CASTILLO DE PÌTTAMIGLIO

CASTILLO DE PÌTTAMIGLIO

domingo, 18 de marzo de 2007

Único, simplemente único, por Esteban Valenti.-

17.07.2006

Salgamos un momento de la política, tan apasionante, tan invasora, tan total y escribamos de la vida, de las sensaciones que nos dan fuerza y ganas y nos reafirman en nuestro sentido de pertenencia. Sobre todo a mí que vivo tan tironeado entre mi condición de uruguayo por militancia e italiano por nacimiento. Y por fútbol...



Hace dos semanas fuimos al acto del primer aniversario del gobierno progresista de Maldonado (siempre la política...) escuchamos un discurso del "flaco" de los Santos preciso, porfiado en sus objetivos y con algo que es muy importante a la hora de gobernar y de rendir cuentas: con centros claros, con objetivos claros. Cuando se tienen muchos centros, en realidad se carece de ellos y se gobierna a los tumbos. Recomiendo leer vivamente ese discurso. Era el viernes de noche y nos fuimos a pasar un día a Piriápolis.

Es un lugar que siempre me asombra. Es un rincón único de la costa uruguaya, donde los cerros se meten en el mar y lo observan desde su grandeza vegetal, con un puertito de cuentos y con el testimonio de una de las mayores aventuras empresariales y humanas de nuestro país, la construcción del Argentino Hotel. Es obvio que nos alojamos en ese mismo hotel.

Los adjetivos son palabras que de tanto usarlas se desgastan, se vuelven comunes cuando hay que describir algo realmente diferente, así que voy a limitarme a su nombre. Cualquier uruguayo sabe que se trata de una de las construcciones más majestuosas que tiene nuestro país y a la vez más elegantes y más valientes que se han emprendido. En su época fue el más imponente hotel de toda América. Si, así como suena.

Piriápolis asombra porque desde hace 76 años -que se terminó de construir el hotel -prácticamente se ha mantenido toqueteando y empeorando su pasado. Con algunas licencias para construir torres que son un verdadero atentado, a la memoria de Piria, al buen gusto y a un mínimo sentido urbanista. Negocio y nada más que negocio con visión de corto plazo y con nulo sentido del valor de ese rincón maravilloso del Uruguay.

Todo Piriápolis es una permanente tensión entre la visión grandiosa de Piria y los desgarrones de nosotros sus descendientes, los que deberíamos ser sus continuadores. Está lleno de detalles que recuerdan al visionario que en 1920 puso la piedra fundacional del gran hotel y lo inauguró 10 años después, en plena depresión mundial, pero también en la explosión tardía de la Belle Epoque. En eso no hemos cambiado, en lo de tardío.

Piria comenzó a construir ese hotel cuando tenía 73 años. Setenta y tres años en esa época son bastante más que en la actualidad, por obvias razones. Murió en 1933, tres años después de la inauguración de su hotel. Era sin duda un hombre que trabajaba para el futuro - no el suyo - sino el de su gente y el de su país. Nació en el siglo 19 y vivió y construyó en un tercio del siglo 20, hasta 1933, cuando murió, pero fue un hombre del renacimiento, lleno de facetas e intereses diversos, y sobre todo un hombre que pensaba en grande, porque soñaba en grande y actuaba proporcionalmente.

No sólo el tamaño impresionante del hotel, sino sobre todo la abrumadora cantidad de sus detalles, de sus cuidados y delicadezas nos da la dimensión de lo que fue el proyecto y sigue siendo - 76 años después- su realidad actual. Y eso que los uruguayos a veces somos capaces de dejar que esas cosas se nos escurran entre los dedos de la desidia. Porque el hotel estuvo cerrado durante varios años.

Las fotos color sepia en las paredes ilustrando las primeras temporadas, con su capacidad para 1200 pasajeros, sus cocinas con 40 hornallas y 40 hornos, sus máquinas revolucionarias para la época capaces de hacer pan, helados, lavar miles de piezas de vajillas y todas alimentadas con la energía eléctrica producida por su propia central y sus menús, nos dan una pálida referencia de la grandiosidad del hotel.

Sus menús me llevaría a escribir un artículo especial porque son la expresión de dos cosas, del refinamiento - el chef venía en las temporadas desde Montecarlo- y del libre comercio, otra que globalización actual, allí figuran los mejores vinos y manjares de todo el mundo, pero también tenían la pizca de nacionalismo, o mejor dicho de cocina regional. No era sólo un restaurante internacional, era uruguayo y rioplatense, por lo tanto cosmopolita.

Era un hotel con lo mejor de la época, con vajilla alemana, cristalería checa y lencería italiana y muebles especialmente diseñados en Viena, una de las capitales indiscutibles de la Belle Epoque, con un kilómetro de pasillos de un ancho faraónico sobre todo si los comparamos con los actuales tubos todos iguales de todos los hoteles standard del mundo donde los mármoles, los vitraux, las estatuas en sus parques proporcionan un sentido de grandeza y de la capacidad infinita de creación de los seres humanos, no en los museos sino en los espacios habitables. En medio de todo ese despliegue tuvo espacio para instalar habitaciones especiales a mitad de precio para los estudiantes.

En esta estadía me enteré que fue avanzado y sigue siendo único en el mundo por su ubicación a menos de cien metros del mar en el uso de sus aguas para piscinas de agua marina termalizada que estaban planificadas y funcionaron desde su fundación. Es la Talasoterapia.

Piria era además de muchas otras cosas, alquimista. ¿Será en su homenaje que este año se hace en Piriápolis en "su" hotel un congreso mundial de alquimistas? Este descendiente de genoveses pensaba todo a lo grande, sus plantaciones de olivares, de vid, su bodega, sus canteras, hasta su trencito dan testimonio, pero además pensaba y actuaba sutilmente, porque la elección de ese preciso lugar para instalar sus dos hoteles, tiene misterio, no es sólo por la escenografía natural, o su puertito hay otra cosa, que no se puede describir, que se respira, que se aspira a bocanadas recorriendo su rambla demodé y única, o desde la ventanas enormes de sus habitaciones. Hay algo más.

Fue un sábado de diluvio y a la nochecita tocaba Hugo Fatorusso en el salón dorado, con sus pretenciosas columnas, sus dimensiones de palacio y sobre todo su atmósfera. Éramos un público variado, la mayoría uruguayos, algunos argentinos e incluso unos cuantos niños y cuando sonó El día que me quieras y todos nos encontramos cantando y rescatando de nuestra memoria los versos en medio de la lluvia que caía afuera en torrente, se produjo uno de esos momentos en que se suspenden las tensiones y las velocidades de nuestra modernidad y sentimos la continuidad de muchas existencias, del halito de nuestras sensibilidades. Realmente "un rayo misterioso" anidaba en esa sala.

Piria quiso llamar a la ciudad Heliópolis, "la ciudad del Sol". Su actual nombre lo impusieron los periodistas de la época. Heliópolis es en la mitología la ciudad donde renace el Ave Fénix, símbolo emblemático de la regeneración por el fuego. Nosotros ya no tenemos Maracanás, ni somos lo más grande del mundo pero sin malgastar adjetivos puedo decir que Piriápolis es único, no ya por sus dimensiones, sino por su magia y porque el pasado está allí porfiado, desafiante y lleno de sutiles mensajes para utilizarlos en soñar el renacer nuevo de nuestro futuro.

(*) Periodista. Coordinador de Bitácora. Uruguay.

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