CASTILLO DE PÌTTAMIGLIO

CASTILLO DE PÌTTAMIGLIO

martes, 1 de mayo de 2007



El premio Planeta y el caso Piglia


Las cenizas del Liberaij
sobre el cielo de la literatura


En noviembre de 1997 Ricardo Piglia ganó el premio Planeta de Buenos Aires con su novela “Plata quemada”, basada en la historia de los porteños que ocuparon el Liberaij. Dicen que aquellos argentinos antes de morir acribillados quemaron el dinero de su botín, y que la foto de Piglia con un cheque gigante por el equivalente a 40 mil dólares arrastraba consigo esa gratuidad y alevosía. Esta es otra historia de la orilla escandalosa, de las que aquí no pasan, no pueden pasar. ¿O sí? Carlos María Domínguez
El episodio es conocido por su rumor y su sospecha. Se dijo entonces que el premio Planeta estaba arreglado, como el de España, bajo la premisa de que ninguna editorial pone tanto dinero (600 mil euros, en la madre patria) sin garantía de recuperar una parte importante de la inversión. Pero el tópico siempre ha sido más fácil de inferir que de probar.Lo que ocurrió en Argentina es que meses antes de conocerse el fallo, en una nota aparecida en Radar Libros (Página 12), Ricardo Piglia contó el argumento de su próxima novela y anunció que a fin de ese año la publicaría Seix Barral (sello del grupo Planeta). Se rumoreaba que en 1994 había celebrado con Espasa Calpe (otro sello del grupo) un contrato de 100 mil dólares por los derechos de edición de su obra literaria, tres nuevos libros y una nueva novela.En la noche de la entrega del premio unos seiscientos invitados colmaron el roof garden del hotel Alvear para compartir la ceremonia y una cena fría. Entre ellos, Gustavo Nielsen, nervioso y a la expectativa porque su novela El amor enfermo había quedado entre las diez finalistas. Conocido el fallo, de su decepción nacieron unos cabos que no demoró en juntar. Sin duda, se trataba de la novela que Piglia había mencionado en la entrevista de Radar Libros. Pero si un artículo de las bases del concurso impedía que participara cualquier novela previamente contratada con otra editorial, ¿cómo había competido Plata quemada? La extraña postergación de la fecha de cierre para la recepción de originales, ¿habría tenido que ver con la posibilidad de que Piglia terminase su novela y la presentara? Nielsen preguntó a María Esther de Miguel, integrante del jurado, qué le había parecido su novela. De Miguel contestó que no se la habían pasado. La respuesta fue excitante porque la pregunta no era inocente. En la edición anterior, Nielsen había quedado finalista con otra novela, La flor azteca, y en medio de la fiesta se había acercado a Mario Benedetti, integrante del jurado como en la edición 97, con la misma pregunta. Obtuvo la misma respuesta. Días más tarde lo llamaron de Planeta para explicarle que compensarían el error con la publicación de la obra, como en efecto hicieron. Eso había ocurrido en 1996, pero que por segunda vez el gran jurado no leyera una de las diez novelas finalistas, más que una fatalidad le pareció una estafa. Presentó una demanda en la Cámara Civil contra la editorial Planeta, contra Guillermo Schavelzon, entonces director editorial, director del jurado y organizador del certamen, y contra Ricardo Piglia.Poco después de la adjudicación del premio, los rumores sobre el cuestionado fallo tomaron estado público en una investigación de la revista Tres Puntos, Schavelzon abandonó la editorial para convertirse en agente literario, Piñeyro filmó una película sobre la novela y Blanca Rosa Galeano, involucrada en los hechos narrados en Plata quemada, presentó una demanda de un millón de pesos, irritada por las características viciosas que le adjudicaban a su personaje. La petición fue desestimada por los jueces en julio de 2003, luego de justificar la necesidad de “preservar el derecho de Ricardo Piglia de contar la historia tal como fue concebida”. El episodio y sus derivaciones se olvidaron con el tiempo porque nunca faltan en Buenos Aires noticias de qué ocuparse, hasta el 28 de febrero pasado, cuando la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil (sala G) dictaminó que no se habían respetado las bases del concurso, se burló la buena fe y el certamen estuvo viciado por falta de transparencia, existiendo “demostradas muchas circunstancias que revelan la predisposición o predeterminación del premio a favor de la obra de Ricardo Piglia”. Condenó a los demandados a pagar a Gustavo Nielsen 10 mil pesos (3.400 dólares), más los intereses desde el 28 de abril de 1998, y las costas del juicio. En la primera instancia el fallo había sido absolutorio, en esta segunda instancia se resolvió la condena y la editorial Planeta apeló ante la Corte Suprema, que aún no se expidió. Es la primera vez que el Poder Judicial interviene en un certamen literario.DINERO FANTASMA. La sentencia de la Cámara resucitó la polémica por el premio Planeta 1997, Piglia y Nielsen cruzaron declaraciones y argumentos en la prensa, circuló una solicitada de apoyo a Piglia (entre sus firmantes: Carlos Altamirano, Germán García, Osvaldo Bayer, León Ferrari, Tito Cossa, Juan José Saer, León Rozitchner, Daniel Samoilovich), otros escritores apoyaron a Nielsen (Rodolfo Fogwill, Carlos Chernov, Elvio Gandolfo, Ana María Shua), otros cuestionaron los procedimientos de los concursos y se conocieron detalles de la investigación judicial.Los jueces comprobaron el pago de 100 mil dólares que Espasa Calpe abonó a Piglia por los derechos de Plata quemada y la futura novela, la mitad efectivizada en 1994, el resto en 1995, y consideraron que debió ser inhabilitado por la cláusula que lo prohibía expresamente. Más decisivo resultó que la defensa no pudiera presentar ni el recibo por la recepción del original de Piglia, que llevaba el título “Por amor al arte”, bajo el seudónimo de Roberto Luminari (el autor afirma que la presentó el 20 de agosto y recibió el número 111), ni el cheque por 40 mil pesos (entonces, equivalentes a dólares) que debió cobrar por el premio.Ambas ausencias, sumadas a otras consideraciones, determinaron que la Cámara llegara al convencimiento de que “dicha producción no había generado el rédito inicialmente previsto, de manera que se vislumbró la posibilidad cierta de una razonable recomposición patrimonial mediante la adjudicación del premio correspondiente a 1997 a la obra de Piglia, acompañada con amplia publicidad de méritos y difusión”. En criollo y según Nielsen: el autor premiado no habría cobrado ningún premio, puesto que la suma habría quedado incluida en los adelantos que ya le habían pagado, y la editorial usó la expectativa de los concursantes para promocionar las ventas de Plata quemada.“No quería hacerle juicio a Piglia –declaró el querellante a la prensa–, pero era inevitable si quería llevar adelante la demanda. Le hice juicio a Guillermo Schavelzon, quien, tres meses después de haber dado el premio a Piglia como directivo de Planeta, ya aparecía como su agente literario.” Radicado en Barcelona, Schavelzon no hizo declaraciones y se limitó a recordar los miembros del jurado que premiaron por unanimidad la novela. Piglia, notoriamente acosado en su prestigio, comparó a Nielsen con un personaje de “El Aleph”, Carlos Argentino Danieri (“el típico escritor arribista retratado por Borges”), argumentó que si la novela hubiera estado contratada eso no garantizaba que ganara el concurso, y que en todo caso, la cláusula impedía el contrato con terceros pero no con la misma editorial. Planeta calificó al fallo judicial de “arbitrario”, reivindicó que el objetivo del premio es “fomentar la cultura argentina y promover autores noveles”, y aguarda la decisión de la Corte Suprema.LOS JURADOS INVISIBLES. Entre las consideraciones de los jueces, un sayo les cayó a los jurados del concurso –María Esther de Miguel (fallecida), Mario Benedetti, Tomás Eloy Martínez, Augusto Roa Bastos y Guillermo Schavelzon– por “su menguada participación”. No establecían las bases que un grupo de especialistas preseleccionara diez finalistas entre el total de las 264 obras recibidas, prácticamente desconocidas por el jurado.Es probable que la observación introduzca futuros cambios o aclaraciones en las bases de los concursos literarios, porque el procedimiento es de uso en los certámenes que convocan gran cantidad de originales. Tal como calcularon los jueces de la Cámara, si cada jurado hubiera leído las 264 obras presentadas, a la razón de dos por semana, habrían demorado dos años y medio, y si lo hubieran hecho en los dos meses que corrieron, “cada jurado hubiera debido leer más de cuatro obras por día, lo que resulta humanamente imposible”.Normalmente, los organizadores contratan entre diez y veinte lectores con algún grado de profesionalización para que realicen el descarte y promuevan a los finalistas que llegan al jurado, con la paradoja de que el grueso de las obras es entonces juzgado por un tribunal invisible y de ignorada calificación, y apenas diez por el jurado declarado. “Estoy seguro de que este sistema ha dejado afuera a más de un Borges”, dijo hace poco Andrés Rivera. “Ganar un premio es como sacarse la sortija”, explicó.Un ejemplo, por lo reiterado, pesadillesco, le pertenece al propio Gustavo Nielsen. Ganó el premio Tusquets de cuentos, pero después de que el jurado pidió rever todas las obras por considerar que ninguna de las finalistas valía la pena. A Carlos Gorostiza le tocó vivir las dos situaciones. “Cuando gané el premio Planeta de Buenos Aires en 1999, me enteré de que fui premiado de casualidad. Mi obra apareció recién en una segunda etapa, porque al jurado no le gustó lo que recibió de la preselección.” Designado posteriormente en el tribunal, tuvo que insistir para tener acceso a más obras, entre las que surgió la de Liliana Escliar, premio Planeta 2000. Desde entonces se niega a integrar cualquier jurado para eludir un absurdo: “Es como transformarse en una suerte de semidiós, de una religión que se desconoce”.No son pocos los escritores de reconocida trayectoria que han sido descalificados en la preselección y se quejan del procedimiento, aunque siempre resulta más consolador ser rechazado por un ignoto lector que por un notable de las letras. A todas luces, sin embargo, quien envía una obra a un concurso no busca consuelos.Por inviable que resulte demorar dos años y medio el fallo de un concurso literario, es notorio que la falta de explicitación del procedimiento en las bases, y el anuncio de jurados de prestigio como garantía de calidad y norma, promueven una imagen que a menudo carece de respaldo. Como en algunas oportunidades irrumpe la excepción, goza la quimera a la que por naturaleza son proclives los escritores, del modesto alimento que necesita para sostenerse en pie. Siempre que los jurados no se muestren dóciles a las presiones editoriales y mientras no se encuentre un sistema mejor, su voluntad de leer más obras que las promovidas a finalistas parece ser la única expectativa de amparo para los participantes, con el beneficio de defender el prestigio de su criterio literario.¿O SÍ? El trámite en los concursos literarios uruguayos dista de las excitaciones de los grandes mercados editoriales, aunque no le faltan problemas en los que enredarse. Los que organiza todos los años la Intendencia de Montevideo, el Ministerio de Educación y Cultura y la Fundación Lolita Rubial con la Intendencia de Lavalleja y Ediciones de la Banda Oriental, aportan la modesta cuota de incentivo a los escritores nacionales con premios que hoy rondan los 30 mil pesos, además de otros certámenes ocasionales u honorarios como el Bartolomé Hidalgo, que supo gozar de prestigio, fue herido de muerte por un vendaval de críticas a sus procedimientos y hoy sobrevive prescindiendo de un jurado técnico a cargo de la Cámara del Libro.En 2002 la editorial Alfaguara y la embajada de España organizaron el premio Onetti, dotado de 5 mil euros, pero se discontinuó por la incorporación de Julio María Sanguinetti al jurado de la segunda edición, con la conocida negativa del resto de los jurados a acompañarlo, lo que constituyó un curioso hito de resonancias intelectuales y políticas en la historia de los certámenes uruguayos.En la edición de 2002 la editorial Alfaguara contó con un jurado de preselección que eligió cinco finalistas, pero en el resto de los concursos los jurados suelen leer la totalidad de los originales o, como se ha convertido en norma de uso no explicitada, cada uno lee una porción del total recibido y promueve los mejores textos para que los lean sus colegas. El procedimiento ha sido cuestionado por convertir a una sola persona en árbitro exclusivo de los textos que le toca leer. Sin embargo, los mayores problemas derivan de la reiteración de los nombres de los jurados y de los ganadores, su entrecruzamiento, los estrechos vínculos que mantienen entre sí y las sospechas de amiguismo que provocan toda clase de susceptibilidades.A diferencia de lo que sucede en las grandes metrópolis, la dificultad la aporta el reducido tamaño de la vida literaria. Las mismas personas hoy ganan un premio otorgado por un amigo y mañana se lo adjudican a otro, o al mismo, en calidad de jurado. Se hayan presentado los originales con o sin seudónimo, la responsabilidad intelectual se ve acosada por la proximidad de los vínculos en la aldea. Uno conoce el estilo del otro, cuando no directamente la obra, o el tema, porque se lo comentó en un café; unos son jurados en un género, pero participan como concursantes en otro, y al ganador y al jurado los han visto riendo en la calle, de modo que para los que pierden, el resultado, en principio, siempre es sospechoso.Quien juzga sin equidad, encuentra muchas ocasiones de devolver favores y desarrollar una política personal con el dinero de terceros. Quien lo hace con nobleza, rara vez lo hace en estado de ingenuidad. Sabe que debe probar su imparcialidad. Su juicio es, al mismo tiempo, una defensa. Si para tres millones de uruguayos el delito debe ser probado, para los miembros de la cofradía que alternan los distintos géneros literarios, lo que ante todo se debe probar es la inocencia.A unos se los acusa de arbitrarios y a otros por demasiado ecuánimes. La indivisibilidad de los premios o el criterio de darlos compartidos configura un capítulo asordinado e insidioso de la vida cultural. Esta paradoja ha creado una templanza y un malestar. Un enredo de paranoias, pruritos, suspicacias, favoritismos y galimatías de normas contra los vínculos personales, porque siempre será más fácil repartir cien pesos entre mil personas que uno entre cuatro.El correo de lectores de BRECHA recoge anualmente acusaciones contra los premios del mec, sospechados de una u otra implicancia, como la que hace poco motivó la polémica entre Federico Rivero, Rafael Courtoisie, Hebert Benítez y Mariela Nigro. Las nuevas autoridades del mec revisarán la normativa de sus concursos para desterrar situaciones ambiguas y hay voluntad de que los escritores pertenecientes al organismo no concursen con sus obras en las distintas categorías, sean jurados o no.Los criterios que rigen los certámenes de la Intendencia tampoco dejan de modificarse en busca de una transparencia mayor. La competencia de ensayos éditos con inéditos ha provocado no pocos problemas; en algunas ocasiones se han premiado autores fallecidos y en su última edición Pablo Rocca apeló el fallo que le otorgó un premio compartido con Carina Blixen. Alegó que las bases indicaban un premio indivisible y la Intendencia debió abonar el monto completo a los dos ganadores.No es plausible que una editorial establezca un premio de esa suma en Uruguay ni que se manipule con alevosía sin que al otro día se conozca el color de la camisa que vestían los contertulios a la hora de la transacción, pero cabe asumir que cada sociedad encuentra su virtud y su tormento cuando se trata de hacer girar el mundo y, desde luego, repartir premios.

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