Palacio Piria, sede de la Suprema Corte de Justicia
Arte, poder y misterio
Declarado Monumento Histórico Nacional, el Palacio Piria es uno de los edificios más interesantes de Montevideo. No sólo por sus notables valores arquitectónicos, sino también por su riqueza simbólica, en la cual confluyen los signos distintivos del poder político, el poder económico, la Justicia y el misticismo esotérico. Enclavado en el centro de la ciudad de Montevideo, conserva sus antiguos esplendores, cuenta historias y esconde secretos que se remontan a los inicios del siglo XX.
El estilo de vida de la clase alta montevideana, cien años atrás, se ve reflejado en la lujosa residencia urbana que sirve de sede a la Suprema Corte de Justicia. Francisco Piria (1847- 1933), rico empresario y rematador, también fundador de Piriápolis, quiso que este palacete de planta baja, dos pisos altos, subsuelo y sector de servicios, le sirviera como vivienda familiar.
Como Piria era alquimista, la casa posee numerosas representaciones simbólicas en su decoración (la cuadratura del círculo, las figuras de la rosa, el águila, la esfinge, el árbol de la vida, etc.) siendo de destacar que, al margen de la valoración que se pueda hacer de la doctrina alquimista, esta casa es uno de los pocos edificios montevideanos que tienen incorporados dichos símbolos a su arquitectura.
En el primer piso, un espacioso salón, hoy la Sala de Acuerdos de la Suprema Corte de Justicia, armoniza con los salones anexos. Sobre la Plaza de Cagancha, la actual Sala “Dr. Héctor Luis Odriozola”, donde la Corte recibe a dignatarios y visitantes extranjeros, era el salón de baile de la residencia Piria. Y sobre la calle San José, la actual Sala de Juramentos, era el comedor de la casa.
Una suntuosa escalinata de mármol, que se bifurca dos veces a la manera de signo de Aries antes de llegar a su culminación en el piso superior, simboliza la “ascensión a los cielos”, representados en un magnífico vitral ovalado.
La mansión fue arrendada para residencia del presidente de la República Juan José de Amézaga, a mediados del siglo XX, hasta que el Estado la adquirió para la Suprema Corte de Justicia.
“Su lenguaje se afilia al eclecticismo historicista, sustentado por una volumetría sobria de medidos movimientos. En el exterior, el granito violeta, los pórfidos, la labradorita roja y verde, hacen destacar a los frisos, basamentos, columnas y pilares, mientras los mosaicos venecianos visten la parte superior de la fachada. Internamente, la distribución otorga relevancia al gran salón de recepción en el primer piso.
El arquitecto francés Camilo Gardelle, que proyectó la construcción en 1916, hizo una obra de alto valor decorativo, para satisfacer la necesidad de suntuosidad y otorgar una digna perspectiva a la Plaza de Cagancha”, según la descripción extraída del material de difusión de la Intendencia Municipal de Montevideo.
En 1915, Piria adquirió en Montevideo el terreno donde levantaría su Palacio, diseñado por él y encargado al arquitecto Gardelle, egresado de la Escuela de Bellas Artes de París. Su frente da a la peatonal de “Los Derechos Humanos” (ex calle Ibicuy) y sus laterales a la Plaza Cagancha y a la Calle San José.
Sede de la Suprema Corte de Justicia desde 1954, el edificio fue declarado, en 1975, Monumento Histórico Nacional, lo que ha garantizado su perfecta conservación.
El palacio es un verdadero muestrario de expresiones artísticas, pero además, quienes saben de estas cosas, aseguran que es “un libro abierto en cuanto a la simbología alquímica”.
En la entrada, llaman la atención los dos vasos que flanquean la puerta: son los llamados por Fulcanelli "vaso natural" y "vaso del Arte". Es una alusión al cuerpo físico, tal cual lo crea la Naturaleza, y al cuerpo perfeccionado por el Arte alquímico.
Sobre la fachada que da a la Plaza Cagancha, las ventanas del sótano están adornadas con rosas, como fuerte indicio de la filosofía alquimista.
La verja que rodea al palacio está coronada en cada uno de sus pilares por una rosa, pero esta vez en capullo. Es un símbolo de la esperanza y del hecho de que siempre lo mejor está por venir, a pesar de las apariencias.
Un personaje singular
Francisco Piria nació el 21 de agosto de 1847 en la ciudad de Montevideo, sitiada en medio de la Guerra Grande, conflagración que enfrentó a blancos (uruguayos) y federales (argentinos) con colorados (uruguayos) y unitarios (argentinos), e involucró a los imperios de Brasil, Inglaterra, Francia y a la brigada italiana comandada por Giuseppe Garibaldi.
Hijo de inmigrantes italianos, quedó huérfano de padre a los 5 años. Su madre lo envía a Italia, al pueblo de Diannomarino, en las cercanías de Génova donde es criado por un tío suyo, monje jesuita, quien, se supone, lo introdujo en la alquimia, dado que los Jesuítas fueron los herederos del conocimiento que manejaban los Templarios, entre los cuales estaba el de la Alquimia.
Regresa al Uruguay cuando tenía 12 años y enseguida comienza a trabajar.
Inicia sus actividades como modesto vendedor al menudeo, ampliando progresivamente sus actividades de comerciante, industrial, martillero y fraccionador de tierras.
En 1873, inició una larga serie de remates de fraccionamientos, que cubrieron una parte importe de la actual planta urbana de Montevideo.
Contemporáneo de Emilio Reus y Florencio Escardó, al igual que ellos, sus actividades inmobiliarias se asocian al acelerado proceso de crecimiento demográfico y a la consiguiente expansión física de la ciudad orientada a responder a las demandas de índole popular. Su gestión se apoyó en una peculiar forma de publicidad y en las ventajosas condiciones de venta ofrecidas.
En forma simultánea a sus actividades comerciales en Montevideo, Piria acometió un proyecto quijotesco: la fundación y desarrollo de Piriápolis (1890), iniciando lo que ha de ser posteriormente una faceta particular del proceso urbano nacional: la urbanización costera con fines turísticos.
Es la única ciudad en el mundo creada por un particular, dotada de toda la infraestructura necesaria, incluyendo un puerto, un ferrocarril, hoteles -entre ellos el que fuera en su momento el más importante de Sud América- y una serie de industrias para que la ciudad fuera autosustentable.
Las actividades de Don Francisco Piria incluyen también su obra literaria, de difusión de sus ideas y visión crítica del país y su gente, e ilustrativa del nacimiento del moderno empresariado uruguayo. Es autor de las siguientes obras: "impresiones de un viajero en un país de llorones" (1880); "Un pueblo que ríe" (1886); "Mi país dentro de 200 años"; (1898).
Con escasa suerte ingresó a la política, tratando de quebrar el bipartidismo uruguayo. Su partido Unión Democrática, no logró prosperar.
El 11 de diciembre de 1933 muere, a los 86 años en su hermosa casa de Montevideo, aquejado de una congestión pulmonar, complicado por su diabetes, uremia y debilidad del corazón.
Casa presidencial
La muerte de Piria abrió el proceso sucesorio más largo y complicado que se recuerde. En vida, había amasado una respetable fortuna que incluía su casa de la Plaza Cagancha. Eran tiempos de la dictadura de Gabriel Terra a quien sucedió Alfredo Baldomir (“el golpe bueno”) y finalmente en las elecciones de 1942, con el triunfo de Amézaga, se restablece la normalidad democrática. El Presidente Juan José de Amézaga arrendó el Palacio Piria como residencia particular. Durante su mandato, el ocupante del Palacio Piria impulsó una moderna legislación que benefició a los trabajadores y equiparó en derechos a las mujeres.
En 1954 el Estado adquiere la propiedad para instalar la sede de la Suprema Corte de Justicia, que hasta hoy funciona allí.
El edificio mantiene su esplendor original, realzado actualmente por las reformas realizadas en su entorno y la conversión de la ex calle Ibicuy en un paseo peatonal.
CASTILLO DE PÌTTAMIGLIO
sábado, 17 de marzo de 2007
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