas y eran vivos. Y eran unos hijos de una gran siete, con muchas muertes encima", recuerda hoy Cirillo.
Casi toda la cúpula de la Policía estaba ahí, en el hall del Liberaij. En la vereda ya hay más de 200 policías y cada vez más curiosos. Cirillo recuerda que decidieron volver a subir la escalera. “Esto está muy bravo, estos tipos van a salir por arriba y van a tomar rehenes", dijo Santana Cabris. Ventura también va con ellos y Santana le advierte que se cuide. De pronto, por un agujero que un proyectil había hecho en la puerta, uno de los argentinos disparó. Hay corridas, gritos y alguien que cae herido.
En su casa, en Pando, Sarandí Cabris dormía. Había estado pendiente de las noticias hasta última hora. Se despertó porque alguien le golpeaba la ventana. Era un funcionario de la Policía Caminera. Le dijo:
-Mire que mataron a su hermano.
Hay helados
Tras el tiroteo sobrevino el caos. Algunos se apuraron a sacar al herido ("mientras los compañeros recogían a Santana, los delincuentes argentinos, riendo, desde dentro se mofaban de la Policía”, narraría La Mañana) y otros corrieron escaleras abajo.
Cuando el tiroteo, Cirillo, en lugar de bajar, subió. Ahora estaba solo en el pasillo del primer piso, a merced de los argentinos. Estaba totalmente oscuro. No podía bajar la escalera, porque ello significaba pasar delante de la puerta del apartamento 9 y exponerse a otra ráfaga mortal. No se veía nada y solo atinó a quedarse allí, quieto, en silencio.
El tiroteo se hizo intenso. Algunos apartamentos fueron tomados por la Policía buscando lugares desde donde hacer fuego a la parte de atrás del pequeño apartamento de los pistoleros, a través del pozo de aire.
Afuera los policías ya eran 300 o 500, quién sabe. Y cada vez más y más y más gente. Un cronista de El País narraría: "Toda la noche, en medio de las balas, mezclados con los caballos, apostados atrás de las ambulancias, de los carros policiales, de los bomberos, una multitud ansiosa de no perderse nada del espectáculo, arriesgaba su vida, entorpecía el trabajo de los agentes ( ... ) A las 12, el gentío se había filtrado entre las caballos de la Policía y prácticamente era imposible ya no ver, sino saber por los mismos policías qué era lo que estaba pasando, tal era el caos. Sin embargo, el caos suele ser un atractivo negocio para los punguistas, que surgían agarrados de los hombros de algún policía que los llevaba en vilo -modestos chivos emisarios de los gangsters acorralados- y también un negocio para los heladeros que, indiferentes a las corridas y sablazos esporádicos, voceaban su fresca mercadería".
Uno de los curiosos era un niño de 12 años. Asomaba la cabeza desde la esquina y se asombraba porque las balas sonaban mucho más secas que en el cine. Aquel niño era Jaime Roos.
“Yo estaba en sexto y en el Liberaij vivía una compañera de clase que estaba con hepatitis. La maestra, una vez por semana me pedía que le llevara el cuaderno con los apuntes, así ella estudiaba en su casa y no perdía el año. Cuando comenzó esa balacera tremenda en el barrio, como buen pibe, me arrimé. No había cordón de seguridad. Yo vichaba por la esquina y veía un terrible tuco en Julio Herrera. Me producía una especial preocupación saber que ahí vivía mi compañera. Las balas me producían un efecto angustiante... realmente angustiante. Me fui a dormir con el sonido de los balazos".
Sangre, sudor, lágrimas y mamaderasCirillo recibió por radio la orden de entrar en el apartamento 11, el de la familia Baronio, al fondo del corredor, a unos cinco o seis metros en línea sesgada al 9. Le piden que desde allí dispare contra la puerta de los delincuentes. Aunque no puede hacer impacto frontal, si dispara todo el tiempo, evitará que los porteños salgan al pasillo. "El edificio estaba lleno de gente y hasta que pudieran sacarla, había que evitar que ellos tomaran rehenes".Ricardo Baronio, jefe de una tranquila familia proveniente del interior (hoy fallecido), abrió la puerta. Estaba muerto de miedo, con Vanesa, su beba, y la empleada. Su señora había ido al teatro.Cirillo entró, trató de tranquilizarlo, pidió unos colchones de lana, los instaló alrededor de la puerta y comenzó a disparar. Le respondieron con gritos, insultos y ráfagas de ametralladoras. (En los colchones de lana, los únicos que tienen la virtud de detener balas, quedarían 180 proyectiles al final de la batalla, diría El Diario)Entre la tremenda balacera, el teléfono sonaba a cada rato: a veces era el ministro del Interior para alentar a Cirillo, a veces la señora Baronio para ver cómo estaban los suyos. "No llames más", le pidió su marido, porque las balas rebotaban cerca del teléfono.Fueron horas y horas. A Cirillo le llegó una ametralladora por el pozo de aire. Baronio quería un revólver para sumarse al combate. Aquello no terminaba nunca y Cirillo, asustado, agotado, se preguntaba cuánto podría durar.A las dos de la mañana empezó a llover. "El pequeño parlante del comunicador interno reproducía los insultos que Merelles, Brignone y Dorda lanzaban constantemente", diría BP Color. A esa altura les habían tirado de todo, incluyendo gases que provocan vómitos y diarrea, pero nada los afectaba. ¿Cómo podían resistir? No lo sabían. La Policía suponía que las drogas (habían encontrado gran cantidad de anfetaminas en una de sus guaridas) y el alcohol los ayudaban. Los gritos e insultos permanentes reforzaban esa teoría. Pero eso no explicaba la resistencia a los gases. Luego, cuando vieron que prendían fuego a todo, incluso a los tres millones de pesos argentinos que aún tenían, entendieron que esos tipos sabían y sabían. Usaban el fuego para calentar el aire y hacer subir los gases: respiraban a ras del suelo.Cirillo estaba exhausto. ¿Cuántas horas iban, cinco, seis? "Me empezaba a poner exigente. Quería que me mandaran a alguien para ayudarme. Estaba muy cansado. Me dolía todo. Me habían dicho que íbamos a buscar a tres delincuentes que estaban para entregarse. No iba preparado para ese martes 13...".Al fin, por el tubo de aire, llegó para auxiliarle un cabo, de apellido Jesús, que tomó la posición de Cirillo contra la puerta.Cirillo no se acuerda si aprovechó para comer algo: "Estaba con un susto tan grande que no se si comí o no comí", se ríe hoy. La que sí aprovechó la llegada de refuerzos para comer fue la pequeña Vanesa. "El comandante Cirillo hizo las mamaderos", recuerda, agradecida 32 años después, Cristina Fernández de Baronio.La crónica de La Mañana diría que a las 3.25 los argentinos anunciaron a los gritos que iban a salir. Y salieron. A los balazos, intentaron ganar el apartamento de los Baronio. Cirillo recuerda hoy: "El que estaba en ese momento defendiendo la puerta era Jesús. Los tipos salieron baleando y baleando y lo hirieron".Baronio reviviría ese momento dramático en El Día: "Me vi perdido y quise saltar con mi hija por el balcón. Pero el comandante Cirillo me lo impidió, me dijo que tendrían que pasar por sobre su cadáver paro llegar hasta nosotros y para respaldar sus afirmaciones, salió a cuerpo descubierto al corredor y disparó varias ráfagas de ametralladora contra la puerta de los asesinos".Pero hoy Cirillo recuerda que él también sentía miedo. "Yo tenía una hija recién nacida... pensaba mucho. Creía que me iban a matar. Uno, en esos momentos, hasta llora".Barriendo la mugreEl sábado amaneció sin que nada hubiera cambiado. Habían cortado el agua y la luz en el edificio. Demasiado tarde: hacía ya mucho que los argentinos habían llenado de agua todos los recipientes que había en el apartamento. A las 5, siete horas después del comienzo de la batalla, el jefe de Policía le decía a un cronista de BP Color: "Por el momento hay una sola idea, ganarles por cansancio". A las 5.30 llegó una escalera de los bomberos y recién entonces algunos de los vecinos comenzaron a ser evacuados.Los diarios llenaban sus primeras planas con enormes títulos. El País: "Una histórica noche de balas en pleno Centro". "Mataron al comisario Santana Cabris". "Gritaban con todo: '¡vengan guanacos?" El Debate: 'Muerte en la calle'. "Santana Mártir".El Debate decía: "No dudamos que al saberse irremediablemente perdidos, los sangrientos maleantes salgan a la calle pidiendo por sus vidas".No tenían idea.A esa altura, había policías en todos los apartamentos desde donde se podía hacer algo contra los argentinos. El comisario Uruguay Genta les tiraba, a través del pozo de aire, desde un apartamento de la planta baja. "Pusimos un sillón contra la ventana y empezamos el hostigamiento de abajo para arriba. Y ellos contestaban de arriba para abajo. En el pozo de aire había un matrimonio que había pasado toda la noche ahí. Parecían dos pichoncitos, apretaditos, cagaditos de frío. Los bajamos. Prendimos el televisor, estaban transmitiendo en directo. El ruido era infernal y el televisor lo repetía. Por el televisor nos enteramos que estaban haciendo un boquete en el techo para tirarles una granada... era tanto el desorden".Jorge Gerónimo, el agente que discutía con su hermana estudiante, subía municiones y bajaba vecinos a través de la escalera de los bomberos y se preguntaba - "todavía hoy me lo pregunto" cómo aguantaban tanto esos porteños. "Eran tantos los gases que la Metro les tiraba... a nosotros nos mataban, pero ellos eran fuertes y pico. Eran duros, mire que estuvimos horas y horas y horas. Y ellos gritando "¡tiren hijos de puta, tiren hijos de puta!". (Gerónimo se desmayó por efecto de los gases y fue atendido en una ambulancia, en la calle).Para Genta aquello era un caos: "Era todo lo que no se debe hacer. Siempre hay gente muy valiente que dice 'vamos a atropellar', 'vamos comisario que yo voy'. Pero no es así".Otro policía que aún hoy prefiere no dar su nombre evoca que al tomar un apartamento vacío, un oficial se puso un delantal y dijo "ah no, si está sucio no peleamos". Y barrió el piso. Después agarró una botella de whisky, le dio un trago y se sumó a la batalla.
Cuidado con el perroAfuera del edificio seguía el carnaval. "Centenares de personas debían ser contenidas por los efectivos", diría La Mañana. A las 10.45 Ventura Rodríguez ordenó dispersar la multitud. El Popular narraría que la medida fue resistida e incluso alguien arrojó una piedra, que hirió a otro espectador.Cuando el hoy ministro Luis Hierro llegó, se encontró con un endeble cordón policial ("los agentes estaban todos dados vuelta y mirando al edificio") y, salvo la molestia de los gases lacrimógenos, no tuvo problemas en acercarse al Liberaij. Tenía 18 años y debutaba como periodista de Acción. Como el niño Roos, Hierro se sorprendió por el sonido seco de los balazos.Ahí también estaba el joven periodista Eduardo Galeano. "Tomaba algún apunte de cuando en cuando, de espaldas contra la pared, y fumaba, fumaba, todo el tiempo fumaba", escribiría después. "No estaba trabajando. Fui por las mías nomás, porque me llamó la atención. Estaba atraído -si no, no hubiera ido-pero a la vez horrorizado por toda esa violencia", recuerda hoy.Aquella violencia no afectaba a todos por igual. El ex diputado socialista Arturo Dubra se encontró allí con el integrante del Consejo de Gobierno, Alberto Heber. Según relataría BP Color, lo saludó, entre el ruido de la balacera:-¡Titito, cómo te va!Heber le contó que se estaba estudiando tirarles granadas a los pistoleros, pero se temía que provocara daños enormes en el edificio.-¡Y te asustás por estos destrozos! Cuando ustedes con un solo decreto causan destrozos mayores para todo el país....Beatriz Batto vivía en el segundo piso. La Policía llegó a su apartamento a las seis o siete de la mañana. Querían tirar cócteles molotov desde su ventana. Ella reclamó agua para su perro. "La revista Al rojo vivo, dijo que fue cómico lo que yo hice. ¡Pero más cómico fue lo de la Policía! ¡Se estaban matando a tiros y cuando fueron a entrar a mi apartamento gritaban como locos: "saquen al perro, saquen al perro, sino, no entro". Brutos hombres grandotes y teniéndole miedo al perro foxter".Unas horas después, Gerónimo la ayudó a bajar por la escalera de bomberos, con el can a upa. Ella después, viendo las fotos de los diarios, reconocería que uno de los policías que había pasado por su apartamento era Héctor Horacio Aranguren.Al mediodía hubo un momento de silencio hasta que -diría BP Color- "un grito estremeció el ambiente: ¡guanacos, se les acabó el asado!" Los porteños volvieron a disparar sus ametralladoras. Soportaban ya 14 horas de lluvia de balas, gases y bombas molootov, con la misma energía, puntería y rabia del principio. "Estaban enardecidos, nosotros no tanto -recuerda hoy Genta-. "Uno no llega a enardecerse tanto como el que está decidido a morir. ¡Nos decían cada cosa! Nosotros comentábamos que drogados o no, esos tipos eran guapos"!A las 12.30 hirieron de un balazo a otro policía. A las 12.45, cuando llegó un enorme taladro para tratar de agujerearles las paredes, le dieron a otro. La tensión era cada vez mayor. Pero Aranguren no sentía miedo.Los Aranguren era pobres. Vivían en Punta Rieles. Celina, su madre, trabajaba en casa de los Gutiérrez, unos vecinos más acomodados, donde limpiaba y cuidaba al niño Daniel, que, nadie sabía, sería un famoso jugador de fútbol.Tampoco sabía que su hijo, Héctor Horacio, de 21 años, estaba en Liberaij. A él le encantaba su trabajo. Le gustaba girar el revólver en sus dedos, como un cowboy y, a la hora de la siesta, leía novelas policiales. "Era policía, policía, no como algunos de ahora", recuerda hoy su hermana Mirta. Vive en una modesta casa, en un asentamiento."Aunque ahora estamos un poquito mejor, en aquella época éramos re-pobres, pero a él no le gustaban las cosas chanchas". Un día le puso una multa al senador Tróccoli y no se la sacó, ni aun después de saber quién era.Aquel mediodía, en el Liberaíj, a alguien se le ocurrió atravesar una escalera de lado a lado del pozo de aire y que Aranguren gateara a través de ella hasta la ventana de los porteños para tirar unas cuantas bombas molotov. "No es que los superiores nos mandaran a arriesgarnos. Era la iniciativa de los funcionarios, venían las bombas molotov y había que tirarlas", recuerda Gerónimo. "Yo le decía a los muchachos guarda, guarda... y ese muchacho.., se regaló... era un cojudo bárbaro".Los argentinos lo vieron y lo acribillaron. La Mañana diría que fue el Nene Brignone. Gerónimo lo bajó por la escalera, pero no había nada que hacer.Mirta estaba escuchando la radio: "Era sábado al mediodía, estaba haciendo ravioles y dijeron su nombre".
El finHacía rato que Cirillo había pedido que le llevaran a su apartamento los planos del edificio. Pidió que le dijeran, además, quienes más estaban disparando y desde dónde. Quería ver cómo podía ser que siguieran sin pegarles. "Después de revisar los planos y de pensar mucho, me di cuenta: estos tipos estaban en el único lugar donde no les podíamos pegar, exactamente detrás de la puerta. Para darles ahí había que tirarles desde el apartamento que estaba justo enfrente, el 12 "."Claro que no podía pasar por el corredor, que estaba batido por ellos. Fuimos por el pozo de aire, con dos buenos tiradores de la Metro (baja la voz). Ahí hicimos las cosas bastante prolijas, en silencio y manteniendo todo el tiempo el fuego desde el apartamento 11, para que no se dieran cuenta de nuestro movimiento y para que se acurrucaran más atrás de la puerta".Al llegar hicieron tres ráfagas: "una de pie, una de rodillas y una tendidos". No hubo respuesta, pero no se animaron a salir. Dejaron pasar media hora. Solo se oían los disparos de la Policía. "Cuando nos decidimos a entrar grité: '¡alto el fuego!', porque aquello era un relajo, un pandemonium donde se la ligaba cualquiera. Entramos. Estaban tiraditos, atrás de la puerta, como estaba previsto. Tuvimos esa suerte. Y había uno que boqueaba todavía".Eran las 13.45, más o menos, cada uno de los diez diarios dio horas distintas.Cirillo diría a los diarios que los hombres que hicieron las ráfagas finales habían sido Nilsi Puerto y Alberto Dutria.Hoy Puerto no quiere recordar. "Yo dejé la Policía casi enseguida. Son recuentos feos, como para andar ventilándolos para que otros se llenen los bolsillos".La venganzaMerelles todavía estaba vivo cuando lo sacaron del Liberaij. "Fue como si el mundo se viniera abajo", diría Acción. "La avalancha lo rodeó y millares de voces se alzaron hasta el sol pesado de la tarde pidiendo su muerte.-¡Que lo maten...! ¡Mátenlo...! ¡Que lo maten...! (...)Sobre el montón sanguinolento de Merelles llovieron de todas partes los golpes, las patadas, los puñetazos, los escupitajos y los insultos".Eran las 14 y pocos minutos cuando, a contramano por Canelones, la ambulancia partió hacia el Maciel. Desesperado, en el hospital estaba Juan Aranguren, el tío de Héctor Horacio, la última víctima de los argentinos. "El gurí ya estaba muerto. Se regaló: él salía a las seis de la mañana, pero fue para ahí. Era muy audaz".Mientras estaba en el Maciel, llegó la ambulancia con Merelles.'Todos le decían al médico' matalo, matalo'. Pero el doctor no lo quiso matar".Al apartamento 9 entró "una horda enardecida", recuerda Genta. Los cadáveres de Dorda y Brignone yacían sobre "un barro blancuzco" que "se confundía con los charcos de sangre. El panorama era de destrucción, de muerte", diría BP Color. Las paredes estaban agujeradas por miles de balazos (solo la puerta tenía más de 100), todos los muebles estaban incendiados, todos los vidrios rotos. "En las paredes las manchas de sangre estaban marcadas por proyectiles incrustados y un tizne cubría todas las dependencias con tono oscuro, opaco".Tan quemado como los muebles estaba el millonario botín que había sido de los porteños y ya no sería de nadie. "¡Si habría guita! Pero toda quemada. Yo tuve en mis manos los fragmentos de esos billetes grandotes de 1.000 pesos. Valían un platal. ¡Si yo ganaba 68 pesos por mes!", recuerda Gerónimo.Los primeros que llegaron también vieron las armas de los argentinos. Luego éstas desaparecieron."Únicamente obra en poder de las autoridades una pistola y se estima que las restantes fueron sustraídas por los propios funcionarios, como trofeos, para museos personales", diría El Diario y Ventura lo confirmaría. Lo mismo pasó con los billetes quemados y la ropa de los pistoleros muertos. Los fotógrafos que entraron últimos tuvieron que retratar los cadáveres desnudos.Ventura Rodríguez se dirigió al público enardecido, una escena que Acción narraría para la polémica general: "En medio de la confusión y el dramatismo del epílogo, el Jefe de Policía, Coronel Ventura Rodríguez, habló por un megáfono al público reunido en el lugar de los hechos.Si lo hubieran permitido, el público y algunos de los propios policías, habrían deshecho el edificio de arriba a abajo y habrían sembrado de sal al solar: que nunca más la vida creciera sobre la tierra maldita.Pero el Jefe de Policía habló y su voz fue una copa de aceite, sobre la muchedumbre alucinada.Pedía calma, pedía sosiego para la labor de la Justicia, pedía tiempo para la meditación y la pena profunda que viene ahora por la memoria de los muertos.-Yo le di el último puñetazo... dijo el Jefe.Y sobre las cabezas de la muchedumbre, mostró en el aire caliginoso de la tarde el puño derecho, tinto en sangre ...".Turismo interno.Ya esa tarde la gente comenzó a hacer cola para entrar al edificio, recorrer su escalera, ver el apartamento 9. "Se agolpaban contra la puerta porque querían entrar a toda costa. Era un espectáculo horrible. ¡Y el portero cobraba entrada!", recuerda la señora de Baronio.El lunes 8 La Mañana, señaló que "anoche, tarde ya, la gente seguía concurriendo por cientos y cientos (hasta vimos algún ómnibus de excursión) para ver de cerca el escenario de la tragedia".Al día siguiente la visita se oficializó. Sorpresivamente, la Policía invitó al público mediante un comunicado: "A partir de la hora 19, hasta el día de mañana a las 7 y 30, se puede visitar el apartamento de la calle Julio Herrera y Obes 1182, donde se desarrollaron los hechos de notoriedad".Para horror de BP Color aquello fue un "éxito": "Durante toda la jornada de ayer, incluyendo la noche, se hacía difícil transitar por las inmediaciones; tal era el número de hombres, mujeres e incluso niños que 'querían ver' el lugar de la espantosa matanza".Los cadáveres de los porteños ("eran seres probadamente depravados. En su naturaleza estaba inscripto el mal", dijo El Día) habían sido derivados a la morgue de la Facultad de Medicina. Nadie los reclamó.En cambio, miles y miles de personas habían concurrido el domingo 7 al entierro de Cabris y Aranguren ("dos meritorios funcionarios que cayeron bajo los plomos de los salvajes", dijo Acción).Aquel día, en los discursos de homenaje a los caídos se pidió que los jueces fueran menos benévolos con los delincuentes.El público acompañó el cortejo y luego escuchó los discursos fúnebres en silencio. Pero "en voz baja "-narró Acción- se hablaba solo de Borda, Merelles y Brignone:-¡Si! ¡Dijeron que resistirían y resistieron...!Nunca encontraron a Enrique Mario Malito.Rogelio Blas Scutari, el hombre ayudó a Yamandú Raymond cuando estaba herido, falleció. "Pasó siete años en la cárcel. Perdió a su familia. Fue horrible...", recuerda Gladys, su hermana.Raymond también estuvo muchos años preso. "Se la comió toda. Ahora tiene 72 años y está en Buenos Aires, con su señora, trabajando de casero, serio, sobrio. Incluso se ha animado a venir por Montevideo", dijo su primo, Faustino. Justamente, aquí en Montevideo, Raymond y Delci Meneses, el policía que lo hirió, viajaron varias veces juntos en el 409. Se reconocieron.Meneses reconoció a Raymond porque nunca olvidó su cara ni la de Merelles. "La muerte de Cancela me afectó mucho. Dudé, incluso, si seguir siendo policía". Pero como lo premiaron ascendiéndolo dos grados siguió y llegó a subcomisario.Hoy no entiende lo que pasa con la Policía. Tiene un ex compañero, también retirado, que atiende un quiosco frente a la Caja de Jubilaciones. El hombre le cuenta cómo los punguistas le roban a los viejos, delante de policías que hacen como que miran para otro lado."En 1965 la gente nos apreciaba. Ahora no nos quiere nadie", sufre Uruguay Genta. Tiene 70 años y, aunque retirado, vive pensando en "su" Policía. Una vez dio una charla en el Rotary y preguntó como debía ser un buen policía: valiente, educado, lindo, culto, le dijeron. Después preguntó quien quería que su hijo fuera policía.Nadie. "Porque ésta es la Policía que el Estado quiere: barata, con comisiones de apoyo que le compren ropa. Para que haya policías de tiempo completo, inteligentes, bachilleres y de buena familia, hay que pagar bien". Cree que lo que pasó en el Liberaij debería estudiarse como todo lo que no hay que hacer.Pascual Cirilo también tiene 70 anos y también cree que entonces se cometieron errores: "En un procedimiento contra individuos que ya tienen ocho asesinatos, primero hay que desalojar el edificio". Es general retirado. Dirigía la cárcel de Punta Carretas cuando se fugaron 106 tupamaros. Fue comandante de la región IV "durante el proceso". Su participación en la batalla del Liberaij le hizo famoso por un tiempo. "En todos lados querían que hablara de eso, pero yo no decía nada. Hubiera preferido que no me hubiera tocado. No es algo para enorgullecerse, ni para andar contando en los boliches".Recorriendo boliches, buscando letra para Brindis por Pierrot, Jaime Roos descubrió que 20 años después, el Liberaij seguía vivo. Por eso lo incluyó en la canción: "El borracho que canta dice: que será de los porteños ocupando el Liberaij". Esa línea trasunta una suerte de cariño o de admiración. Porque así se los recuerda en la noche montevideana. Fue un hito, algo que quedó marcado. Que quemaran los billetes, que se dieran una biaba tremenda de cocaína, que se tirotearan así y que quemaran todo, está fuera del argumento tradicional. Fueron los que prefirieron morir antes que entregarse a la Policía: eso es lo único que quedó de ellos. Más allá de que fueran personas horribles". Nunca nadie le recriminó haber incluido a los pistoleros en la canción.Celina Aranguren, la madre del tercer policía muerto por los argentinos, conoce la canción, pero nunca le prestó atención a la letra. Sigue siendo pobre: tiene 74 años y continúa trabajando. Es casera de una quinta que, en las afueras de Montevideo, tiene Daniel "Tano" Gutiérrez, el niño que cuidaba hace 30 años. Muchas empresas donaron dinero para las familias de las víctimas del Liberaij, pero no recibió nada. Todo fue para la mujer de su hijo y "ella nunca más apareció". Reclamó ayuda en la Policía "pero siempre me sacaron corriendo".Todas las donaciones que se hicieron entonces para las víctimas constan en un volumen que Ventura Rodríguez encuadernó.Rodríguez reconocería días después de la batalla que, efectivamente, se habían cometido errores. Falleció en 1997. Su viuda recuerda hoy que "el traje que usó ese día lo tuve que tirar, porque ni siquiera en la tintorería le pudieron sacar el olor a los gases".No quedan rastros de aquel olor. Por el pozo de aire del Liberaij sube ahora un fuerte olor a milanesas. Quizá la única vecina de aquella época que aún vive en el edificio sea Mirta Eliaskevitz. Dice que pasó "las de Caín" durante el tiroteo, pero no quiere recordar: "No habría ni que hablar de aquello, no hacerlos más héroes a esos señores, como en una canción que se hizo". El apartamento 9 es ahora el 102. El Estado solventó su reconstrucción. Hace un mes lo alquiló Gerardo Bueno. No sabe que, justo donde ahora está parado, ahí, fue que mataron a Merelles, Dorda y Brignone.La autopsia dijo que Dorda tenía 16 heridas de bala y quemaduras; Brignone, 19 heridas de bala y quemaduras, y Merelles, una sola herida de bala, en la nuca. Fueron sepultados el 9 de noviembre de 1965 en el Cementerio del Norte.En el registro del día dice:"Marcelo Brignone. Patria: se ignora. Edad: se ignora. Estado: se ignora. Enfermedad: herida de bala. Carlos A. Merelles. Patria: argentino. Edad: 26 Estado: Soltero. Enfermedad: herida de bala. Roberto Juan Dorda: Patria: argentino. Edad: 30. Estado: se ignora. Enfermedad: herida de bala".Ya no están en Uruguay. Merelles "pasó a Buenos Aires" el 15 de noviembre de 1968; Brignone el 8 de enero de 1969, y Dorda el 24 de julio de 1997. En el registro no consta quién redamó sus cuerpos.
Tinta Loca
Tras la muerte de los pistoleros, casi toda la prensa señaló que su resistencia solo había sido producto del alcohol y la droga. La Mañana, por ejemplo, dijo: "Valga el argot del hampa, se dan la falopa momentos antes de cometer alguna fechoría. Y mediante este sistema artificial se infunden el valor que les falta comúnmente”.
Después no hubo más coincidencias. El Día criticó a los que -como El País y Acción- retrataron a los argentinos muertos: "No es con fotografías ni con películas macabras, morbosas, tintas en sangre, que se informa...". Época repudió el "auténtico show de la muerte transmitido por radio, proyectado por televisión, narrado minuciosamente por la prensa sensacionalista”.
El País aprovechó para criticar a la izquierda: no había dos policías, una mala, falsamente acusada de torturar, y una buena, defensora de la sociedad. BP Color terció: "La Policía de Montevideo, que tantas veces merece críticas por sus actuaciones, debe recibir en esta instancia, el homenaje entero de todos”. El Diario, sin embargo, "la conducta de quienes (....) cayeron en el extremo de ensañarse con uno de los delincuentes, ya moribundo...". Época dijo que eso podía tener "una explicación -difícil, pero explicación al fin- en la pasión desencadenada” pero no entendía cómo era "motivo de subrayado especial por la prensa”.
Marcha señaló que los argentinos "no apelaron" a tomar rehenes.
El País consiguió una entrevista exclusiva con “Walter Bo, el hombre que liquidó a Dorda”. Bo, que "no se siente cómodo entre las grandes palabras” decía: "No, no fue una jornada agradable. Tuve -tuvimos- el gusto de la pelea, las manos que se empapan en sudor, la boca reseca, las sienes que laten furiosamente (...) Rabioso, le grité un insulto. Dorda insinuó el gesto de apuntarme, pero le descargué la 45”. Al otro día un comunicado oficial dijo que Bo era un impostor que nunca había peleado en el Liberaij.
La cobertura de El Debate fue aplaudida en un suelto titulado "El Debate ha cumplido” publicado por.. El Debate. La cobertura, de todos modos, tuvo algunos pequeños errores: dijo que la Policía llegó al Liberaij porque vieron a los porteños andando en auto y los siguieron; señaló que el edificio fue desalojado antes del tiroteo; vaticinó que los argentinos pedirían clemencia; afirmó que los policías fueron distribuidos en el edificio según un plan, y explicó que los gases no afectaron a los pistoleros, principalmente, porque había una ventana abierta.
Arbitra Thelmo PalumboAcción sostuvo en su cobertura del tiroteo que el juez de fútbol Thelmo Palumbo, también policía, vivía en el Liberaij y había pasado muy nervioso, deseando que el tiroteo terminara para poder ir al estadio a arbitrar el partido entre Nacional y Wanderers.Efectivamente, Palumbo -que hoy tiene 70 años- era juez y policía, pero nunca vivió en el Liberaij. "Aquella fue un error. Ese día yo debutaba en el referato y, en jefatura, nos tenían a todos encerrados por si nos necesitaban.Se acercaba la hora del partido y yo pedí autorización para estirar un poquitito las piernas. Me dijeron: 'bueno, pero vení rápidos Y fui al Liberaij, miré un poquito y volví al trabajo. Después me fui para el estadio" recuerda Palumbo. Nacional ganó 2 a 1, con goles de Sanfilippo, Ross para Wanderers y Urruzmendi en el último minuto. El arbitraje fue criticado. "Otro final confuso, raro, poco claro", dijo BP Color.Los jueces no deberían ver tiroteos antes de los partidos.



LEONARDO HABERKORN


Revista Tres


6 de febrero de 1998

CASA DE LUSSICH

CASA DE LUSSICH
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