CASTILLO DE PÌTTAMIGLIO

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martes, 1 de mayo de 2007



El tiroteo en el "Liberaij"

El fin de los hampones, acribillados y maldecidos por la multitud enardecida
Fueron catorce horas en medio del infierno aquella noche de noviembre de 1965. Difícilmente quienes fueron testigos o protagonistas directos o indirectos del hecho puedan olvidarlo.
JUMA
Mario Malito (que no estuvo en el Liberaij, pero integraba la banda), Marcelo Brignone, Jacinto Merella y Héctor Dorda, los tres muertos en el apartamento.
Tercera y última parte Resumen de lo publicado
De acuerdo con un informante que a su vez gozaba de la confianza de tres peligrosos pistoleros argentinos, la policía logró "encerrarlos" y sitiarlos en el apartamento 9 del edificio Liberaij de la calle Julio Herrera y Obes 1182.Intimados a rendirse no sólo no lo hicieron sino que desataron uno de los hechos más violentos que hasta ahora recuerda la historia policial. Un infierno de pólvora, gases y sangre, se desató entre sitiados y sitiadores. Los tres pistoleros cayeron en su ley, acribillados, pero dos agentes policiales pagaron también con su vida el altísimo precio de aquella luctuosa jornada.

¿Qué pasaba adentro del apartamento 9?
'Mientras todo Montevideo se conmocionaba y decenas de miles de personas llegaban hasta las inmediaciones del edificio atraídas por los informativos radiales que minuto a minuto iban dando las noticias que se sucedían en el lugar, en el interior del apartamento 9 del Liberaij, fuertemente armados, según se dijo, los tres pistoleros argentinos se amurallaban en su vieja experiencia. Varias difíciles como esta tenían en su historial y de todas habían salido airosos. Sabían (o creían) que contaban con el tiempo a su favor y alcoholizados o drogados (nunca se supo exactamente sobre ello) se les escuchaba reír y maldecir desde las entrañas de su escondite.
Ráfagas de poderosas armas "barrían" los pasillos cercanos y los distintos ángulos de las ventanas del inmueble. Mientras tanto en los pisos restantes y en los apartamentos linderos, familias enteras se encontraban al borde de la desesperación, atemorizadas, sin saber a quién o adónde recurrir. Nadie se animaba a asomarse ni a intentar huir del lugar.
La angustia era por partida doble, cuando muchos de los habitantes del lugar regresaban de sus trabajos en horas de la noche y se encontraban con la novedad que no podían ingresar a sus viviendas, mientras dentro de ellas sabían que estaban sus seres queridos inmersos en la vorágine de aquel desastre. Hubo incluso algunas reacciones violentas contra los efectivos policiales de alguno de los recién llegados, que pretendían de todas formas acudir junto a sus familias sin medir el riesgo. Sin embargo los agentes estaban obligados a cumplir sus órdenes y a no permitir el paso de nadie. Unos pocos vecinos lograron ser evacuados por medio de una escalera mecánica del cuerpo de Bomberos. Pero fueron los menos.
Una de las vecinas, Amanda Marino de González que habitaba el apartamento 13 del edificio declararía posteriormente a un medio de prensa de la época, que se encontraba sola en su vivienda cuando se inició el tiroteo. Contaba que a lo único que atinó fue a sentarse adentro del baño y allí estuvo toda la noche hasta que en un determinado momento perdió conciencia de sus nervios. "Tanto fue así -decía- que me encontraba tomando mate y no sabía si lo hacía con agua caliente o fría, tal era mi estado de inconsciencia e insensibilidad. Mi tranquilidad renació cuando por la ventana que da a la calle vi a mi marido caminando ansiosamente, el también me vio y en los dos prevaleció el autocontrol"
"Cuando sentí las primeras explosiones de las bombas lacrimógenas -agregó- creí por el humo que se trataba de un incendio, pero después hubo otras explosiones, después las detonaciones de las armas de fuego y después todas aquellas fatales horas..."

Pánico y terror entre los vecinos
Las reacciones también fueron diversas entre los vecinos, víctimas inocentes del trágico episodio. Por ejemplo la señora Petrona Pintos de 75 años de edad, cuando todo comenzó se encontraba en el apartamento 22 del Liberaij, propiedad de la familia Trelles Goldemberg, sola con dos niños pequeños a su cargo. El resto de los habitantes de la unidad estaban en ese momento fuera del lugar.
La anciana señora asistió desde el comienzo a todo el terror de la pólvora, los gases, el fuego, las idas y venidas, los gritos, los insultos, las maldiciones y en un momento de pánico, la desesperación la llevó a tirarse descolgándose por uno de los tragaluces. Finalmente logró ser convencida por uno de los agentes de la Guardia Metropolitana para que desistiera de su intento y tratara de protegerse dentro del apartamento hasta que todo pasara.
Los policías y bomberos trataban incluso en medio del tiroteo, de evacuar al menos algunos vecinos, ya que se temía que los pistoleros acorralados decidieran tomar algunos de ellos como rehenes, lo que agravaría la situación.
Entre todo el pánico generado hubo también situaciones insólitas, como las señoritas Batto, dos hermanas que vivían en uno de los apartamentos posibles de evacuar, que no aceptaban salir de su domicilio si no era acompañadas de sus perros a los que se negaban a dejar abandonados en tales circunstancias.
El coronel Roberto Ramírez de la Guardia Metropolitana relataría luego de esta forma los últimos momentos: -"Serían las 4 de la mañana y mi objetivo seguía siendo el no permitir salir a los delincuentes. En cuanto a quiénes fueron los que finalmente los eliminaron, fueron los agentes de la 'Metro', Dutria y Puerto, con tres ráfagas disparadas desde adentro del apartamento 12 a través de las dos puertas, la del 12 y la del 9.Los pistoleros se encontraban junto a la puerta. Era su único refugio. A este punto no llegaban las balas que se le disparaban desde todos los demás ángulos posibles. Cuando por unos 10 o 20 minutos reinó el silencio pude ver al otro lado de la puerta deshecha las piernas de los delincuentes, entonces di la voz de alto el fuego".
"Aunque podían no estar muertos -continuó diciendo el coronel Ramírez- seguramente tendrían muchas balas en el cuerpo. Los cuerpos aparecían tirados hacia adentro. Mientras yo daba la noticia al Jefe de Policía, el cabo Jesús, de Investigaciones, un hombre de arrojo extraordinario fue el primero en entrar. Se me adelantó. Cuando yo lo hice, el cuadro era aterrador".

Ni el dinero, ni las armas "pesadas"
Cuando finalmente a las dos y media de la tarde todo terminó, no pudieron los policías a caballo que custodiaban la multitud impedir que ésta se abalanzara sobre el edificio y mientras sacaban los cuerpos sin vida de los pistoleros aplaudieran y vociferaran enardecidos ante el cuerpo de uno de ellos aparentemente aún con vida.
Los pistoleros antes de morir, habrían quemado alrededor de 15 millones de pesos en billetes producto de sus asaltos pues nunca se encontró el dinero que se sabía tenían, como tampoco pudieron hallarse las armas pesadas con las que habrían resistido ya que solamente dos revólveres aparecieron en la escena.
El dolor, la angustia y algunas dudas quedaron flotando en el aire. Como también la "viveza criolla" del portero del edificio que en días subsiguientes cobraba $ 5 a quienes hacían cola en la puerta del 1182 de Julio Herrera y Obes para ver con sus propios ojos el escenario de la matanza.
El negocio se le terminó cuando lo denunciaron y lo llevaron a jefatura a responder por ello. Esa semana, la revista "Al Rojo Vivo" agotaría 140.000 ejemplares una hora después de aparecer en los kioscos con el informe y las fotos exclusivas del episodio. *

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