Francisco Piria: un personaje irrepetible (II)
Un desierto donde los perros dormían panza arriba
De regreso de un paseo por el Mediterráneo, Piria compró mil ochocientas hectáreas desiertas y allí comenzó los tres mayores negocios de su vida: las canteras de granito, las viñas y el balneario Piriápolis.
No es propósito de estas notas detallar todos los barrios montevideanos que remató Francisco Piria. Fueron más de cien, lo que configura gran parte de la superficie de lo que era la capital en aquellos años. En todos ellos la descripción de las presuntas virtudes de lo que vendía superaba la realidad. Sin embargo, si hábil publicista de su negocio había sido hasta entonces, sus esfuerzos dialécticos tuvieron que redoblarse cuando emprendió su obra más importante: la fundación de Piriápolis.
De acuerdo al libro Dos siglos de publicidad en el Uruguay, de Jacinto Duarte, este hecho se debió a un casual encuentro en las calles de Montevideo entre Piria y el fundador del pueblo de Pan de Azúcar escribano retirado don Félix de Lizarsa los que entablaron este diálogo: -¿Por qué, muchacho, no vienes a fomentar la región de Pan de Azúcar tan linda y llena de encantos? -Mire don Félix yo no soy tan tonto como para plantar mis jalones en el desierto.
En realidad, esa zona era un inmenso desierto de médanos que pertenecía a la estancia de don Manuel María Brum. Aquel diálogo quedó en la mente de Piria como otras tantas cosas que oyó en su vida sin darle la trascendencia que en realidad merecía. Seguramente la idea anduvo rondándole por el subconsciente, porque en ocasión de un viaje que Piria hizo por Europa durante el cual conoció la Costa Azul, Venecia, Ostende, San Sebastián, Trouville, El Lido y todos los principales lugares de veraneo del Mediterráneo, al regresar ya estaba convencido de la necesidad de explorar la zona costera uruguaya con el fin de realizar alguna experiencia similar. Visitó y desechó la zona de Punta del Este por considerarla poco extensa y recordando su conversación con de Lizarsa decidió explorar los campos coronados por cerros que existían unos quilómetros antes. (Cuando la conocí) sentí todo el calor ardiente de una pasión de enamorado. - escribió Piria en uno de sus tantos folletos- Desde ese momento surgió en mi imaginación la Ciudad Balnearia. El campo era un desierto. Una tapera desplomada única población y algunos alambrados caídos cuando lo adquirí. Poco después hice el trazado de la futura Piriápolis y cuando el agrimensor Alfredo Lerena vio mi proyecto, exclamó: hermano, tú estás loco.
No dejó pasar muchos meses y en el verano de 1890, Piria llegó a aquellas desoladas regiones con un grupo de amigos con el objeto de firmar un compromiso de compraventa con doña Nícida Olivera, esposa del hacendado Manuel María Brum. La señora había heredado el campo de su padre, el legendario coronel Leonardo Olivera, reconquistador de la fortaleza de Santa Teresa, cuando ésta se encontraba en poder de los brasileños. Piria relató aquel viaje de carácter comercial con las exageraciones que le eran usuales, en un folleto titulado Excursión al Este, donde hizo referencia a los peligros pasados: la oportunidad en que todos habían estado a punto de morir despeñados en los barrancos, las virtudes de un baqueano que durante las noches podía orientarse tirándose al suelo y oliendo el pasto y el paso por el arroyo Pan de Azúcar donde el transporte tirado por caballos en que viajaban fue arrastrado por las aguas y rescatado por los cuarteadores. Al llegar al caserío que se llamaba igual que el arroyo, así como éste había tomado su nombre del cerro cercano, lo estaba aguardando en una fonda que era a la vez confitería, hotel, panadería y botica el matrimonio vendedor para firmar el compromiso de compraventa. Por cierto que a esa altura Piria ya se había formado una impresión desastrosa del lugar. ¡Maldonado! - escribió más tarde con humor- ¡Hoy por hoy debiera llamarse abandonado! ¡Hasta los perros duermen panza arriba! (...)
¡Tiene inmensos médanos y montañas de arena que amenazan tragársela! Ninguno de esos inconvenientes impidió su entusiasmo. Pagó por las mil ochocientas veinticinco hectáreas un total de cincuenta mil pesos, el doble de lo que realmente valían.
Sin perder el tiempo y aún antes de pagar el saldo de la propiedad, Piria fue a Europa llevando muestras del granito que podía extraerse de los cerros y al regreso, ya consolidada la propiedad, se dedicó a plantar olivos, viñas y montes de eucaliptus que sirvieran de protección contra los vientos. Al cabo de cuatro años tenía doscientas hectáreas de viña en plena producción y otros tantos años después, una de las mayores bodegas del país. Conocedor de la eficacia publicitaria de las notas de prensa, Piria llevaba con frecuencia al lugar a periodistas complacientes quienes agradecían los agasajos de que eran objeto con notas encomiásticas, una desviación profesional bastante común que como se observa ya era practicada en el siglo XIX. Sin embargo como aquellos no lo elogiaban suficiente, comenzó a escribir él mismo con el seudónimo Héctor Vollo en el diario La Tribuna Popular del cual también era copropietario. Héctor Vollo, es decir Francisco Piria, realizó una serie de notas magnificando la importancia de sus vides y plantíos en el estilo vanidoso e hiperbólico que practicaba el empresario. El panorama que entonces se abre dilatadamente, arranca una exclamación de asombro pues la transición entre la campaña casi virgen y la apoteosis de la agricultura científica y moderna no podría ser más brusca y repentina. (...) Todos los postes, los de los alambrados que soportan las parras como los que demarcan las varias fracciones del viñedo son de granito procedente de las canteras del establecimiento y el número de colocados hasta la fecha alcanza la cantidad imponente de cuarenta mil. (...) La bodega está incrustada en la falda del cerro que flanquea el Pan de Azúcar, entrando en un corte de tres metros y medio. Sus cimientos miden tres metros, su luz sesenta por once, sus costados nueve de alto y sus paredes ochenta y cinco centímetros de espesor. Como puede apreciarse, Piria no era parco cuando se trataba de practicar el elogio de su colosalismo empresarial. Pero aunque su autor exagere, las fotos que se han conservado no han dejado lugar a dudas. Otra comprobación quedó evidenciada en el hecho de que en el año 1910 el Ministerio de Industrias Trabajo y Comunicaciones organizó un concurso para premiar a quienes habían plantado más árboles en el país y Piria lo ganó con un millón de eucaliptus, superando a plantadores notorios como Durandeau, Antonio Lussich o Gorlero. Pese a sus esfuerzos, tampoco este emprendimiento forestal contó con la buena voluntad de los gobernantes. Llegó a importar cincuenta mil castaños injertados de dos metros de alto, pero las autoridades portuarias no se los dejaron transportar en barco hasta Piriápolis (aunque por vía marítima habían llegado desde Europa) y sevio obligado a llevarlos en carretas. La lentitud del desplazamiento y el calor que soportaron los estropeó. De los cincuenta mil llegaron sanos apenas dos.
No obstante el gigantismo de la empresa y a las enormes sumas de dinero invertido en los viñedos y en la bodega, los vinos Piriápolis -un nombre que estuvo vinculado antes a esta bebida que al balneario- no alcanzaron un nivel de ventas que compensara los gastos. Para resarcirse, Piria elaboró entonces una suerte de cognac al que agregó quina e intentó colocarlo como panacea de todos los males. La Cognaquina Piriápolis es un cognac hecho con las uvas especiales con que se fabrican en Europa los cognacs más reputados - explicaban sus folletos- Es un licor tónico, aperitivo y reconstituyente. Una copita de Cognaquina en un vaso de leche tomada durante cinco días basta y sobra para probar su eficacia. La persona más débil del estómago sentirá al quinto día sus maravillosos efectos: los que han perdido el apetito, los que sufren de dolores de estómago prueben durante cinco mañanas al levantarse un vaso de leche fresca con una copita de Cognacquina. Si difícil es imaginar como algo agradable el gusto del cognac mezclado con la leche y bebido en ayunas, más lo es concebir su eficacia. Nadie existe hoy que pueda dar fe de sus virtudes, pero lo innegable es que Piria continuaba siendo un extraordinario publicista.
A partir de 1890, el empuje de Piria se concentró exclusivamente en aquella zona perdida del país. Cientos de obreros se dedicaron a explotar las canteras, a plantar tabaco (un cultivo en el que fracasó rotundamente) a cultivar las vides y a elaborar sus vinos. Docenas más comenzaron a trabajar en el castillo donde viviría. Concebido con grandiosidad en un estilo medieval que el Uruguay desconocía, pero al que Piria probablemente imaginara como el único capaz de aproximarse a la importancia de su persona, el castillo fue obra del ingeniero Aquiles Monzani. Tenía tres pisos con torreones y a su frente corría (corre aún) una avenida que se unía con una de las carreteras que confluyen hacia el balneario. A cada lado había otras torrecitas, estatuas y jarrones importados de Europa y al final unas verjas que simulaban un puente levadizo. El riego del parque estaba asegurado por cañerías que transportaban el agua desde un manantial y la depositaban en una pileta. Decidido a dotar a su castillo de todas los lujos imaginables para vivir en el campo sin extrañar a la ciudad, Piria lo amobló con riqueza y lo pobló de adornos, cuadros, bibliotecas, alfombras persas, bodegas y panoplias con armas de caza. Estaba alumbrado a gas aunque pronto llegaría la red eléctrica y disponía de teléfonos -que aún estaban en sus comienzos- capaces de comunicarlo con todas las dependencias de su establecimiento, y hasta con la casilla del guardacosta que vigilaba el puerto.
El dinero que Francisco Piria invirtió en sus múltiples obras de Piriápolis lo convirtieron en el empresario privado más importante del país. Para comprobarlo, sería suficiente recordar que mientras duró la edificación del Argentino Hotel, los obreros que mantuvo trabajando durante mucho tiempo fueron más de mil, a los que debería agregarse el centenar y medio a quienes daba ocupación permanente en sus otras empresas de la zona. Es del caso pensar qué clase de controles sobre su personal se vio obligado a aplicar, en un tiempo en el que las leyes laborales eran apenas una vaga aspiración de los obreros. Imbuido de un espíritu paternalista pero convencido también que si no trataba a la gente con rigidez nada iba a lograr, Francisco Piria elaboró personalmente un reglamento de cincuenta y ocho artículos donde detallaba las relaciones que debían regir entre sus empresas y quienes trabajaban en ellas. Los primeros ponían en claro sus ideas y no dejan dudas en cuanto a la filosofía que estaba decidido a poner en práctica.
El patrón da su dinero para que el peón le devuelva el equivalente en trabajo. Así como vencido el mes el patrón debe pagar, es justo que durante el mes el peón trabaje. Aquél que no cumple con su deber y que debiendo trabajar hace sebo, roba a su patrón. El peón que roba a su patrón será despedido del establecimiento.
Las normas expuestas demuestran que dentro de su empresa, Piria se movía de acuerdo a sus propias reglas prescindiendo de cualquier límite que pudieran imponerle las autoridades, que por otro lado, a considerable distancia de aquel lugar semidesértico, muy poco podían controlar. Veamos algunos artículos de aquel reglamento interno, lleno de arbitrariedades y autoritarismos que pautaban la relación de Piria con sus empleados.
ARTICULO 28.- Están absolutamente prohibidas las discusiones políticas sobre los partidos Blanco y Colorado. El que contravenga esta disposición será despedido en el acto.
ARTICULO 36.- Queda prohibido todo juego de lucro en el establecimiento. Si alguno contraviene esta disposición será denunciado a las autoridades para que leapliquen el castigo.
ARTICULO 41.- Todo peón que se presente ebrio, será despedido en el acto del establecimiento.
ARTICULO 42.- Es absolutamente prohibido proferir palabras soeces y aquel que una vez amonestado reincida, será despedido.
ARTICULO 57.- Todo peón que orine en el patio o alrededor de la Central o haga sus necesidades fuera del escusado (sic) será multado en $ 0.25 y si reincide será despedido.
Otras disposiciones confirman que Piria no vacilaba cuando trataba de imponer una disciplina extremadamente severa. Sus obreros trabajaban doce horas por día, de lunes a sábados. Los únicos días de descanso que tenían durante el año eran los domingos, los Viernes Santos, la Navidad y el Año Nuevo. Las multas eran frecuentes y alcanzaban a quienes perdían herramientas, dejaban abiertas las porteras y no tenían sus habitaciones bien aseadas. Tampoco pagaba mucho, algo así como ocho o diez pesos por mes, en tanto el salario nacional medio de aquellos años llegaba a veinticinco. A cambio de esas restricciones y fiel a su concepción paternalista, regalaba a sus obreros algo de carne, un cuarto quilo de porotos o de arroz o de fideos cada día y un quilo de azúcar y otro de yerba cada mes. También les ofrecía solares baratos y les obsequiaba otro para que hicieran su quinta. Además les brindaba sin costo materiales para que pudieran levantar una vivienda y les prestaba una vaca para que alimentaran a sus hijos. La jornada de trabajo comenzaba por toques de campana. Al primero, los empleados debían levantarse y al segundo comenzar sus funciones. El regreso, tanto fuera al mediodía como a la tarde, se regía por otras normas. Uno de sus nietos, don Arturo Piria contó a este cronista que para marcar la hora de regreso no hacía tocar ninguna campana sino que ordenaba izar una bandera. Esto era una picardía. Como la extensión era muy grande y la gente se le acostaba a dormir aprovechando la soledad, el trabajo era casi incontrolable. El campanazo los habría despertado, en cambio a la bandera silenciosa había que verla, no escucharla.
Por más que las organizaciones gremiales estuvieran todavía en los comienzos de su desarrollo, las rigideces impuestas por Piria trajeron como consecuencia reacciones que el empresario nunca esperó. En aquel momento, la organización de trabajadores más importante era la FORU (Federación Obrera Regional Uruguaya) que fundada en 1905 se encontraba bajo la influencia anarquista. Uno de los gremios que integraban la FORU eran precisamente los picapedreros, lo cual no era casual porque la mayoría de ellos eran inmigrantes europeos que huían de la miseria o del reclutamiento que los conduciría a los frentes de guerra en zonas donde el anarquismo ya había comenzado a desenvolverse como doctrina. En 1916, de acuerdo a lo que detalla el documentado libro de Luis Martínez Cherro Por los tiempos de Francisco Piria, el semanario anarquista El Hombre brindó información sobre la huelga decretada en Piriápolis propiedad del literato y explotador Francisco Piria (donde) los obreros se han levantado en huelga a causa de los miserables salarios que perciben y por los malos tratos a que están sujetos por los canallas del referido lugar de turismo. Luego la nota saludaba a quienes eran mal tratados y mal comidos y residían en cuchitriles. El día 31 de octubre de 1916, el diario La Tribuna Popular del cual como ya se dijo, Piria era accionista, reprodujo algunas de las revindicaciones obreras:
1)Aumento de $ 0.10 por día. (De $1.00 a $ 1.10)
2)Cumplimiento de la jornada de ocho horas.
3)Poder fumar y beber agua cuando tengan voluntad.
4) No despedir sin motivo justificado.
Es preciso reconocer que Piria manifestaba un odio profundo a los hábitos de fumar y tomar mate, dos costumbres a las que atribuía gran parte del culto al ocio que achacaba a los uruguayos. La ceremonia de armar un cigarrillo restaba por los menos dos o tres minutos al trabajo la que según sus cuentas multiplicada por diez o quince veces al cabo de una jornada y por los cuatrocientos obreros que tenía en ese momento, le reportaba grandes pérdidas. Lo del agua era aún peor porque con este pretexto los obreros se pasaban yendo a beber a los lugares donde ésta existía, perdiendo tiempo deliberadamente. Trató de arreglar el problema poniendo aguateros, pero era imposible que éstos pudieran recorrer las distancias que implicaba un predio de más de mil quinientas hectáreas. Para redondear las desviaciones a las normas legales en que incurría Piria, hay que recordar que la Ley de ocho horas regía desde hacía un año.
Los obreros en huelga iniciaron una marcha a pie hacia Montevideo donde concretaron una gran asamblea callejera. La primera reacción de Piria fue declarar cesantes a quienes así desobedecían sus órdenes, pero datos posteriores indican que los sueldos fueron aumentados aunque no consta que los huelguistas hayan sido reintegrados a su trabajo. Quienes no veían al empresario con buenos ojos se encargaron de recordar que tiempo atrás había escrito un folleto de política visionaria en el que propugnaba por una mejor distribución de la riqueza, al que había titulado El Socialismo Triunfante. Próxima semana: la creación del balneario Piriápolis.
CASTILLO DE PÌTTAMIGLIO
sábado, 17 de marzo de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario