CRONICA DE UN HUNDIMIENTO:LA TURBIA HISTORIA DE RICARDO BONAPELCH
por Cecilia Robilotti Pereira
En 1940 un millonario montevideano, conocido hombre de la noche y notorio fanático gardeliano, denunció a su ex apoderado, el procurador Enrique Lages por considerar que éste lo había despojado de su fortuna al realizar negocios ruinosos en nombre suyo y de su esposa. Mediante este simple movimiento, el denunciante -Ricardo Bonapelch- hizo visible una complicada maquinaria de lazos familiares, intereses económicos y políticos que a la postre se volvió contra sí mismo, destruyéndolo y dejando al descubierto una trama delictiva que sorprendió a todo el Uruguay.
¿Dónde están los $ 25.000?
El caso fue seguido por el Juez de Instrucción de 2º turno Dr. Julio De Gregorio, quien fue descubriendo progresivas e increíbles irregularidades en los movimientos de capital de Bonapelch y en la forma en que los administraba su, por entonces, apoderado. Lages negó los cargos de despojo alegando que los manejos más turbios fueron realizados cuando aún no estaba al frente de los negocios del matrimonio. El monto del despilfarro era tal que las investigaciones prosiguieron; pero en 1941 las cosas tomaron un cariz diferente: Lages y un testigo acusaron a Bonapelch, insinuando la participación de éste en el accidente que en 1933 había costado la vida a su propio suegro, el poderoso industrial José Salvo.
Las cartas estaban echadas. La participación de Bonapelch como autor intelectual de la muerte de su suegro era vox populi, aunque hasta ese momento faltaban pruebas contundentes. El nuevo giro que tomó la investigación permitió ampliar considerablemente la lista de personas citadas a declarar. De todas ellas, hubo una que iluminó los pasos a seguir. Se trataba de Lincoln Gajas, amigo de Bonapelch que hacía las veces de "secretario" o "agente de negocios", pagándole cuentas de todo tipo. Nadie más indicado que él para aclarar asuntos de dinero del ahora acusado, habría pensado De Gregorio cuando realizó el 30 de agosto el careo Lincoln Gajas - Ricardo Bonapelch del que emergieron las primeras contradicciones que develaron un caso mucho más complicado de lo que parecía a simple vista.
Lincoln Gajas llegó confiado a la Jefatura de Policía, con la seguridad del que no tiene nada que esconder. "Ya me supongo por qué me prenden. Pero se equivocan. Hace muchos años que no sé nada de caballos. Esta vez han fracasado", se apuró a declarar pensando que lo citaban -su fama de jugador era grande- por un publicitado caso de dopping en el Hipódromo. Grande fue su sorpresa cuando De Gregorio le preguntó: "¿Ud recibió de manos de Bonapelch $ 25.000?". Atónito, empalideció e hizo un movimiento de cabeza negativo. "Lo niego. Bonapelch no me dio nada". Ricardo también llegó seguro y contento, confiando en que con su declaración podría terminar con Lages. Cuando se le preguntó por el destino de los $ 25.000, Bonapelch aseguró haberle dado esa suma a Gajas "para que pagase una cuenta" (1).
Las respuestas plantearon nuevas preguntas. Siguiéndole la pista al dinero, y tras largos interrogatorios Lincoln Gajas terminó confesando que en 1933 Bonapelch le había dado un paquete con $ 25.000 para entregar a Artigas Guichón, a quien no conocía personalmente pero -como se sabía por la prensa desde el accidente- era el que había atropellado con su coche a José Salvo. Aquello sonaba a una confesión. "Ricardo, ¿cómo es eso?", le preguntó Gajas; "y, ahora llevale eso", respondió Bonapelch (2).
Lincoln salió de la casa de Ricardo con el encargo, pero esa tarde cambió sus planes súbitamente: prefirió jugar a la ruleta, y de entrada perdió $ 4.000. En tren de recuperar lo perdido fue a Buenos Aires y apostó fuerte en las carreras de caballos, pero como la pérdida fue total dio el asunto por terminado y olvidado. Cuando Ricardo se enteró, indignado, decidió descalificar a su amigo contándole a quien quisiera oír que "en vez de levantar un conforme en un banco de plaza" se había jugado todo el dinero. A su vez, Lincoln contraatacó. Sin sentirse culpable, y al ver que "hasta los mozos de café me preguntaban qué había hecho con la plata de Bonapelch (...) cuando alguien me venía a preguntar si era cierto que había gastado $ 24.000 que me había dado Bonapelch, yo empecé a decirle a todo el mundo que era cierto, y que ese dinero me lo había dado para entregárselo a Guichón"(3).
Todo se volvía en contra de Bonapelch, pero aún faltaban más sorpresas que el azar o un perfecto plan para destruírlo le deparaban. Como si se hubiera abierto la caja de Pandora, una serie de hechos que lo incriminaban empezaron a develarse en forma coordinada y veloz. El 1 de setiembre la Dirección de Investigaciones de la Policía comunicó al Juez que habían llegado por correo y en forma anónima numerosos documentos y declaraciones que inculpaban a los declarantes. Gran parte de la documentación pertenecía a la investigación privada que a partir de 1934 mandó realizar el hermano de José, Lorenzo Salvo, cuando sospechó del "accidente" casual. La opinión pública, fascinada por los ribetes detectivescos que presentaba el caso siguió ávidamente las noticias, sobre todo cuando "El Día" publicó uno de los documentos más comprometedores contra Bonapelch, una carta de 1932 dirigida a un tal "Emilio", en poder de este matutino colorado desde "hace muchos años" y que provocó los celos periodísticos del nacionalista "El País". "Por motivos circunstanciales disponemos en este aspecto de mejores elementos de juicio, pero en esa situación podría haberse encontrado cualquier otro órgano periodístico si los acontecimientos lo hubieran vinculado a quienes siempre estuvieron interesados en el esclarecimiento del suceso"(4), comentaba ácidamente "El Día", dejando en claro el trasfondo político que tuvo el caso desde sus inicios.
La carta en cuestión fue fundamental para el hundimiento definitivo de Bonapelch, ya que para su desgracia no pudo explicarla satisfactoriamente. En un lenguaje elíptico, plagado de errores ortográficos y con deficiente sintaxis, le escribía al misterioso "Emilio": "Vd. me coloca en una situación violentísima, que no sé que contestarle. Vd. sabe mi situación es malísima, el dinero está seguro pero hay que esperar unos días, pero el giro es imposible, figúrese que para el presupuesto del mes pasado tuve que pedirle a un amigo que son $ 1.000. Vd. se imaginará que no se trata de tener y mandar es que no tengo ni un centésimo, ya lo ves Emilio yo no sé qué hacer (Vd. dirá Emilio). El Sr. está enfermo con congestión hace cuatro días así que en estos días es imposible poder efectuar el negocio hasta no se sepa si mejora, pero también para sostener un hombre, yo no sé como, en fin yo no sé qué hacer amigo Emilio, Vd. tiene razón en lo que me dice, pero eso no depende de mi voluntad sino de mis circunstancias que me obligan a proceder, yo no quiero que Vd. interprete mal mi proceder más arriba le explico, en este momento hay que esperar por la situación del Sr. que están día y noche cuidándolo, ya le digo Emilio, la plata está segura y será cosa diez o doce días más de demora ya pronto la veña al final y la escritura es un momento, le ablo así ya que tengo la seguridad que no pasa nada, yo no tengo tanta suerte, imaginese que si pasara seria una maravilla, realizar el negocio sin susto, pero en fin yo no creo tanta velleza. Emilio conteste al café la otra carta, si podemos susanar este asunto haga lo posible por evitar que ese hombre lo pierdamos sería la única oportunidad en la vida que se nos presentara, pero si es mucho compromiso para Ud. proceda a criterio. ¿Ud. quiere dejar el asunto? yo debo esa plata que en cuanto pueda se la pagaré, quiero que sepa que no es por falta de voluntad sino por la falta de plata, bueno Emilio la charla es larga y Ud. tendrá que hacer contésteme enseguida saludos de Angel y de su amigo sinceramente" (sic) (5).
Si bien Bonapelch jamás negó la autoría de la carta, no logró explicar sus párrafos más oscuros y comprometedores, así como tampoco se pudo ubicar realmente al destinatario. En un primer momento las pesquisas se dirigieron hacia Emilio Gandulfo, un porteño que probablemente ejerció como manager de su amigo, el boxeador Angel Rodríguez. Pronto fue considerado inocente, centrándose la atención en otro Emilio, fallecido al momento de la investigación, quien había formado parte del círculo de amigos de Bonapelch; al parecer, incluso llegaron a vivir juntos en el tiempo en que éste residía aún en el Paso Molino (6), un barrio de la periferia de Montevideo. La Policía interpretó que en la carta se hablaba veladamente del industrial José Salvo, hecho que no pudo ser desmentido ya que entre la documentación mencionada figuraban dos certificados médicos en los que constaba la enfermedad que padecía en aquel momento. "Imaginese que si pasara seria una maravilla, realizar el negocio sin susto" fueron las frases claves para inculpar a Bonapelch. Nervioso, cambiaba alternativamente de explicación; unas veces habló de un "negocio de sardinas", otras de la instalación de una cabaña, hasta llegó a reducir todo a un mero dato hípico -la compra de un caballo de carrera- operaciones irrealizables si se tiene en cuenta que el acusado hablaba de no tener "ni un centésimo".
Pero el golpe de gracia, curiosamente, lo había dado su amigo Artigas Guichón al presentarse ante la Policía el 29 de agosto. Fue entonces cuando reconoció el carácter intencional que tuvo el accidente de José Salvo, y como si fuera poco, agregó que fue Bonapelch quien fijó el precio del trabajo en $ 50.000. Los acontecimientos se sucedieron en forma por demás vertiginosa: la prisión de Ricardo Bonapelch, Lincoln Gajas y Artigas Guichón se procesó entre el 29 de agosto y el 2 de setiembre de 1941. El instigador fue condenado a 24 años de penitenciaría con el cargo de "homicidio pacto precio", Guichón a 28 años y Gajas a 10.
¿Dónde están los $ 400.000?
Ricardo Bonapelch nació en Montevideo en 1900, en el barrio periférico de La Teja. Su familia, de origen humilde y trabajador, se mantenía con el trabajo del padre, que viajaba hasta la cercana localidad de La Paz (departamento de Canelones) para atender un restaurante. Ricardo era el mayor de siete hermanos, pero a diferencia de ellos, pronto se mostró amigo de perder el tiempo en las esquinas, planeando travesuras de poca monta. En los únicos 4 años de enseñanza primaria que cursó fue un escolar rabonero y bastante holgazán. Al parecer, pasó su juventud en La Tablada, zona cercana a su barrio de origen que debe su nombre al establecimiento al que llegaba el ganado del interior del país para el abasto de carne a Montevideo. Cuando el comercio donde trabajaba su padre se arruinó, se empleó de mozo en un restaurante de la calle General Flores.
Los cronistas de 1941 no plantearon una única versión sobre su biografía : "El Día" se empeñó en señalar que "no trabajó nunca en su vida. [Si] se le reprochaba el desamor al trabajo, él decía: ¡Trabajar ... si yo me voy a casar con una mujer rica!" (7); pero "Mundo Uruguayo" hablaba del "mozo de restaurante [que] luego se hace chofer, y algunas veces deja de trabajar"(8). Más allá de la polémica, una cosa es evidente: Ricardo tenía claro que el dinero no lo haría trabajando, ya que en el caso que se acepte la versión de que fue mozo de restaurante, no ganaba allí más de $ 30 por mes (9). Quizá por eso le gustara tanto ir al Paso Molino, barrio contiguo a La Teja donde también su tío tenía un restaurante. Los vecinos de esa zona asistieron pronto a la transformación de "Ito" -como le llamaban cariñosamente- en un muchacho identificado con el arrabal: "viste de manera rebuscada, gacho echado sobre los ojos, pantalón bien planchado, zapato de taco alto [...] se entrevera en las timbas y se muestra mujeriego, en amores fáciles" (10).
Precisamente el amor fue el medio utilizado para alcanzar su fin más preciado: el dinero. Había en el Paso Molino una familia muy poderosa, los Salvo, y la menor de las hijas -de comentadas pocas luces- era soltera ... La presa fue fácil para aquel avezado cazador de la noche montevideana. Un tío suyo que trabajaba como capataz en las obras del Palacio Salvo facilitó los encuentros, y sorpresivamente, en 1927 el noviazgo con María Elisa Salvo terminó en matrimonio.
De nada valieron los consejos de su padre, don José, a la muy enamorada Elisa. Su propio pasado de amores con una empleada doméstica, con la que finalmente se casó y tuvo hijas (entre ellas María Elisa), debilitaba su pretendido moralismo. Mas la guerra estaba declarada: jamás dio José participación a Bonapelch en los negocios familiares, ni lo orientó de manera alguna. Sin embargo, cuando falleció la señora Salvo, María Elisa y Ricardo se vieron en posesión de una abultada herencia de $ 400.000. La propuesta desesperada de José -el divorcio a cambio de $ 200.000- (11) no fue aceptada por Ricardo. Viendo que nada podía hacerse, y comprobando que los negocios de su yerno no rendían frutos y su tren de vida era cada vez más fastuoso, ofreció al matrimonio una mensualidad de $ 1.000 que llegó en los últimos tiempos a duplicarse (12).
Nadie negaba la vida disipada de Ricardo. Ni siquiera lo hizo su abogado defensor, el Dr. Alberto Villamil, cuando se descubrió el affaire Salvo, pero lejos de presentarlo como victimario, lo transformó en víctima del dinero fácil: "fatalmente se echa a pensar en buenas ropas, alhajas, brillantes automóviles, ambientes tibios, alcoholes finos, hermosas mujeres dispuestas a todo por un puñado de dinero [...]; entonces Bonapelch, sueltas las manos, cargada la billetera, dejó el Paso Molino y, para su desgracia, marchó a la búsqueda de la gran fiesta [...] Mi defendido cumplió el destino que fatalmente le trazaron las circunstancias." José Salvo no aparecía como el padre preocupado por el bienestar de su hija sino culpable por fallar como guía y, sobre todo por su dudosa moral: "por sus inclinaciones, sus gustos y sus costumbres, ni siquiera con su hija se llevaba bien, cosa explicable si para el goce de sus últimos años prefería rodearse de amables ternuras juveniles. Y si tal era su posición espiritual frente a su hija, fácil es deducir la que tendría frente a su yerno" (13).
El José Salvo gastador y aficionado a la diversión de los últimos años no llegó a consumir (ni cerca) toda la fortuna construída por él y sus hermanos Angel, Dionisio y Lorenzo. La numerosa familia (eran 4 hermanas y 4 hermanos) llegó de su Italia natal cuando José contaba 7 años. Se instalaron en el Paso Molino, y más tarde los hermanos se dedicaron a la fabricación de tejidos con tal éxito que abrieron un importante centro fabril en la zona de Puerto Sauce, actual Juan Lacaze, departamento de Colonia. El apellido Salvo pasó a ser sinónimo de industria textil (la firma Salvo, Campomar y Cía., más tarde Campomar y Soulas), pero se fueron ampliando los rubros: negocios rurales (Cabaña "Nueva Melhem"), comercios (tiendas) e inversiones inmobiliarias, como el impresionante Palacio Salvo. Este hotel, ubicado en la avenida 18 de Julio frente a la Plaza Independencia, fue erigido en el mismo sitio en el que se ubicaba el famoso café y bar "La Giralda", lugar donde se había estrenado el tango "La Cumparsita". Ocupado en la actualidad por oficinas y viviendas particulares, este edificio con 23 pisos y vocación de rascacielos (considerado por algunos un símbolo del progreso edilicio del Montevideo de entonces, y por otros una vulgar ostentación de lujo en una ciudad de tan reducidas proporciones) fue construido por el arquitecto italiano Mario Palanti en 1922. El mismo arquitecto se encargaría en la misma época de la creación del Palacio Barollo en Buenos Aires, de similar propuesta estilística. José Salvo se vinculó estrechamante (vía matrimonio de una de sus hijas) con otros destacados apellidos de la clase alta montevideana, como los Abal, que también poseían intereses económicos en Buenos Aires. La magnitud de la fortuna acumulada por los Salvo a lo largo de los años permitía financiar no solamente las diversiones de uno de sus miembros, sino incursionar además en el terreno de la filantropía, fundamentalmente con numerosas contribuciones a institutos de ayuda a la infancia carenciada (14).
Para disgusto de los Salvo, Bonapelch no hizo nada para engrosar el patrimonio familiar. Por el contrario, con gestos de nuevo rico, compró amistades y se relacionó con el costado más sórdido de la noche, con políticos, con todo el que tuviese poder y/o dinero. Lo acompañaban siempre un ejército de apoderados, socios e intermediarios. Fiel cultor del "amiguismo", al futuro dictador Gabriel Terra lo conocía personalmente ("compartían una común afición por los partidos de bochas en un club montevideano")(15) y, como era de esperarse, siempre hizo caudal de aquella relación. Parecía tener un olfato especial para meterse en negocios oscuros, peligrosos, confiando en la inmunidad que le daban su flamante poder económico y sus influencias políticas. El dinero iba y venía de sus manos con la velocidad de la luz. "En noviembre 15 de 1928 depositó en un banco oficial $ 90.000, seis meses después (mayo 21, 1929) canceló la cuenta" (16). Por esa época decidió entrar en sociedad con su amigo el boxeador Angel Rodríguez en la compra de inmuebles que dedicaban al negocio de la prostitución, mas una corte de socios e intermediarios se quedaba con la mayoría de los dividendos. Además de infructuoso, el negocio trajo problemas legales: en 1932 fueron denunciados por proxenetismo, pero afortunadamente para ellos el asunto murió en el presumario.(17)
Así las cosas, ya en 1930-1931 su capital era fluctuante pero sobre todo cada vez más escaso. Bonapelch insistió con los negocios inmobiliarios -siempre asesorado por su apoderado- esta vez con la compra de una casa de cinco pisos (sin ascensor) en la calle Gonzalo Ramírez. La historia de esta transacción pinta de cuerpo entero al Bonapelch inversor. Este edificio estaba tasado por su dueño en $ 115.000; para adquirirlo, Bonapelch obtuvo un préstamo bancario por $75.000 y completó la cifra con una hipoteca (previamente autorizada por venia judicial) por los otros $40.000. Sin embargo, y solamente de palabra, "arregló" con el propietario que la venta se haría en $ 100.000, pensando embolsarse los $15.000 restantes, de los cuales una parte iría a parar al bolsillo del infaltable intermediario. Una vez realizado el negocio Bonapelch pretendió encontrarse con sus $15.000, pero el antiguo dueño de la casa desconoció el acuerdo suscitándose un previsible y patético episodio en el que no faltaron puñetazos y amenazas de muerte. Poco tiempo después, la casa que según los entendidos no valía más de $ 70.000, fue vendida por Bonapelch en apenas $67.000, de los cuales tuvo que destinar $40.000 al levantamiento de la hipoteca y $7.000 al intermediario. Resultado: Bonapelch gastó $115.000 y a los pocos meses recuperó apenas $20.000, que no le duraron más de 3 semanas. Sólo al ver que le quedaban $3.000 reaccionó, pero esta vez decidió que "los trabajaría con un clandestino amigo". Como perdió todo, tuvo que pedir prestado al amigo de un amigo $ 300, luego $ 500 y finalmente $ 1.000. Recién entonces pudo recuperar su coche, que estaba empeñado. Cuando el tema de las venias judiciales -imprescindibles en éste y en todos los casos en que un individuo manejaba bienes heredados por su esposa- se empezaba a complicar, Bonapelch hacía trabajar sus influencias, como había sucedido en el caso del inmueble anterior. Un magistrado de firmes convicciones estimó que no existía razón que validara la venta del bien recién adquirido. Bonapelch lo justificó diciendo que "no da más de $ 700 de renta, y el presupuesto de mi casa es mayor", pero fue increpado por el juez: "¡Vaya a trabajar si no le alcanza, que esa renta para vivir usted y su esposa es suficiente!". Pese a todo, el funcionario se ablandó hasta permitir la nueva venta cuando le fue presentada "una recomendación de una persona influyente"(18).
Un problema más serio tuvo Bonapelch a partir de abril de 1932, cuando el Dr. Bordoni Posse, Juez Letrado de Canelones, rechazó un pedido de venia por $ 120.000, pidiendo explicaciones precisas acerca de cómo, cuando y dónde se usaría ese dinero, y qué había hecho con las sumas anteriores. Bonapelch, que ya había comprobado que -a veces- los asuntos judiciales en Montevideo se empantanaban, no dudó en seguir insistiendo con el interior: si en Canelones no pudo, aún asegurando que se dedicaría a la producción lechera, ¿por qué no probar en otro juzgado? La suerte todavía estaba de su lado. En San José, con testigos (entre ellos, Lincoln Gajas) que declararon tener un buen concepto sobre Bonapelch como hombre de negocios y administrador de la sociedad conyugal, consiguió su propósito el 10 de junio del mismo año (19).
En su empeño por incursionar en las más variadas transacciones, siguió concretando operaciones exóticas. Por $ 4.000 se le ofreció la posibilidad de quedarse con un contrabando de sardinas que estaba "apretado" en Buenos Aires. El engaño funcionó: entregado el dinero, Bonapelch leyó en un diario montevideano la noticia (falsa, puesta a circular por su inescrupuloso intermediario) de la confiscación de la mercadería en la vecina orilla(20). Con un optimismo tan ilógico como sus negociados, adoptó en su momento el disfraz de turfman y para la compra de una yegua le dió a otro intermediario $ 4.000, que el dueño nunca recibió. "Cosas de la vida, hermano", fue la única respuesta que recibió Bonapelch. Decidió entonces dar el dinero personalmente. Tiempo después se enteró que "Rose Bonheur" (que así se llamaba el animal) había sido dada en prenda: ignoraba que no estaba a su nombre. Otra vez debió pagar. De pronto, el inefable intermediario (sí, el mismo de la "jugada" anterior) la llevó a probar suerte en el Hipódromo de La Plata, donde arrasó. El regreso de este agente a Montevideo tuvo un remate oscuro. Del barco al ómnibus, todo estaba coordinado... De pronto, tres pasajeros le propinaron hábiles "empujones", tras lo cual desapareció el dinero. En segundos, el botín ganado por "Rose Bonheur" se esfumaba (21).
Poco quedaba de la herencia de Elisa. El tiempo corría y ningún negocio rendía; la mensualidad que pasaba José no alcanzaba para tapar las deudas, mucho menos para costear aquel universo de timbas, hipotecas y cabarets. Si José no daba un peso más, era hora de buscar la manera de apropiarse de toda su fortuna. Esta idea le daba vueltas en la cabeza constantemente. Por más que en las declaraciones de 1941 Bonapelch negó siempre ser el autor intelectual del "accidente" de su suegro, muchas personas aseguraron haber oído o haber sido invitadas a cometer el crimen. Según Héctor Gajas (hermano de Lincoln), Ricardo le prometió $ 50.000 -y la mayor discreción- si hacía el trabajo (22). Como él no aceptó, le presentó a un pariente suyo, el también constructor Lorenzo Bocetti. Por el mismo monto, Ricardo le planteó a éste un plan detallado que incluía la participación de una de sus hijas, la que entraría en una de las oficinas del Palacio Salvo donde trabajaba José. Bocetti, en plan de padre ofendido, desataría una balacera, eliminando a Salvo y quedando el asunto como un caso de excesivos celos paternales y defensa de la honra familiar (23). Tampoco aceptó Bocetti, quien cometió la imprudencia de comentarlo con Eduardo Jaubert, un hombre a quien le estaba haciendo trabajos de albañilería. Jaubert (que para sorpresa de Bocetti resultó ser empleado de la cárcel) hizo la denuncia de este hecho en 1934, pero pronto supo que todo había sido inútil, ya que ni la policía ni la justicia le pidieron explicación alguna a Bonapelch (24). Lorenzo Salvo recabó en su investigación privada el testimonio de María Parodi, "que tenía la costumbre de cebar mate a su hermano José" y, según declaraba, el mismo Bonapelch le pidió que echara un tóxico en la infusión. Manuel Torres, chofer de Lorenzo Salvo, oyó decir a Ricardo un día antes de la muerte: "¡pero no habrá ningún auto que mate al viejo ... tendré que hacerlo yo!"(25). Las indiscreciones de Bonapelch continuaban. Parecía incapaz de medir las consecuencias de sus dichos y actos. Según Lorenzo Salvo, llegó incluso a consultar con un abogado acerca de la pena que correspondería a quien ocasionara una muerte en un accidente automovilístico, mas el doctor Paysée Reyes (el abogado involucrado) negó la existencia de tal entrevista(26). Sus amigos, naturalmente, estaban al tanto de los deseos de Bonapelch. Con un knock out sorpresivo y efectista, el boxeador Angel Rodríguez declaró cuando ya el accidente se consideró crimen, que "se había negado a oficiar de verdugo del millonario pese a los insistentes ruegos y las generosas promesas de Bonapelch" (27).
El "accidente" fue planeado en el café y bar "Jauja", sito en la céntrica esquina de Andes y Mercedes, al que concurrían personas de distinta extracción social. Allí, Bonapelch y sus amigos solían pasar largas horas hablando de caballos, mujeres, negocios y por supuesto, de Gardel, ídolo indiscutido de Ricardo. Los importantes teatros de la zona acercaban al café famosos artistas de todo el Río de la Plata, y con ellos aparecían curiosos personajes relacionados al mundo del espectáculo (productores, financistas, etc), como Luis Casaravilla Sienra, conocido como "El Gordo". Al parecer, de una de sus bromas de mal gusto nació la idea del accidente cuando, estando en el café entre anécdotas y chistes, le dijo públicamente a Artigas Guichón en el verano 1932-33: "allí está el yerno de Salvo, Bonapelch, que está muy jod..., por qué no le hacés una gauchada y te rebuscás unos miles de pesos, pisando al viejo cuando éste salga del cine" (sic)(28). "El Gordo" ya contaba por esa fecha con "la estancia y [el] coche que le reportaría la sonada del viejo." Era amigo de Gardel, hecho que lo volvía un ser casi mágico y le daba autoridad ante los incondicionales admiradores del cantor, como Ricardo. También gozaba de la amistad del famoso mafioso que había hecho temblar a la ciudad de Rosario, Juan Galiffi (a)"Don Chicho Grande" que en aquel momento se encontraba en su obligado exilio montevideano. Tenían variados intereses en común: además de compartir negocios, en ocasiones "El Gordo" le servía de garantía y, además, frecuentaba a su hija Agata. Precisamente, Galiffi le prestó a Bonapelch $ 150.000 -en breve plazo debía devolverle $ 200.000- con el respaldo de Casaravilla y de un "proyectado seguro de vida a nombre de María Elisa Salvo, lo que hace suponer que en algún momento se pensó en su muerte"(29).
La posibilidad de eliminar a José Salvo que Casaravilla manejó en forma jocosa pero sugerente, y que se correspondía con -quizá- la más oscura fantasía de Bonapelch, había empezado a echar raíces. En el careo realizado en 1941 Guichón y Bonapelch negaron conocerse (aunque estaban vinculados desde la época en que ambos vivían en el Paso Molino) y se echaron mutuamente las culpas sobre quién tuvo la iniciativa en la planificación del "accidente". Según Guichón, 4 días antes del crimen, "El Gordo" le dijo que Bonapelch quería hablar con él en el "Jauja" a la hora de los copetines. Sin duda era por algo tan urgente como misterioso: Bonapelch ya lo estaba esperando en la puerta. Con disimulo lo siguió hasta Paysandú y Andes, donde Guichón alquilaba una pieza. Allí ambos firmaron un documento donde Bonapelch se comprometía a pagarle $ 50.000 a Guichón si éste arrollaba con su coche a José Salvo. La declaración de Bonapelch remitía al mismo escenario del "Jauja", los mismos pasos nerviosos hacia el cuarto de pensión. La diferencia estaba en lo sucedido entre aquellas cuatro paredes. El acusado se volvió acusador al declarar que fue Guichón quien planteó atropellar a Salvo a cambio de dinero, y que de nada valieron sus insistentes negativas que eran a su vez contestadas con extorsión, bajo amenazas de denuncia por complicidad. Cuando cuatro días después Bonapelch se enteró del accidente, supo que debía mandarle el dinero por intermedio de Gajas (30). El silencio tenía su precio.
Bonapelch y Gardel
¿Dónde están los $ 800.000?
Fue fácil. Los montevideanos seguían asombrados las páginas policiales de los diarios donde todos los días se reportaban accidentes de tránsito, siempre con heridos y/o muertos. Sólo en abril de 1933 "El País" informó acerca de 79 accidentes, un promedio de casi 3 por día (31). El tema estaba en boca de todos. Incluso en las originales crónicas policiales de este matutino nacionalista firmadas por "Luz y Fer", que analizaban la sicología del mafioso, el fenómeno del temperamento heroico y el comportamiento de famosos anarquistas (como Miguel Roscigno y Gino Gatti), se abordó el tema del "análisis sicológico de los accidentes de tránsito". Dos días antes del "accidente" se señalaba que "superabundan los accidentes de tráfico, acaso porque la técnica ha sorprendido a nuestro sistema nervioso, y, antes que nos adaptásemos interiormente, la ciudad se ve inundada por una ola de autos muy superior a nuestra capacidad de organización receptiva". Curiosa e increíble coincidencia: en la mañana del mismo día en que Guichón embistió a Salvo, los lectores de "Luz y Fer" pudieron leer que "el accidente puede buscarse, provocarse o facilitarse inconscientemente [...]. Quien tiene intenciones suicidas pero todavía deseos de vivir, puede inconscientemente reforzar una coyuntura para que un accidente de tráfico le ayude a solucionar un conflicto interior [...] ¿Cuántas cosas no se aplazan mientras se está en el hospital?. Tampoco falta como determinante del descuido que facilita el accidente, el secreto deseo de preocupar e interesar, de dominar a los demás". A continuación, la nota hablaba de los momentos propicios para la ocurrencia de accidentes: "A) cuando el sujeto está dominado por el propósito de obtener un augurio de los acontecimientos exteriores[...]. Víctor Hugo decía que cuando estamos muy caídos le pedimos una limosna a la casualidad; B) cuando el sujeto desea tropezar con un suceso difícil que pueda tener significación ordálica; 'soportando ésto quedo a prueba de fuego' [...]; C) cuando un conductor de vehículo desea paladear la voluptuosidad del riesgo, es decir, sentir la emoción de lo heroico. Pero también el desgano de vivir es un aporte sicológico a los accidentes de tránsito [...] Cuando la gente no siente la alegría de vivir [...] no le interesa éste o aquél peligro." En ninguna de estas explicaciones se habló claramente del automóvil usado como arma. Más aún, se ensayaron otras interpretaciones que daban elementos a favor del descarte de un delito: "un gran acontecimiento nacional que colma y tiñe todas nuestras exigencias síquicas paraliza el instinto de criminalidad". Hacía menos de un mes que Gabriel Terra había dado su golpe de Estado y que Baltasar Brum (uno de los opositores batllistas más notorios) se había suicidado en plena calle, constituyendo el "gran acontecimiento nacional" del que hablaba la crónica (32). Con la opinión pública tan sensibilizada con explicaciones sicológicas de este tipo, ¿quién iba a sospechar de lo que parecía ser un accidente más?
La noche del sábado 29 de abril estaba agradable, parecía destinada a paseos nocturnos. Fanático del cine, José Salvo invitó a tres de sus jóvenes amigas del barrio a ver a las 21:30 en la sala "Paso Molino" un programa liviano y divertido: "Locos de remate" y "Fermín Galán". Rumbo al cine, el grupo se había disgregado un poco. Adelante iban José y Angélica Saybenes; unos metros más atrás, la hermana menor de ésta, María del Carmen, y Selva Placeres. Siguiendo su costumbre, atravesaron la plazoleta de Lucas Obes y Agraciada y antes de cruzar la primera de estas calles miraron a ambos lados y no observaron nada extraño. Las dos muchachas todavía se encontraban en la plaza cuando, sorprendidas, vieron aparecer por Lucas Obes un coche sin luz alguna ni bocina, que en una brusca maniobra aceleró y se desvió, sin razón aparente, hacia la derecha (en esa época se circulaba por la izquierda) hasta casi alcanzar la vereda, atropellando a Angélica y José. En loca carrera, enfiló luego hacia la izquierda y terminó su serpenteante recorrido estrellándose contra un auto estacionado frente al cine, que a su vez chocó con otro auto que estaba al lado. La muchacha, afortunadamente, pudo levantarse enseguida y comprobar que sólo se había herido un brazo. Buscó con la mirada a José y vio que yacía boca abajo, rodeado por un charco de sangre.
Los nervios del momento no le impidieron reconocer al conductor, que abandonando el vehículo gritaba: "¡nada menos que José Salvo! ¡Y está vivo!". Era Artigas Guichón, un joven que ella conocía por ser también del Paso Molino. Desesperada, le increpó por su maniobra. Guichón, nervioso, se arañaba la cara, pedía clemencia: "¡por Dios, señorita, no me denuncie que soy el único sostén de mi madre!"(33); mientras tanto , se dirigía a acompañar personalmente a José al Sanatorio Navarro, donde quedó internado por tener las piernas y varias costillas fracturadas. La seccional 18 de la Policía y el Juez Dr. Julio Bastos tomaron cartas en el asunto. Guichón declaró que su extraño proceder al volante se debió a que confundió el acelerador con el freno cuando le pareció que iba a atropellar a las dos muchachas. Como algunos vecinos declararon haberlo visto por la zona merodeando con su auto en esa ocasión y en otras anteriores, confesó que además estaba nervioso porque se había citado con una chica del barrio que se le escabulló. Pudo comprobarse que la caja de velocidades del coche estaba en segunda; podría deducirse que se desplazaba a velocidad no muy alta en el momento de encontrarse con Salvo. Por otro lado, el peritaje de bomberos determinó que los frenos no estaban en buenas condiciones. Pese a todo, entre salidas y entradas a la comisaría Guichón no llegó a estar detenido un mes. Inexplicablemente, no hubo sentencia por el sumario que se inició bajo la carátula de "lesiones graves" primero, y luego continuó como "homicidio culposo".
Desde el principio cobró vigencia la hipótesis de la intencionalidad en la acción de Guichón. Una semana después el diario "Imparcial" ya se preguntaba con su enorme titular de la primera página: "¿Fue casual el accidente ocurrido al Sr. José Salvo?". A partir de entonces, con una frecuencia casi diaria, este matutino subrayó las irregularidades que presentaba el caso (testigos claves como las amigas de Salvo no habían declarado) sugiriendo "circunstancias extrañas", "rumores", "lentas investigaciones", "lucha de intereses encontrados" que "hacen suponer que puede estarse ante un hecho delictuoso " cuyo móvil aún permanecía oculto.
La campaña de "Imparcial" se volvió más agresiva al fallecer José Salvo el 19 de mayo, veinte días después del accidente. Las fracturas del cuello del fémur y de las costillas se complicaron con una gravísima bronconeumonía y asistolia, que figuraban como causantes de la muerte en el certificado de defunción. Los Salvo y sus amigos, que siempre desconfiaron del "accidente" no esperaron ningún tipo de investigación para expresar públicamente sus sospechas. En el cementerio de La Teja, frente al numeroso público que había seguido respetuosamente el canto de un coro de niños, iban pasando uno a uno los oradores que homenajeaban a José . Un discurso encendió la polémica: el Juez de Paz Dr. Mario Ardoino, no se limitó a ensalzar la personalidad de su amigo a quien "le cupo el honor y la gloria de la ciencia del trabajo desde los albores de nuestra industria nacional hasta nuestros días", sino que finalizó hablando del "antifaz del crimen cobarde [sobre el que debe] caer el anatema de la sociedad moral y culta(34)".
Existían motivos suficientes para sospechar. Salvo había sido amenazado de muerte en otras ocasiones, aunque nunca registró las denuncias. Hubo casos concretos, como el episodio que se suscitó en la casa de José una madrugada cuando una persona (conociendo el hecho que Salvo guardaba cama por enfermedad) entró a su cuarto armada, pero pudo escapar cuando oyó una alarma (35). Tampoco faltaron amenazas epistolares anónimas "de redacción algo misteriosa, donde se le exigía dinero y se relacionaba su existencia con la marcha de un reloj, anunciándole que se exitinguiría su vida en oportunidad de la vuelta de Europa de una persona que no se nombraba"(36). Ni siquiera estos antecedentes pudieron agilizar las investigaciones, que parecían estar en punto muerto. Por otra parte, el caso empezó a parcializarse, tomando por caminos que iban más allá del mismo episodio. El diario herrerista "El Debate", que antes de la muerte de Salvo sostenía que culpar a Guichón era "un intento para congraciarse con la defensa de intereses personales en busca de utilidades", luego del descenlace fatal se quejaba: "se pretende magnificar el suceso, [el] asunto no da para más." Finalmente, hasta al mismo diario herrerista le fue imposible sustraerse de la polémica que generó el "caso Salvo" y se sumó a la curiosidad y preocupación general, aunque deslizando sospechas sobre la víctima: "hay que desplegar la más intensa actividad para averiguar [...] cómo se desarrolló el drama que costó la vida a quien, por diversas circunstancias, estaba siempre en peligro de ser víctima de un atentado" (37).
La inoperancia de la Policía y la Justicia desesperó de tal forma a Lorenzo Salvo que decidió ocuparse del caso personalmente. Ningún frente debía descuidarse: ni la prensa, ni la Policía, ni la Justicia. El diario "Imparcial", a través de su cronista policial Juan de Dios Aldasoro se convirtió en el arma elegida por Lorenzo para lanzar afilados dardos en una campaña que duró hasta fines de agosto. Con su tenacidad logró finalmente la colaboración del Comisario Cavassa, de la Policía de Investigaciones, quien destinó al agente Laudelino Rodríguez para ocuparse exclusivamente del caso durante seis meses. No conforme con esto, recurrió a detectives privados (aquí y en Buenos Aires, donde finalmente obtuvo la carta de "Emilio") y al asesoramiento del Dr. Juan José de Amézaga, batllista y futuro Presidente de la República en 1943, autor de una denuncia criminal contra Bonapelch y Guichón que no obtuvo el menor eco (38).
En aquellos tiempos faltaban pruebas que respaldaran la acusación. Parecía imposible ir en contra de Bonapelch, que entonces posaba de gran señor en compañía de famosos y poderosos. Seguía siendo el mismo, rico y pobre por momentos, pero siempre cerca de los que estaban en el candelero. Precisamente, la muerte de Salvo coincidió con uno de esos momentos en los que tocaba fondo económicamente. Héctor Gajas, enterado del deceso, decidió ir personalmente a saludar a Ricardo a su casa de la calle Río Branco entre San José y Soriano. Se sorprendió mucho cuando vio salir a Juan Antonio Trujillo, secretario de Terra. "¿Vos también venís a darme el pésame?", le preguntó Ricardo, y desdramatizando totalmente el hecho, comenzó su queja por la falta de dinero. No tenía ni para los lutos de su esposa. "Tratá de ver a un escribano y que haga un poder amplio, para que haga y deshaga, a nombre del Sr. Trujillo", le comentó preocupado. Con la misma celeridad que consiguió que Trujillo fuese su apoderado, cambió por el procurador Enrique Lages al descubrir irregularidades, aunque no interrumpió su amistad con el primero (39). Muy rápidamente se recuperó de aquel quiebre de sus finanzas. Pronto recomenzó la danza del dinero, el desfile de apoderados y socios. Desde mediados de 1933 Bonapelch sintió en su piel la gloria de ser un personaje público. El dinero producía milagros: aquel joven de mínima formación intelectual y, hasta entonces, nula militancia política, fue candidato herrerista por Montevideo (lista 1, la mayoritaria) a la Convención Nacional Constituyente instalada en 1933, y tras las elecciones del 25 de junio obtuvo el lugar 14 en la lista de suplentes.
En estas elecciones, organizadas por terristas y herreristas -aliados en la nueva coyuntura posterior al golpe del 31 de marzo de 1933- no participaron la mayoría de los opositores al golpe: batllistas, blancos independientes y blancos radicales (rivales del herrerismo dentro del Partido Nacional), ni socialistas; sí lo hicieron el Partido Comunista y la Unión Cívica. El porcentaje de abstención fue del 42% y se registraron denuncias por fraude (40). Esta Convención (integrada mayoritariamente por terristas y herreristas) redactó un nuevo texto constitucional que fue aprobado en el plebiscito del 19 de abril de 1934. Ese mismo día tuvo lugar la elección de diputados y senadores para el período 1934-1938; por una disposición transitoria, y por única vez, sería la Convención la encargada de elegir al Presidente y Vicepresidente de la República (que resultaron ser Gabriel Terra y Alfredo Navarro). Además, el Presidente designaría directamente a todos los Intendentes Departamentales y sus respectivas Juntas (órganos legislativos municipales). En ambas elecciones (la de junio de 1933 y la de abril de 1934), Bonapelch tuvo participación directa.
Devenido en político, no acostumbraba hablar en los mitines que se hacían por distintos barrios previo a las elecciones, pero financiaba la fundación de comités. Su carrera fue meteórica e ilustra todo un estilo de hacer política: desde Montevideo fue propuesto como suplente en una lista encabezada por Ulises Collazo, candidato a diputado por el departamento de Cerro Largo en las elecciones de 1934. En 1941, cuando el cuarto de hora glorioso había acabado para Bonapelch, Collazo publicó en "El Día" -a modo de disculpa- que no lo conocía y que su nombre le fue impuesto por mecanismo partidario: "por razones políticas que no tengo por qué aclarar después de mí la lista estaba constituída por gente de Montevideo que yo no conocía entonces. A Bonapelch en ninguna forma lo conocí jamás, sólo por sus retratos de crónica policial actualmente. A mi electorado únicamente le interesaba mi candidatura, y la elección que la hizo triunfar me costó mi dinero, absolutamente, no necesitando del de los demás ni del de nadie para financiarla. [...] Los que se han rebuscado con la plata de la delincuencia, que son los que andan por acá y cultivaban la amistad del delincuente, y los que aún con un derecho remoto o cierto cobraban su trabajo o gestión y giraban al mismo tiempo contra la delincuencia, son los que deben aparecer y dar pábulo al escándalo. El criminal, mientras no se descubrió su delito era acá persona destacada y cultivaba la amistad, según se sabe y se insinúa, de cierta 'élite' política y social. No es de extrañar que éstos le sirvieran de entronque o encomenderos. [...] Los que financian su vida o las elecciones con el 'mangaso' sea cual fuere el término castizo que se le aplique, aunque esa 'manga' vaya a explotar a los delincuentes ignorados, pudieran ser los sospechados, pero no yo que he pagado con mi dinero mis elecciones." (41) La misma escala de valores que se manejaba en el entorno social de Bonapelch parecía extenderse al de sus vinculaciones políticas. Según Collazo, el nombre de Bonapelch terminó figurando en su lista a raíz de las vinculaciones, siempre poco claras, que se establecían (y se establecen todavía) entre los dirigentes políticos y quienes financiaban sus campañas. Más concretamente, Collazo enfilaba sus baterías hacia la dirigencia herrerista montevideana, a quienes cabía según él la mayor responsabilidad en el asunto, dado que habían aceptado dentro de su círculo (¿a cambio de algún favor especial?) a quien ahora estaba siendo acusado de ser un vulgar delincuente. Atacaba, sin dar nombres, a quienes cambiaban poder político por dinero, se proclamaba inocente diciendo desconocer a Bonapelch; se escudaba en que, después de todo, al elector sólo le interesaba una candidatura (la suya), asignando al resto de sus compañeros de lista la poco decorosa función de "relleno". De este modo, descorría el velo y dejaba expuesto un costado sombrío de las prácticas toleradas y alentadas por el sistema político, y se declaraba libre de toda responsabilidad proclamando, orgulloso, "he pagado con mi dinero mis elecciones". Y Bonapelch, con el suyo, o mejor dicho con el de su mujer, logró hacerse un lugarcito en este mundo de la política uruguaya. Fugazmente, como era su característica.
Lo que en el momento fue comentado como una aventura más de este exótico personaje, ahora advenedizo de la política, se convirtió para muchos, más tarde, en símbolo de la corrupción en la era terrista. El matutino batllista "El Día", que llamaba a Bonapelch "el constituyente del cuartel de Bomberos" (en alusión al lugar en el cual Terra tenía instalado su despacho el día en que dio el golpe de Estado), aprovechó la ocasión para sentenciar que "el herrerismo hizo de la cárcel la casa de los hombres honrados, mientras delincuentes como Bonapelch (el célebre constituyente herrerista de 1934) y otros eran amparados y mimados" (42). Tampoco dejó pasar la oportunidad de citar los ataques de "El País" al "diario herrerista-nazista-fascista-morgantista y bonapelchista -hemos nombrado a 'El Debate'-, [que] insiste en hablar de democracia, de defender la Constitución y las leyes. Tanta desaprensiva desfachatez clama al cielo, porque ese mismo diario fue el órgano oficial de la predictadura y la dictadura misma; el defensor de las torturas y de los crímenes policiales [...]" (43).
El flamante político se conectó con tal habilidad que llegó a integrar una comitiva que acompañó a Terra en viaje oficial a Brasil (44). La relación de Terra con Bonapelch (que no era nueva, como se ha dicho), le franqueó las puertas de la política uruguaya y de la residencia presidencial. En octubre de 1933, cuando por última vez Gardel vino a Montevideo, Bonapelch (naturalmente, con el consentimiento de Terra, que ofició de anfitrión) organizó una velada homenaje y en ella cumplió uno de sus más preciados sueños: cantar con Gardel. Ostentoso como siempre, llevó champagne francés para brindar en tan memorable ocasión. Estaba festejando su propio triunfo. Su idolatría por Gardel era incontenible, imitaba sus ropas, giros de lenguaje, gestos y hasta pensó, como el cantor, en rejuvenecer su rostro mediante una cirugía estética que nunca se concretó. Intervino en varias oportunidades en audiciones radiales bajo el seudónimo de "Bona", copiando de Gardel hasta el estilo de sus guitarristas. Según los entendidos, el resultado no era del todo malo. Bonapelch lo admiraba desde las épocas en que su ídolo aún no había tocado la fama. Resuelto a conocerlo personalmente, viajó a Buenos Aires y lo esperó en la puerta de un cine de Flores donde actuaba. Un amigo en común que lo acompañó desde Montevideo los presentó, y allí nació una extraña relación cuyo centro era "El Mago", y en la que Bonapelch reducía su papel al de mero espejo y, mago a su modo, convertía los deseos de Gardel en tangibles realidades.
Sentía un placer enorme al halagarlo y, sobre todo, al hacerle regalos, como el anillo de brillantes que llevaba en el fatídico accidente de Medellín; o los trajes que compraba por cuadruplicado, dos para el modelo y dos para el imitador; o los vuelos Buenos Aires - Montevideo que solventaba con el fin de poder tenerlo cerca. Alardear frente a "los muchachos" acerca de aquella amistad era una de sus actividades favoritas. Una vez, estando Gardel en Hollywood lo llamó desde el café donde estaba reunido con sus amigos. El episodio fue antológico: "¡Te habla Bona! ¡Aquí la barra te saluda! ¡Chau Carlitos!", fue todo lo que alcanzó a decir. El antojo le costó U$S 80 (45). Al principio Gardel se mostraba frío ante tal despliegue estratégico para conquistar su compañía, y llamó a aquel doble que lo perseguía constantemente "el fantasma", mote que cambió por "el coso de la casa" cuando supo que era el yerno de José Salvo, uno de los dueños del hotel de moda. Lo de "la casa" resultó profético, porque en cuanto supo que Gardel deseaba construir una en su terreno de la calle Pablo Podestá (a poca distancia de Punta Gorda, en la playa La Mulata, que hoy lleva el nombre del cantor) Bonapelch puso manos a la obra. Ya había logrado otra victoria personal: a partir del 30 de octubre de 1933 el camaleónico seguidor de Gardel actuaba como su apoderado. "Bonapelch se ocuparía de la construcción de un lujoso chalet (múltiples habitaciones, varias piscinas) por exclusiva cuenta del cantor.[...] Gardel era el único propietario de la futura edificación. [...] Sin embargo, [...] el propietario real se llamaba Ricardo Bonapelch. Con su auspicio y con su dinero se dibujaron planos, se echaron cimientos, se alzó cada metro de pared." Un incidente (la denuncia por robo de materiales contra el constructor Héctor Gajas) permitió "verificar el nombre del verdadero dueño y hasta establecer que su garante en la adquisición de materiales era Lages" (46). El famoso chalet tuvo una construcción y un destino muy agitados. Gardel no llegó nunca a ocuparlo debido a su prematura muerte, y los trámites sucesorios fueron tan intrincados, que luego de haber pasado por diversas manos es hoy un centro de rehabilitación física para discapacitados.
El manejo del dinero para la ejecución de esta obra es un ejemplo más de los despilfarros de Bonapelch. Comenzó con el empuje de siempre, prometiéndole a Héctor Gajas que firmaría una venia por $ 100.000 para empezar el trabajo con tranquilidad. Se citaron en el café "El Tropezón" para contar y repartir el dinero, que sólo eran $34.000. "¿Cómo firmás por $ 100.000 y tenés nada más que $ 34.000?", preguntó Gajas. "Me dijo: $ 8.000 para ..., $ 8.000 para ..., $ 4.000 para ... y $ 2.000 para un empleado y $ 2.000 para otro , $ 1.000 para otro y $ 1.000 para otro. Sumalos, ¿no son $26.000? Bueno, juntalos a los $ 34.000 y hacen $ 60.000.[...] Los otros $ 40.000 son para el que prestó la plata" (sic), contestó Bonapelch, al tiempo que le ofrecía $ 2.000 para empezar la obra. En la segunda quincena ya no tenía dinero para pagar los jornales del personal (47). Hubo muchos desaguisados más. En 1934 había gastado los $ 400.000 de la herencia de la madre de María Elisa, y estaba comprometiendo la de José. Seguía consiguiendo venias en tiempo récord (ese mismo año en Maldonado obtuvo una por $200.000 en sólo cinco horas). María Elisa recibió de su padre una cuantiosa herencia de $ 800.000 compuesta por bienes inmuebles, muebles y semovientes. El Dr. José G. Lissidini, sucesor de Enrique Lages, informó que, al asumir sus funciones en noviembre de 1936, el matrimonio Bonapelch-Salvo había enajenado, entre hipotecas varias y venta de la cuota parte de la estancia "Nueva Melhem", el equivalente a $ 801.000 en apenas siete meses (marzo a octubre de 1935) (48).
Preguntas, preguntas y más preguntas
Dinero, corrupción, poder, fama, muerte, locura, arrabal... hubo de todo en aquella caja de Pandora que Bonapelch abrió con increíble inconsciencia. Lo que se inició como una denuncia por despojo, derivó en denuncia por homicidio. La Justicia tuvo que dividir sus investigaciones en 1941: el Dr. De Gregorio se ocupó del caso Bonapelch-Lages y el Dr. Ruiz de la muerte de Salvo. Hay numerosas preguntas que no tuvieron (y aún no tienen) respuesta clara, y que saltan a la vista. "Deben haber grandes ofrecimientos de dinero para que tenga a todo el mundo encima" (49) declaró Bonapelch antes de ser encarcelado. Su fortuna se había esfumado, Terra ya no estaba en el poder, y con él salieron de escena muchos "elementos intermedios" a quienes Bonapelch podría haber acudido: se había vuelto muy vulnerable. Además, el país se estaba preparando para un reajuste político en el que los herreristas, consecuentes aliados de Terra y pieza importante en el esquema de poder (la Constitución de 1934 les aseguraba la participación en el gabinete ministerial), perdían fuerza constantemente. En marzo de 1941, Alfredo Baldomir -ex Jefe de Policía, cuñado de Terra y Presidente de la República desde 1938- destituyó a los tres ministros herreristas, agravando el proceso de deterioro de las relaciones entre las mayorías colorada y nacionalista. Juan José de Amézaga, a quien se ha visto como abogado patrocinante de Lorenzo Salvo en una denuncia contra Bonapelch, era desde 1940 uno de los hombres más importantes en el gobierno de Baldomir (presidió la comisión encargada de redactar un nuevo texto constitucional), a quien sucedería en la Presidencia desde 1943 (50). La conmoción pública creada en torno al escándalo de la muerte de Salvo fue bien aprovechada por el batllismo, que electoralmente sacó dividendos de la caída de Bonapelch, un herrerista sui generis con muchos amigos en el terrismo. "Lo que no se [pudo] aclarar ni ventilar hace ocho años -época en que la prensa democrática estaba amordazada y la Policía del dictador y de Cavassa se dedicaba a vigilar, perseguir y aprehender a los ciudadanos defensores de la libertad y del derecho-, [...] parece que se aclarará ahora" (51), comentaba con inocultable satisfacción "El Día".
La actuación de la Policía y de la Justicia de aquel momento fue blanco de duras críticas. La primera denuncia contra Bonapelch databa de mayo-junio de 1934, y fue la culminación de una investigación particular financiada por Lorenzo Salvo. El Juez Dr. Julio Bastos y el Fiscal del Crimen Dr. Marcelino Leal se ocuparon del caso, lo que en realidad significó "hacer dormir" al expediente durante más de siete años. Nadie molestó a Bonapelch por este motivo ni por la denuncia de Eduardo Jaubert, realizada también ante el Dr. Leal. Salvo afirmaba que "informes confidenciales" involucraban a Bonapelch como autor intelectual del crimen, y que "intervinieron también en el plan un tal Adán Pérez, Luis C. Casaravilla (a) 'El Gordo', María Coloretti, más conocida en el ambiente de cabarets y pensiones como 'María la...', y [...] el cantor Carlos Gardel conocería los hechos [...]". Según lo acordado entre Salvo y Cavassa, el agente Laudelino Rodríguez siguió a Bonapelch y a Gardel hasta San José. No pudo comprobar lo que "los informantes" de Salvo afirmaban, que bajo los efectos del alcohol Bonapelch hablaba de la muerte de su suegro (52).
Finalmente, la Justicia dictaminó que el único autor intelectual de la muerte de José Salvo fue Bonapelch. Guichón y Lincoln Gajas también marcharon a la cárcel. Los supuestos cómplices (Coloretti y compañía) fueron declarados inocentes, salvo "El Gordo" que -aunque fallecido en abril de 1935- figuró como "autor en directa conexión con el hecho principal" (53). Hubo más sorpresas: Crescente Alonso Fernández, el mozo del bar "Jauja" que sistemáticamente atendía a la rueda de amigos de Bonapelch fue considerado encubridor al no poder explicar porqué éste le había obsequiado $ 14.000 con los que compró el bar "El Tropezón", del que aparecía como propietario su hermano. La participación de Artigas Guichón fue tan comentada como la de Bonapelch: la cara visible del "caso Salvo" sorprendió de entrada a la opinión pública, que poco a poco conoció la historia de ese muchacho proveniente de una familia honrada del Paso Molino, cuya infancia transcurrió tranquila entre las tareas escolares y las faenas rurales que su padre le enseñaba, y que fueron su medio de vida hasta que cumplió la mayoría de edad. Nadie supo la causa, pero súbitamente cambió su comportamiento: abandonó el barrio y se entregó a una vida en la que mandaban el vicio y el dinero fácil. "El Día" lo retrató como "hombre de vida compleja. Conocido consumidor de alcaloides, bebedor, ha llegado a un plano moral tremendo, conducido a él por el vicio. Tiene sobre sí, además de la muerte de Salvo un intento de homicidio en el que apuñaleó (sic) a un hombre" (54). Luego del "accidente" se instaló como rematador en Melo, capital de Cerro Largo en la época en que Bonapelch fue candidato por ese departamento ubicado en la frontera con Brasil. Cuando el negocio resultó poco productivo cambió de rubro (un cabaret era más lucrativo), en la vecina ciudad brasileña de Yaguarón. Dándole un nuevo giro a su vida, se trasladó al departamento de Tacuarembó (centro-norte del país) donde formó una familia, arrendó un pequeño campo y se dedicó a las tareas agrícolas. Allí permaneció hasta que el 29 de agosto de 1941 decidió confesar, según él, para aliviar su conciencia. La oleada de rumores de la época sugería otras razones: el dinero de los Salvo pudo más, o bien Bonapelch dejó de entregarle el "incentivo" con el que durante años habría retribuído su silencio y su salida de Montevideo.
Otra de las puntas de esta intrincada madeja estaba en el uso del capital heredado por Elisa al perder a su madre y a su padre. No debe sorprender que la dócil y enamorada esposa aceptara sin más los locos gastos de su cónyuge, pero sí debió llamar la atención la total impunidad en la que se movieron todos y cada uno de los "apoderados", "socios" e "intermediarios", asesorando pésimamente a su cliente y actuando de hecho como cómplices. El Juez Dr. de Gregorio hizo temblar a Lages y todos sus colegas involucrados al pretender aplicarles el art. 194 del Código Penal, "Asistencia y consejo desleal", que preveía una multa de $ 5000 y una inhabilitación por un período de dos a ocho años. Como en un juego de cajas chinas, todo se complicaba cada vez más al aparecer nuevos casos dentro del caso principal, delitos paralelos que se sumaban a una interminable lista que coronó la denuncia por extorsión que realizó el procurador Enrique Lages contra quien en ese momento era el representante del matrimonio Bonapelch-Salvo. En este auténtico cambalache, los acusados se volvían acusadores y los representantes de la justicia trabajan al margen de ésta; alternaban arribistas de todo pelo, delincuentes de diferente catadura, sicarios, reporteros sensacionalistas, amigos que traicionaban a sus amigos, policías y detectives particulares, dirigentes políticos de menor o mayor envergadura, y hasta una mujer rica y enamorada cuyo dinero, en última instancia, fue el que desató una tormenta que se inició en el micromundo orillero montevideano y salpicó las esferas más altas del poder político y social. Aquello era un universo con sus propias leyes: era el otro lado del espejo.
Uno de los aspectos más sórdidos de este affaire fue el de la relación de Ricardo y María Elisa. El despilfarro de ambas herencias fue un hecho comprobado, tolerado y hasta alentado por el apoderado de turno. Si hacemos a un lado los perversos consejos profesionales que recibió, queda al descubierto una faceta muy oscura de la personalidad de Bonapelch, un hombre que no sólo no contribuyó a engrosar la fortuna heredada sino que la dilapidó hasta dejar a su esposa en la ruina. Según la ley, la mujer casada podía ser influenciada por su esposo, por lo cual se disponía la obligatoriedad de la venia judicial cada vez que se gravara un bien inmueble de su propiedad; el magistrado debía conocer, además, el destino del dinero que dicha enajenación produciría (por ejemplo, en caso de hipoteca). Sin embargo, como se ha visto, Bonapelch obtuvo mediante sus conexiones políticas y judiciales numerosas venias a espaldas de los intereses de su propia esposa. El daño no fue solamente económico. El gran amor que María Elisa sentía por Ricardo parecía nublarle la capacidad crítica; esto no hubiera sido nada fuera de lo común, si no hubiese mediado el hecho de que la hija de José Salvo enfrentaba, aparentemente, otro tipo de dificultades. Mucho se habló de sus presuntos problemas síquicos y del aprovechamiento que su esposo habría hecho de los mismos: "¿estaba preparada Elisa Salvo como para tener noción exacta de lo que ocurría? Personas que la conocen [...] nos aseguran que se trata de una señora cuyos alcances intelectuales son reducidos. Es más, se nos dice que sería una deficitaria síquica y si eso fuera cierto, entonces Ricardo Bonapelch habría abusado de su superioridad sicológica". Pocos días después de haber ingresado Bonapelch en prisión, la prensa recordó que el artículo 350 del Código Penal se refería al "abuso de inferioridad sicológica de menores e incapaces" como un delito por el cual se condenaba al abusador a 9 meses de prisión o 5 años de penitenciaría, y se anulaban todos sus actos jurídicos (55). Ante la ley, Bonapelch era el administrador y tutor de los bienes de su esposa, aspecto que el Juez Dr. de Gregorio no pasó por alto a la hora de la condena. Ya en la cárcel, Bonapelch recibió asiduamente las visitas de María Elisa y de las dos hijas concebidas con "Chichita", su amor clandestino de los tiempos gloriosos que en la hora de la derrota decidió esfumarse (56). Fue entonces cuando la debilidad mental de María Elisa, real o supuesta, sirvió de excusa para romper el único vínculo existente entre ella y Ricardo: su tutoría fue confiada a un abogado y se la enclaustró en un convento religioso (57).
Pero Bonapelch no era hombre de rendirse fácilmente. Igual que en en el pasado, nunca dejó de alimentar la esperanza de tiempos mejores. En la Cárcel Correccional su estampa gardeliana era fácilmente reconocible entre el resto de la población carcelaria. Alguien que tuvo ocasión de conversar con él durante una visita al penal, cuenta que su vestimenta llamaba la atención en aquel lugar. Había perdido definitivamente la libertad, pero no el estilo: pañuelo anudado al cuello, zapatos y calcetines, pantalón de casimir, saco de medida del que asomaban las cuatro puntas de un prolijo pañuelo (58). Su comportamiento en la prisión fue ejemplar, tanto que los propios empleados del penal se sumaron a los pedidos de liberación de su abogado. También el Defensor de Oficio de Lincoln Gajas creyó firmemente en la inocencia de Bonapelch y en la culpabilidad única de Guichón: "[en una ocasión en que concurrimos a la Cárcel a entrevistar a nuestros defendidos], lo hicimos llamar para decirle que personalmente teníamos la esperanza de que fuera absuelto, ya que lo creíamos inocente; lo que le provocó el llanto, como si fuera un niño, arrodillándose delante nuestro sin atreverse a tocarnos con sus manos"(59). Pero este compadrito, caricatura de Gardel con pretensiones de doble, se fue desmoronando poco a poco, enfermo y viendo cada vez más lejana la posibilidad de abandonar la prisión. Lincoln Gajas y Artigas Guichón pudieron alcanzar sus sueños de libertad en 1946 y 1959, respectivamente. Sin embargo, la mala suerte que tanto acompañó a Bonapelch en sus descabellados emprendimientos le hizo una última mueca trágica: la única petición de libertad anticipada que tuvo éxito fue elevada el 19 de agosto de 1955; dos días más tarde moría en el Hospital Penitenciario, a causa de un cáncer de páncreas.
Ricardo Bonapelch y Carlos Gardel
Chalet obsequiado por Bonapelch a Gardel
Notas
(1) "El Día", 7/9/41, p.8 ("Sobre el suceso que costó la vida al Sr. José Salvo"). Este diario batllista hizo toda la cobertura sobre la investigación de la muerte de Salvo titulando sus notas, casi siempre, de la misma manera.
(2) "El Día", 3/9/41, p.9 ("Sobre..."). Debe señalarse que a lo largo de la investigación nunca quedó clara la cifra: Bonapelch hablaba de $ 25.000, y Gajas de $ 24.000.
(3) Dessent, Daniel: "¿Una muerte por encargo?", Posdata, Montevideo, 9/12/94, p.95.
(4) "El Día", 6/9/41, p.10 ("Sobre...").
(5) "El Día", 2/9/41, p.9 ("Sobre..."). Se respetó la ortografía original.
(6) "El Día", 11/9/41, p.9 ("Sobre...").
(7) "El Día", 4/9/41, p.10 y 6/9/41, p.10 ("Sobre...", en ambos casos).
(8) "Ricardo Bonapelch: el mozo de restaurant que ingresa a la cárcel después de haber pasado como un astro por un tiempo y un mundo extraños", Mundo Uruguayo, Montevideo, 11/9/41, p.5 (artículo sin firma).
(9) Vázquez, Florencio: "Asesinato en Paso del Molino, o el drama del 'parvenu'", Posdata, Montevideo, 10/1/97, p.36. El dato sobre los ingresos de Bonapelch lo aportó su abogado, el Dr. Alberto Villamil.
(10) "El Día", 4/9/41, p.10 ("Sobre...").
(11) "Ricardo Bonapelch...", ob.cit., p.5.
(12) "El Día", 25/9/41, p.10 ("Sobre...").
(13) Vázquez, ob.cit., p.37.
(14) La "Sociedad Filantrópica Cristóbal Colón", de la que José Salvo fuera protesorero, tuvo sus delegados ante la "Comisión Nacional de Socorro Delegada de la Presidencia", creada por Gabriel Terra en un intento de lograr apoyos directos entre las clases bajas del país. Ver Caetano, Gerardo y Jacob, Raúl: "El nacimiento del terrismo", tomo 2, "Camino al golpe (1932)", Montevideo, EBO, 1990, pp.169-170.
(15) Di Paula, Tabaré: "Carlos Gardel, mártir orillero", Todo es Historia, Buenos Aires, julio/1969, p.20.
(16) Ibídem, p.19.
(17) Ibídem, p.20.
(18) "El Día", 8/9/41, p.8 ("Sobre...").
(19) "El Día", 6/9/41, p.10 y 13/9/41, p.10 ("Sobre...", en ambos casos).
(20) "Ricardo Bonapelch...", ob.cit., p.55.
(21) "El Día", 3/9/41, p.9 ("Sobre...").
(22) "El Día", 6/9/41, p.9 ("Sobre...").
(23) "El Día", 4/9/41, p.10 ("Sobre..."). Bocetti acusó a su vez a Héctor Gajas. Dijo que éste le propuso atropellar a Salvo a cambio de $ 50.000 (ver "El Día", 6/9/41, p.10, "Sobre..."). La versión de que la iniciativa correspondió a Bonapelch surgió de la investigación de Lorenzo Salvo.
(24) "El Día", 7/9/41, p.8 ("Sobre...").
(25) "El Día", 4/9/41, p.10 y 9/9/41, p.9 ("Sobre...", en ambos casos).
(26) "El Día", 12/9/41, p.10 ("Sobre...").
(27) Di Paula, ob.cit., p.23.
(28) Hughes, Leopoldo: "Un crimen insólito", Montevideo, Ediciones de la Plaza, 1985, p.14.
(29) Di Paula, ob.cit., p.22.
(30) "El Día", 3/9/41, p.9 ("Sobre...").
(31) La estadística fue elaborada en base a datos tomados de diferentes ediciones de "El País", del período 1/4/33 al 30/4/33.
(32) "El País", 27/4/33, p.12 , y 29/4/33, p.12 ("Diálogos del crimen: las aportaciones sicológicas de los accidentes de tránsito", en ambos casos).
(33) "Imparcial", 6/5/33, p.1 ("¿Fue casual el accidente ocurrido a José Salvo?").
(34) "Imparcial", 22/5/33, p.4 ("Ecos del sepelio de los restos del Sr. José Salvo").
(35) "El Día", 12/9/41, p.10 ("Sobre...", declaraciones de Lorenzo Salvo).
(36) "El Día", 4/9/41, p.10 ("Sobre...", declaraciones de Selva Placeres).
(37) "El Debate", 12/5/33, p.12 ("El accidente de José Salvo y la situación de Artigas Guichón"); 23/5/33, p.12 ("El accidente que costó la vida a José Salvo fue obra de una fatalidad"); 27/5/33, p.3 ("Que se aclare").
(38) Hughes, ob.cit., p.5.
(39) "El Día", 8/9/41, p.8 ("Sobre...").
(40) Nahum, Benjamin e.a.: "Crisis política y recuperación económica (1930-1958)", Montevideo, EBO, 1989, p.27.
(41) "El Día", 6/9/41, p.10 ("Sobre...").
(42) "El Día", 18/10/41, p.8 ("Interior. De lo que se habla").
(43) "El Día", 16/9/41, p.8 ("Interior...").
(44) "El Día", 15/9/41, p.10 ("Sobre...").
(45) "Ricardo Bonapelch...", ob.cit., p.55.
(46) Di Paula, ob.cit., pp.27-28.
(47) "El Día", 8/9/41, p.8 ("Sobre...").
(48) "El Día", 3/9/41, p.9 ("Sobre..."). Este diario (9/9/41, p.9, "Sobre..."), sostuvo que la fortuna de José Salvo ascendía a $ 850.000.
(49) Di Paula, ob.cit., p.22.
(50) Aunque notorio hombre del terrismo, el General y Arquitecto Alfredo Baldomir encabezó el proceso político que pondría fin al régimen surgido del golpe de Estado de 1933. Apoyándose en los sectores opositores, Baldomir desplazó a herreristas y a colorados terristas del poder, favorecido por una coyuntura local e internacional (la guerra mundial) propicia para el culto de la "aliadofilia", de la que eran devotos el batllismo, el nacionalismo independiente y el comunismo. Todos ellos apoyaron el golpe "restaurador" de 1942, que eliminó la Constitución de 1934. Fue llamado (obviamente, por sus partidarios) el "golpe bueno". Ver Frega, Ana e.a.: "Baldomir y la restauración democrática, 1938-1946", Montevideo, EBO, 1987. También dos artículos publicados por esta revista: Mena Segarra, Enrique: "Uruguay, 1943", y Casal, Juan Manuel: "El epílogo del 'golpe bueno', 1943 en el Uruguay", ambos en Desmemoria, Nº1, 1993, pp. 25-30.
(51) "El Día", 4/9/41, p.10 ("Sobre...").
(52) "El Día", 12/9/41, p.10 ("Sobre...).
(53) Di Paula, ob.cit., p.22.
(54) "El Día", 3/9/41, p.9 ("Sobre...").
(55) "El Día", 25/9/41, p.10 ("Sobre...").
(56) Di Paula, ob.cit., p.25.
(57) Ibídem, p.20.
(58) Agradezco esta información al Sr. Rubí Tapia.
(59) Hughes, ob.cit., p.21.
CASTILLO DE PÌTTAMIGLIO
martes, 27 de marzo de 2007
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